Prólogo.

201 13 2
                                    

Prólogo.

―Hola, Oskar.

El apuesto joven que se hallaba apoyado en la baranda del barco se giró. Era de noche, por lo que la luz que le iluminaba era tenue, casi inexistente. Delante de él se hallaban tres personas: un hombre de pelo rubio, largo y lacio, y de facciones agudas y frías; una mujer de cabellos rizados, negros y desordenados, y rostro hermoso, pero que a su vez transmitía un sentimiento asesino y un hombre de piel blanca como la cera y de aspecto grotesco. Sus ojos poseían un brillo mortífero, y su nariz estaba deformada, de manera que lo único que quedaba de ella era dos rendijas, como las de una serpiente. Todos iban de negro, y empuñaban varitas. Oskar abrió mucho los ojos y rápidamente sacó la suya.

―¿Creías que aquí no te íbamos a encontrar? ―escupió la mujer―¿Entre este montón de muggles?

El hombre rubio dijo:

―¡Calla Bellatrix! No hables si el Señor Tenebroso no te lo ordena.

―Gracias, Lucius―dijo el que parecía el jefe, el hombre-serpiente. Su voz era aguda, fría y cruel.

Lucius inclinó la cabeza, con respeto, y por fin su compañero pudo dirigirse a Oskar.

―He de reconocer que has sido muy astuto. ¿Quién podía imaginarse que el famoso mago anti-muggles Oskar Schindler se encontraría rumbo a Inglaterra en un barco cargado de esos mismos seres?

―Hay que mantener las apariencias―respondió Oskar con cautela.

―Bien dicho, Oskar, pero, como ya sabemos ambos, las apariencias no son siempre ciertas. No odias a esas repugnantes criaturas, y por supuesto que estás en contacto con la Orden del Fénix.

Ambos guardaron silencio, mirándose fíjamente a los ojos. Finalmente, el hombre-serpiente habló:

―He de reconocer que no esperaba que practicaras Oclumancia, de modo que tendré que preguntártelo directamente; ¿qué tal está Dumbledore, Oskar?

―Imagino que bien―contestó éste, intentando ser precavido.

―¿Imaginas? ―interrogó el otro―Vaya, vaya... Pero, ¿no habíamos dicho ya que eras miembro de la Orden del Fénix?

―¡Ah, Voldemort! Te aseguro que no conseguirás sonsacarme nada-replicó Oskar.

―Te atreves a pronunciar mi nombre―no era una pregunta―. Qué insensato.

Y de repente, Bellatrix levantó la varita y gritó:

¡Crucio!

Oskar no pudo hacer nada; la maldición le golpeó de lleno en el pecho, dejándole sin respiración y tirándole al suelo, para posteriormente hacer que se retorciera de dolor.

Voldemort se inclinó lentamente sobre su víctima y preguntó:

―¿Dónde está el cuartel general de la Orden del Fénix, Oskar?

El hombre negó frenéticamente con la cabeza, resuelto a no decir nada. Bellatrix gritó «¡Crucio!» una vez más y él volvió a convulsionarse en su agonía.

―Tengo poca paciencia, Oskar. Te lo preguntaré una vez y sólo una vez más. ¿Dónde está el cuartel general de la Orden del Fénix?

Oskar abrió y cerró la boca varias veces, intentando decir algo. Voldemort le indicó con un gesto a Bellatrix que parase de torturarle. La mujer obedeció, dejando respirar al hombre.

―Venga, Oskar, dímelo―le animó.

Oskar tragó saliva y respondió, en un balbuceo:

―Jamás.

***

Jack caminaba por cubierta, respirando el fresco de la noche. Era un hombre común y corriente, de pelo marrón y ojos azules. Era inteligente, aunque también algo soñador, pero no creía en fantasías ni cuentos de hadas. Viajaba a Londres desde Nueva York, con la intención de ver a su mujer y asistir al nacimiento de su hijo.

