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Ayla

¿Alguna vez has llorado por las noches imaginando escenarios ficticios?

Yo sí, muchas veces.

Soy una masoquista que se tortura así misma pensando en la muerte a mis tiernos 19 años. Pero definitivamente, ni en mis más recónditas pesadillas esperé despertar y estar secuestrada.

¿En estos casos es normal sentir miedo y gritar? ¿O qué se hace?

Avel suele usarme como carnada para conseguir trabajo y obtener precios más altos por hacer su trabajo.

Su técnica es fingir no aceptar las peticiones de los clientes, así le ofrezcan el triple, desatando la ansiedad en la otra parte y aprovechando esa desesperación para llenar sus bolsillos.

Por supuesto, todos los clientes de Avel han sido muy amables y eso ya es una mala señal.

Si no son personas desesperadas por hacer trabajar a mi padre, ¿quién me secuestró?

—¿Qué harás con ella? No tiene el olor, no huele a nosotros, apesta a humano.

La voz masculina se quejó de cada pequeña cosa que sentí la necesidad de pedirle que se quedara en silencio.

—Puede ser una mestiza.

La respuesta del segundo hombre y el cansancio en su tono, me daban la razón.

El primer hombre es como una mujer buscando ropa que le guste. Todo le fastidia, nada le gusta.

—Hasta un cachorro recién nacido con la mitad de nuestra sangre tiene olor, pero ella no.

¿Cachorro?

¿Soy una especie de perro??

¿O ese es un código que no entiendo?

—Ella es como nosotros, su pelo es una prueba.

¿Mi pelo lleno de nudos me convierte en una criminal?

—Puede que solo sea una humana perezosa.

¿Me convertí en una perezosa por no cepillar mi cabello? ¡Ellos no saben nada! He intentado cortarme el pelo o cepillarlo y nada funciona.

—Si no es una de nosotros y la llevamos a la manada, tendremos que comerla.

¿Qué...?

¿Comerme?

¡Al diablo!

—No creo que comerme sea una buena idea, no tengo buen sabor. ¿Sabes que mi papá me alimenta con leche y cereal?

Estaba tan desesperada por no convertirme en una rica chuleta humana, como para preocuparme por hablar y ponerlos en alerta.

De todas formas seguía teniendo mis manos y pies atados, tan fuertemente que intentar poner resistencia o tan solo moverme, podría desgarrar mi carne.

—Tengo más huesos que carne en este cuerpo. A estas alturas posiblemente tenga diabetes, soy adicta al dulce.

La carcajada fuerte, ronca y rasposa, cesó la conversación de los dos hombres que solo se dedicaban a criticarme.

—¿Crees que nos importará el sabor? Es suficiente conque llenes nuestros estómagos por un momento.

Apenas comenzaba a presentarles argumentos sólidos para guiarlos hacia el veganismo y evitar un trágico final, cuando unas manos ásperas y llenas de callos se abalanzaron sobre los nudos que me ataban.

La libertad invadió mi cuerpo en el instante en que mis manos y pies quedaron libres con un solo tirón, seguido inmediatamente del retiro de la venda, revelando un rostro a centímetros del mío.

ARDEN©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora