Soy un ser difícil e imperfecto, un monstruo que devora la felicidad y que se hace llamar humano. Pero apareciste tú, un ángel con una sonrisa pura y eterna. Yo hablaba sin miedos contigo, de mi vacío, mi dolor y mis horribles experiencias, y tu me acariciabas, me escuchabas y sanabas mis heridas. Lo llamaste amor. Estabas en lo cierto.
Fue el peor momento de mi vida. Justo al morir mi abuelo, irme de casa, alejarme de mi familia y amigos. Que alegría tenerte. Y encima irme de Sevilla. Lo que faltaba. Quizás era eso lo que destruyó y marchitó nuestra flor, esa planta que tu iluminabas con tu sonrisa y que yo regaba con mis lágrimas. Me dolió tanto bajar y que no pudiésemos vernos. Se mezcló con lo que me hizo mi gran amigo entre muchas comillas, y yo aun no sabia la red en la que te estaban metiendo y extendiendo todavía. Lo intenté de nuevo, sin éxito. Pero ese veredicto lo tomé yo. Volví a ponerme en lo peor, pero esta vez no lo podías ver. Rompimos. Te dejé. Tomé la egoísta decisión porque no quería que vieras en lo que me iría a tornar. Fue cruel que solo yo te viese llorar. Mi decisión, mi camino, lo que merezco, es andar solo en la oscuridad, y ya te había arrastrado suficiente.
No se me da bien mentir. Lo recuerdo cada noche que sueño contigo. Me duele porque en la lógica de mis sueños, tu no me puedes mirar. No me ves, eres feliz en una vida en la que no me conoces. Yo me despierto en mi valle de lágrimas, con media sonrisa, recordando quien eres para mí, que perdí el amor que deseaba y que ahora nuestras vidas no volverán a converger.