De repente, se paró en seco y aguzó el oído. Se oían unas voces conversando, y unos lamentos brutales, como si alguien estuviese agonizando. Se giró en la dirección de la que provenían los sonidos y echó a andar.

Vio cuatro figuras tenuemente iluminadas. Una de ellas estaba en el suelo, y se retorcía y gemía. Había una mujer a su lado, con el brazo levantado y empuñando algo que parecía una varita. Una voz de hombre impuso una orden: "Para", y la mujer bajó el brazo.

Jack se acercó más al grupo, con cuidado de no ser descubierto. El mismo hombre que anteriormente había dado la orden levantó el brazo, cuya mano también portaba una varita. Jack se preguntó qué clase de locura era aquella.

¡Legeremens! ―exclamó el hombre de la varita. El que estaba en el suelo echó la cabeza para atrás y abrió la boca en un grito silencioso. El hombre que parecía estar torturándole bajó la varita.

―Aquí no hay nada―dijo.

La mujer puso mala cara y croó:

―¿Puedo matarle, amo?

Su “amo" asintió, y la mujer abrió la boca, apuntando a su víctima con la varita.

Jack reunió valor y se acercó corriendo:

―¡No! ¡Esperen! ¡No pueden hacer eso!

Todos giraron la cabeza. El hombre rubio fue el primero en reacionar, levantando la varita.

¡Avada Ked...!

―No lo mates, Lucius―interrumpió el jefe.

Jack permaneció parado, extrañado por la conducta de aquellas personas.

―¿Matarme? ¡No va a matar a nadie! ¡Dejen este estúpido juego de una vez, y ayuden a ese hombre, por el amor del Cielo!

Con la mano señaló a el caído, que parecía al borde de la muerte. La mujer le miró con una sonrisa horrible que le heló la sangre y preguntó:

―¿Puedo matarle, amo? ¿Puedo matar también a este asqueroso muggle?

Jack se giró hacia el hombre al que se dirigía la mujer. Se estremeció al ver su rostro, blanco y de nariz como la de un reptil, pero, valientemente, no se echó atrás.

―¡Exijo saber qué está pasando! ―le gritó―¿Qué es un muggle? ¿Y qué le están haciendo a este hombre?

La mujer pareció encolerizada con su comportamiento. Avanzó hacia él, movió la varita y un corte profundo apareció en el pecho de Jack. Él lanzó un grito, se llevo las manos a la herida y cayó de espaldas al suelo, gimiendo. La mujer siguió acercándose a él, y cuando estuvo a su lado le pegó una patada en el costado y le escupió en la cara, con asco.

―¡Déjeme matarlo, amo! ¡Déjeme que mate a este repugnante muggle!

Jack quiso pedir ayuda, pero ninguna palabra salió de su boca. Se sentía débil, estaba perdiendo sangre.

―No, Bella, no lo vas a matar―le dijo el hombre de la tez blanca. Jack se alegró de oír eso, pensando que le iba a salvar, pero al escuchar la siguiente frase, el miedo se apoderó de él―. Lucius, prende fuego al barco. Dejemos que sufra.

Bella sonrió malévolamente, echó la cabeza de negros y rizados cabellos hacia atrás y río como una loca. Lucius, el hombre de pelo rubio, también sonrió, murmuró unas palabras y unas llamas salieron de su varita, ya que él también tenía una. Éstas incendiaron la cubierta, envolviéndolos a todos en llamas.

―¿Mato al mago, amo? ―preguntó la mujer.

―Sí, a él mátalo.

Hubo un destello de luz verde, y el hombre del suelo dejó de moverse.

Jack cerró los ojos un momento y los volvió a abrir, con más esfuerzo que antes. Las tres figuras estaban flotando. Sobrevolando el barco. Había cada vez más fuego.

Bajó la mirada hacia su cuerpo, y, lo último que vio, fue cómo las llamas devoraban sus piernas.

Little Magic TwinsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora