A pesar de todos los problemas que pudiese tener, Leonardo encontraba una manera de que no le importasen. Era, sin duda un hombre extraño, sin duda, y resultaba sencillo notar que su cerebro no funcionaba como el de sus prójimos. Si bien digo esto, estoy lejos de afirmar que Leonardo Villareal poseía tendencias agresivas o significaba un peligro físico para cualquier ser vivo que no fuese el mismo. Mataba con sus palabras, solo con eso.
Algún día, sentados en una banca en cualquier parque comunal, me contó varias cosas en las que nunca antes había yo demostrado interés en saber, quizá por miedo a que perforasen aún más la percepción de por sí no despectiva que tenia del muchacho. Mirada despistada y apoyando su codo en la rodilla, procedió a relatarme la historia de su infancia; madre alcohólica con la que rara vez interactuaba, padre que hasta el día de hoy es inconcluso, un hermano a quien afirma apreciar y nada más. Su tía falleció cuando Leo estaba en sus años tempranos de adolescencia, y con ella se fue la única roca en la que podía reposar sus problemas de depresión y enfermedades mentales un tanto evidentes sin embargo paradójicamente camufables, claro está, en el momento indicado.
Nunca me admitió esto a pesar de mis sutiles intentos fallidos en lograr que lo confesara, pero siempre fue una teoría bastante válida para mi: encontró en las mujeres un refugio ante sus tormentosos antecedentes. Y no me refiero a un refugio dependiente, al contrario, las percibía como hostales en los que se hospedaba durante una travesía para atravesar el mundo en una cantidad excesivamente corta de tiempo.
Le encantaba sentir que poseía la capacidad de tener a cualquier mujer que cruzara su vista. No lo juzgo, era un hombre solicitado. Al principio me sorprendió esto, no soy alguien con envidia hacia las demás personas, más me resultaba curioso como un hombre de aspecto bastante promedio; baja estatura, cuerpo bastante menudo, ojos que se tambaleaban entre un tono avellana y el color amarillo, podría conseguir a tantas mujeres si así lo quisiese. Luego me hice consciente de sus habilidades de encanto, su intelecto era lo que componía la mayor parte de si mismo, y comprendí que un rostro agraciado y un buen discurso pueden ir bastante lejos.
Y así fue por un buen rato, consiguiendo a mujeres con un coeficiente mental de bajo a promedio, y haciendo lo que le placiese con ellas. Entre Danielas y Catalinas saldrían unos veintiocho corazones rotos, besos mediocres y sábanas arrugadas. También resultaría un incremento en el ego de este hombre. Era bizarra, la conexión que formaba con sus parejas. No hablo de anotarlas en una libreta, es más, puedo asegurarles que si hoy tuviésemos la oportunidad de preguntarle el nombre de la mitad de las mujeres con las que alguna vez tuvo cierto tipo de encuentro, no podría nombrar ni una. De esta forma me refiero a tal conexión como una relación de poder, cada pasante en su boca fortalecía su complejo de superioridad como caparazón que había forjado para ocultar sus demonios del pasado y torturas del presente.
Jamás en nuestro tiempo de amistad me había percatado de tanta ilusión o tal vez fuese interés mientras hablaba. No podría decir con seguridad, pues carezco de oportunidades en las que pude notar cualquiera de estas dos en él. Victoria Suárez. Bisexual. Una joven extrañamente atractiva, sin duda. Conseguía desafiar la belleza estereotipada con su cabello corto, piel pecosa, labios delgados, y metro setenta, si me preguntasen, diría que es una de las personas más imperfectamente hermosas que he visto en mi vida, soy alguien de gustos peculiares, y no se que tanto influye esto en mi afirmación. La muchacha era también de inteligencia destacable y su poder de persuasión era sorprendente. Al ingresar al mismo curso universitario de Leo, logró atraparlo en cuestión de horas, cegarlo de cualquier otro cuerpo femenino y engatusarlo involuntariamente. Posterior a innumerables chistes internos, conversaciones profundamente intelectuales que nadie más comprendería, y encuentros sexuales se encadenaron a una relación abierta temiendo de las acciones del otro y en ánimo de restarle importancia a un engaño, ya que no habría lugar para denominar así a tal acto, pese a que ninguno de los dos había demostrada si quiera una mirada hacia otro ser humano hasta el momento. Tal vez fue el temor de Leonardo por mantener algo bueno sin sentir que era merecedor de ello, o algo meramente impulsivo, que lo llevó a engañarla con su mejor amiga. Por más ficticio que parezca, esto es curiosamente real. Probablemente se pregunten de la invalidez del término "engañar" teniendo en cuenta las condiciones de su relación, y he aquí la muestra del entrego emocional de Victoria, quien una vez de enteró de este suceso dio por acabada la relación.
