Era una mañana fría con lejano aroma a invierno y cobijada tras un manto de sospechosa tranquilidad antes del alba. Ni siquiera los perros ladraban ni el grillo tocaba su son. La quietud te despertó. Quitaste las pieles que conformaban tu cálido refugio para observar a tu alrededor. A costado tuyo se hallaba tu progenitora, dormida; el respirar de ella le brindó alivio a un miedo fantasma implantándose en tu pequeño interior. Pero el regocijo duró una brevedad cuando el desgarrador grito de afuera llenó tu ser de amargura.
—¡Levántate!
Bruscamente el agua fría chocó con la poca tibies que tu cuerpo pudo reunir en esa noche, provocando un escalofrío recorrer cada tramo de carne. Despertaste abrumada y tosiendo, con tramos de paja en tu melena azabache. El responsable te miró desde su lugar, con ojos feroces y tabaco en la boca. Bajaste la mirada sin responder o quejarte, ya habían pasado los dos días de castigo, no querías añadir otro más.
—A trabajar, india.
No respondiste al insulto o te sentiste herida, ¿por qué estarlo? Eso era lo que eras, una dakota, y no era malo, pero parecía que para los cara pálida sí lo era. El hombre te dio una última mirada antes de marcharse. Ya sabías que hacer, reunirte con los demás para reunir la cosecha de esa temporada. No había desayuno, contabas con las migas que habías recogido la noche anterior para soportar el día.
Fuiste por tus cosas para no perder tiempo, desde el porche te observaba a quien debías llamar dueño. Kevin Brown te había comprado en una subasta de pueblo donde tú junto con otros niños de otras tribus eran vendidos para servir en la siembra, con el ganado o ser esclavo de los cara pálida. Brown había quedado viudo, y siendo una peste en las labores domésticas, decidió gastar el dinero en ti. Desde ese día él no paraba de decirte lo agradecida que debías de estar con su generosa acción, pues según él, estarías muerta.
La muerte asustaba mucho a los cara pálida.
Caminaste cabizbaja, tus pies apenas vestidos con lo que a simple vista parecían ser pedazos de piel mal cocidos y las pantorrillas decoradas con una segunda capa de tierra y lodo. Ayer un ternero se había atorado en el lodo, tú y otros tuvieron que sacarlo mientras Brown solo vociferaba lo inútiles e incapaces que eran todos por no lograr sacar a un animal en menos tiempo.
Te reuniste con los otros trabajadores, tus rodillas ardieron gracias a la tierra caliente, el ojo del Sol estaba puesto en las espaldas de todos, hiriéndoles. De niña ambas al sol por su calidez, gustaba de danzar al mismo ritmo que aquellas motas de polvo a veces invisibles, a veces visibles; una fiesta de sol a la cual gustaba unirte mientras escuchabas la risa de tu madre, la de la abuela, la de las otras mujeres...
Intencionalmente cortaste parte del dedo contra una piedra filosa para olvidar la nostalgia. El recordarles no los reanimaría, sus almas se hallaban en la naturaleza y no sufrían, no debía llorar por ellos, sino por la injusta muerte que los cara pálida les había dado a toda tu gente.
Por momentos el deseo de venganza invadía tu espíritu pero no estaba en tus manos ejecutarla, tus antepasados se encargarían de ello, serían quienes trazaran con la sangre de tus muertos el destino de los culpables. Eso reconfortaba tu corazón dañado y daba paz a tu consciencia.
Al acabar un tercio de la cosecha fuiste llamada por Brown, quien remojaba su nuca y empavaba su cara en el bebedero de los cabellos, ordenándote traer manzanas a la huerta vecina. Acudiste a pesar de la distancia a recorrer, si andabas con paso rápido, con suerte llegarías antes que el coyote aullara.
Durante el camino te topaste con carretas llenas con cara pálidas y caballos siendo jineteados por más caras pálidas. No les diste mirada alguna porque siempre había problemas cuando los mirabas a la cara, les enfurecía que lo hicieras y empezaban a golpearte o a quejarse. Con su gente, mirarse a la cara, a los ojos, era mostrar tu alma y enseñarle a tu semejante lo que podías ofrecer: tu honestidad, amabilidad, lealtad, tu enojo...

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Hearts Awaken
AventureLa venganza que tanto añorabas reencarnó en ocho jinetes teñidos en el color de sus demonios. [WesternOutlawATEEZAU].