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Mara

De niña, creía que ser adulta era sinónimo de libertad y diversión. Ahora sé que es más bien como estar atrapado en una película de terror sin final feliz. Pero bueno, al menos tengo experiencia en fingir que estoy bien cuando por dentro quiero llorar a moco tendido entre tantas facturas y deudas por pagar.

Todas mis desgracias empezaron con la universidad.

Mis padres me veían como una futura doctora con varios ceros en su cuenta. Mientras yo luchaba con manterme viva y no caer en la depresión causada por sus expectativas.

Al final, terminé trabajando en atención al cliente debido a mi negativa de estudiar medicina. Pasé horas intentando convencer a la gente de que necesitaba un masajeador para pies con luces de colores.

Me dijeron que los adultos lo sabían todo... ¡Mentira! Yo sigo igual de perdida y buscando la respuesta de mi mala suerte en internet.

Es aterrador despertar una mañana y notar que han pasado dos años desde los dieciocho, pero sigues siendo igual de mala preparando arroz.

Tengo que dejar de tener grandes expectativas en la vida y empezar con cosas pequeñas. Como por ejemplo:

¿por que siempre pierdes una de tus calcetas?

A estas alturas debutar como una estrella del cine para adultos no me parece una idea tan mala.

—¿Por qué es tan caro?

La pregunta del cliente era tan obvia como preguntarle a un vampiro si le gusta la sangre. ¿Quién en su sano juicio pagaría por los servicios de brujería de Judas? A menos que estuvieran buscando un trabajo a medio hacer y un mal de ojo de regalo.

—Si mi precio te parece caro, ¿no era mejor
usar la vieja confiable y hacer un té con sabor a tus bragas? Yo cobro por hacer lo que no te animas, Agnes. Hago el trabajo sucio y cobro el precio justo.

Como siempre, Judas era un humano que podría besarte la mejilla y apuñalarte por su propio beneficio. 

¿Sus padres lo nombraron Judas porque notaron la maldad en su hijo?

—¡Pagar por tu silencio es una estafa, una sucia estafa descarada!

Quién diría que la chica que te ofrece la palabra de Dios en cada esquina, estaría vendiendo su alma al diablo para obtener un amor que estaba tan muerto como el hámster que recibí de regalo y que enterré pensando que había pasado a mejor vida.

Nadie me dijo que los hámster hibernan.

—Si crees que yo soy el malo de esta historia, estás muy equivocada. ¿Quién fue la que me ofreció dinero para hacer algo tan bajo? Tú, Agnes. Tú fuiste la que cruzó la línea, no yo.

Judas era como una sanguijuela pegada a la billetera de Agnes. Cada vez que la veía, se le encendían los ojos como a un niño pequeño viendo un bote de caramelos.

La obsesión de Agnes por Kobe era un secreto a voces, un rumor que corría como la pólvora entre los vecinos y que extrañamente, no llegó a oídos de su padre.

No podíamos ni imaginar las consecuencias si el pastor se enteraba de las oscuras actividades de su hija. Su mundo, tan cuidadosamente construido sobre la fe y la moral, podría venirse abajo.

—Mantén la boca cerrada.

Anges se retiró diciendo esas amables palabras y dejando atrás el dinero acordado junto a un extra.

Bestia Interior©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora