«Esta Ley lo que busca es demostrar que el universo está siempre en expansión. Las galaxias que conforman el universo cada vez están a mayor distancia las unas de las otras. Según esta ley, la velocidad a la que los cuerpos del universo se alejan va en aumento, pero no varían su dirección».
Sandy estuvo esperando ansiosa a que llegara la hora del receso. Había coordinado un encuentro con Emily, su amiga porrista y ni siquiera sabía cómo empezar sus preguntas sin delatarse. No sabía cómo afrontar que alguien le gustaba, porque ella siempre había encontrado sobrevalorado el amor.
Gabriel era muy astuto y, además, amaba a su única prima. Era todo un casanova y no le sería difícil aconsejarla, pero sabía que ella necesitaba una amiga con quien compartir sus cosas. Por su parte, él se acercaría a Samuel para averiguar sobre él y alejarlo de las demás chicas.
El grupo de porristas hablaba con entusiasmo sobre el chico nuevo, lo que Sandy no pudo evitar oír. La miraron extrañadas porque era raro que las buscara. Generalmente pasaba el receso bajo el árbol de Sicómoro, cuyas ramas podían medir hasta treinta metros de largo cada una y proveían una refrescante sombra, leyendo algún extraño libro de ciencias.
—Sandy... —saludó Emily, algo nerviosa, como si se sintiera descubierta.
—Chicas, tanto... tiempo —respondió la joven, pensando que en realidad casi nunca habían pasado del saludo, con excepción de la que se había acercado a ella en ese momento —¿Interrumpo algo?
Las demás chicas chillaron mientras se miraban entre sí, pero Emily sólo apretó los labios.
—No, no, sólo hablábamos... del chico nuevo —Todas volvieron a chillar a sus espaldas.
—Emily está interesada —dijo una rubia con una cola de caballo muy alta y su impecable uniforme de porrista—. No sé por qué no lo dices de una vez —añadió, mirando a la aludida—. Es muy obvio que pronto lo tendrás comiendo de tus manos.
Emily sonrió con timidez, pero Sandy sintió que estaba en el lugar y momento equivocados. No podía pedirle consejos a una chica que no escondía que le gustaba el mismo chico que a ella. Lo de buscar una amiga era una tremenda estupidez.
—¿Puedes contarnos algo de él, Sandy? Lo vimos hablando contigo y con Gabriel... —mencionó la rubia. Emily la reprendió con la mirada.
Lógicamente, Emily tenía todo lo que un chico como Samuel podría buscar. Era hermosa, simpática y, porrista. Su hermoso pelo castaño, perfectamente trenzado, llegaba hasta su cintura, haciendo un perfecto contraste con sus ojos celestes y su blanca piel, pero Sandy sabía que ella también tenía lo suyo. Tal vez no era porrista, pero fea no era.
—Mmm... Es muy tímido, pero sí, hablamos algunas veces. Es jugador de rugby en su ciudad —repuso, generando una evidente molestia en el grupo. Ellas sintieron envidia de Sandy y eso les molestaba.
—Por fortuna, a Sandy no le interesan las cuestiones del corazón, como siempre se asegura de recalcarlo, así que no es peligro —mencionó una joven morena, que hasta ese momento había estado en silencio —¿O me equivoco? —Levantó una ceja y se cruzó de brazos.
Sandy lo pensó por unos segundos. Es cierto, siempre había evitado involucrarse sentimentalmente con alguien, prefiriendo los libros a los chicos, con sus muchas teorías del por qué lo hacía, pero en ese momento sólo recordó la hermosa y tierna sonrisa de Samuel.
—Siempre hay una primera vez —repuso, levantando los hombros. Emily lo supo en ese momento, no necesitó demasiada inteligencia para notar ese destello de ironía en su respuesta.
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La teoría de Sandy
Dla nastolatkówCuando una persona nos golpea fuerte al corazón, intentamos encontrar pistas de que también le gustamos o que, por lo menos, tenemos una oportunidad. Para Sandy, una joven curiosa y extrovertida, que sólo había tenido ojos para las ciencias y sus m...