Durante las siguientes semanas arrastrado por el despecho y la vida galante, conoció a Sara. Ella sería uno dos años mayor que él, era guapa, claramente, pero no estaba cerca a compararse con la belleza de Victoria. Se enamoró una vez más, no con propio el entrego ni sumisión que tuvo hacia aquella mujer cuyo recuerdo aún lo atormentaba. La conquistó a punta de narrativas baratas y monólogos acerca de la vida que ella se veía obligada a escuchar, y, como ya he dicho antes, rastros de lógica y un buen léxico parece resultan ser excepcionalmente atractivos. Solían sentarse en las escaleras del pequeño edifico de Sara, encendiendo cigarrillo tras cigarrillo y alternando conversaciones a las que solo ellos le encontraban gracia. Todas las que pasaron por sus manos eran conscientes de su pasado, con la vida y con las mujeres, era como si las leyes de la moral no aplicaran en cuanto a Leonardo.
Meses después de iniciar su particular relación con Sara, y con restos de Victoria aún espantando su memoria, por más que intentase enterrarla con las manos de su nuevo interés, se vio obligado a regresar a su pueblo natal cuando se le informó que su madre estaba falleciendo por las causas fatalmente naturales de la existencia, y, recuerdo cuando me enteré de esto por su cuenta, me sorprendí por la madurez con la que había tomado esta noticia, teniendo presente que era un joven de veintidós años con ya suficientes problemas y una inestabilidad preocupante. Su estadía en el pueblo duró más de lo esperado, tuvo que suspender sus estudios por un rato. Carecía de amor hacia su madre y pese a que su consciencia nunca había sido su mayor fuerte, alguna voz ya rendida por el afán de los sucesos en el fondo de su mente lo obligó a quedarse hasta el día de la muerte de su progenitora. La única motivación para regresar a la ciudad era tal mujer de pelo rizado y ojos topacio. Volvió para enterarse de que por el trajín del día a día, coincidencias inevitables o karmas del universo Victoria y Sara eran pareja. Él tampoco lo creía al principio. Pero esta es solo una prueba más de los poderes sin límites de la primera muchacha. Una noche confundida y con las cenizas del corazón en el bolsillo decidió en su motocicleta ir a lidiar con sus problemas como el adulto responsable que la sociedad esperase que fuera; bebiendo. Se dirigió a la licorera localizada a unas pocas cuadras de la residencia de dos cuartos con nueve personas adentro de ella, dos familias disfuncionales, una prostituta y una joven intentando construir un futuro en la literatura. Arribó a la pequeña cantina y cruzó caminos con un rostro de corta edad que le resultaba familiar, compartieron historias y tragedias, y los dos igualmente embriagados por ambos el alcohol y la miseria concluyeron en subirse en la motocicleta de Leo y andar sin un rumbo predeterminado. A menos de cinco minutos en la autopista chocaron con una camioneta blanca cuyo conductor no podía hacer más que llorar y disculparse ante la policía. Tal desafortunado accidente acabaría con la vida de ambos jóvenes, y así mismo con las eternas aspiraciones que los mantenían despiertos en la noche.
Las familias de los muchachos se fusionaron para un mismo funeral, asistieron Victoria y Sara y otro montón de nombres femeninos que no creo valga la pena mencionar. Me consta, que hasta el final de sus días, Leonardo soñaba con Victoria. Y fue allí cuando concluí, los amores de vida si existen, el problema es que algunos vienen con falla de fábrica, quizás los errores lamentables de la vida, en el que ciertas almas gemelas no sean correspondidas, si no sea una persona, con un alma gemela, cuya alma gemela, es otra, o cuya alma no está aún preparada para la otra. Básicos y típicos errores de fábrica.
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(Des)enamorarse, entre otras torturas.
Short StoryHistorias coleccionadas de un soldado muerto en guerra (la del amor, evidentemente), relatos adquiridos de sus conocidos algunos aún agonizantes y hechos crudamente nauseabundos de la vida, el dolor y el amor todos estos cómo uno solo.