I.-

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La habitación estaba hecha un desastre; las copas en las que habían brindado hacía unas horas  yacían fragmentadas a sus pies, a la espera de desgarrar la carne de sus talones. Decenas de colillas se esparcían por la alfombra, que ya no volvería a ser azul pastel, sino que ahora tendría nubes grisáceas de cenizas desperdigadas por toda su forma, manchas que no saldrían fácilmente, oscuras como las marcas de sus besos en su piel trigueña.

En la cama, las sábanas estaban revueltas, quizá todavía tibias tras su apasionado encuentro, pero el olor del ambiente ya no era erótico, en su lugar el penetrante aroma del cigarrillo inundaba hasta el más pequeño hueco. Otro adorno salió volando y se estrelló contra la pared, errando el objetivo, había apuntado al cuerpo grande y  moreno que, lejos de él, batallaba por ponerse los pantalones, había recibido una llamada  importante y para su desgracia, el de la cicatriz había escuchado todo.

—¡Hijo de puta!.— Gritó Iruka por primera vez en la velada. Aún estaba sudoroso por la faena interrumpida, pero las nuevas gotas que emergían de su frente no tenían nada que ver con la pasión reciente, eran de furia. —¿Cuándo planeabas decírmelo, eh? ¿Cuando empezara a preguntarme por qué otra vez ya no me visitas entre semana? — Arrojó un florero ésta vez, justo al lado de su amante. De nuevo falló, pero los pedazos salieron volando con tanta rapidez que uno rasgó la mejilla ajena. Y ésa fue la gota que derramó el vaso de su paciencia. Asuma escupió el cigarro que quemaba entre sus labios y fue directo al castaño, tomándole por las muñecas inmediatamente, mientra éste sólo se revolvía agitado, gritándole que era un desgraciado. Hijo de puta, hijo de puta y que ojalá nunca hubiese regresado a su vida. ¡¿Por qué me haces ésto?! ¡Maldito seas!

—¡Basta, Iruka! — El menudo cuerpo continuó pataleando, exigiendo ser liberado, pero el de la barba apretó mas su agarre.

—¡Basta tú, Asuma!— Chilló el de cabello largo, levantando sus ojos humedecidos al otro, tragando con dificultad la última onza que le quedaba de dignidad. —¡Dijiste que estarías conmigo, que todo sería diferente! ¡Que sólo tenía que ser paciente y esperar un par de meses más! ¿Cuántos? ¡¿Otros nueve?! — Aprovechó que Asuma le soltó un momento y rápidamente le estrelló el puño en la cara, haciéndole trastabillar unos segundos, pero enseguida volvió a retenerlo.— ¡Suéltame, infeliz mentiroso! ¡Cobarde!— Gruñó al borde del llanto, pero no, no le daría también ese gusto. — ¡Lárgate! ¡Lárgate y déjame solo! ¡Vete con ella! ¡Debes amarla mucho si estuviste dispuesto a hacerle otro puto mocoso!— Al instante fue callado por el segundo puñetazo de la noche; le dolió intensamente, y fue el detonante final de sus lágrimas, que bajaron calientes y pesadas por sus mejillas morenas.

—¡Cállate! — Bramó el más alto, estrellando el cuerpo de Iruka contra la pared más cercana. —¡No hables así de mis hijos, Iruka! ¡No tientes tu suerte! 

—¿Suerte? — Escupió burlón, su mejilla comenzaba a hincharse.— ¡Y una  mierda! ¡Suerte sería que desaparecieras de mi puta vida de una vez! ¡Pero eres como un parásito, alimentándote de mí y de lo que me queda de orgullo! Pues hoy ya no tengo nada, ¿Qué más quieres? 

— ¡Sólo estoy pidiéndote más tiempo!

—¡¿Más?! ¡Descarado hijo de puta! ¡Llevo esperándote casi tres años!— Intentó nuevamente sin resultados zafarse de su agarre, pero el moreno tenía los dedos engarfiados a sus muñecas. Iruka sintió que empezaban a dolerle.

—¡Un poco más!—Le soltó las muñecas para poder abrazarlo. — Sólo un poco más...— Susurró de pronto, acercando los labios a su cuello, exhalando la tensión sobre su húmeda piel. Al instante sintió temblar el delgado cuerpo de Iruka, apaciguando su cólera. Iruka suspiró con el ceño fruncido, desviando la mirada. Odiaba esos instantes en que la voz de Asuma se suavizaba así, cuando le susurraba al oído con esa voz tan profunda que le tenía tan loco.

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⏰ Última actualización: Mar 14, 2019 ⏰

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