Capitulo 1

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  Alexander Lindqvist era un chico el cual le apasionaba la pintura. Desde pequeño pintaba las verdes y grandes montañas de su tierra natal: Suecia, los azules y cristalinos lagos en verano y los blancos y brillantes prados en invierno. Siempre sacaba lo más bello tanto de la naturaleza como de las personas en cada trazo hecho con su pincel bañado en pintura o en los lápices que usaba de trazo inicial. Los retratos y autorretratos que pintaba eran como si tuviesen vida propia, como si realmente plasmara todos y cada uno de sus sentimientos, vida y parte de su propia alma en ellos.

  Cuando se fue a vivir a Madrid, España, encontró una academia especial para artistas de varias índoles: músicos, pintores, bailarines, actores y una gran gama de ramos similares, que quedaba a las afueras de la ciudad. Postuló a la prueba escrita sobre historia de la pintura, al examen de aplicación y a la entrevista, y como si de un superdotado se tratase fue aceptado enseguida. Él, muy feliz, fue a conocer el campus de la academia: parecía una universidad, tenía edificios llenos de salas, salones especializados en cada una de las áreas artísticas que se iban a desempeñar y un gran jardín lleno de flores, arbustos, bancas y patios enormes para sentarse, recostarse y para más cosas, y con vista a unas bellas montañas y a un prado de flores. Ansioso, salió del establecimiento y lo primero que hizo fue comprar materiales nuevos como acuarelas, óleos, pintura normal, pinceles, brochas, mezcladores, hojas de dibujo y más cosas, llegó a casa y empezó a preparar todo, en base a su nuevo horario.

  No durmió esa noche, su emoción lo hizo desvelar a tal punto que empezó a hacer unos pequeños bosquejos con lápices de colores hasta la hora la cual debía prepararse. Se arregló, comió bien y se marchó temprano. Mientras iba en el transporte, imaginaba lo magnífico que sería su instancia aprendiendo más y más técnicas para su arte, conocer gente con sus mismo afanes y, quizás, sus mismas pasiones. De la nada, algo llamó enseguida su atención, sacándolo de sus pensamientos: ya llegaban a las afueras de la capital. Como si del mayor descubrimiento de la vida se tratase, los ojos del chico brillaban como dos zafiros recién pulidos. Sus ánimos crecieron y se puso más entusiasmado que ayer, o que hace unas horas, o más que hace unos momentos.

  Bajó del taxi, un poco aproblemado con su bolso y la la torpeza de los nervios, y caminó a la entrada. Veía a chicos de su edad, más jóvenes o mayores que él llevando instrumentos, libros y cuadernos, entre otras cosas. Unos iban solos, otros iban con un grupo de amigos o en simples grupitos de gente. Con movimientos un tanto torpes, sacó de su bolsillo un papel doblado para ver su salón y caminó a este, mirando cada detalle de los pasillos, los cuales estaban llenos de pequeñas pinturas y fotos de, posiblemente, las personas que habían tenido el agrado de poder estar en esta academia. Subía unas escaleras hasta el tercer piso de uno de los tantos edificios, hasta llegar a un salón que tenía en la puerta escrito: “B-305”. Abrió la puerta corrediza (porque es corrediza, para mayor facilidad) y entró, un poco nervioso. Al echar una mirada dentro, quedó completamente anonadado: un gran salón con lugares de podios para pintar, un ventanal gigante usando toda esa pared que hacía que entrara la luz, atrás un gran mueble cerrado y adelante del salón un gran mesón frente a un pizarrón y otro podio, y al final del salón, otra  puerta corrediza al pasillo. Había gente ya sentada, preparando sus puestos con sus materiales, algunos charlaban, otros simplemente se sentaban solos y hacían lo suyo. Alexander rápidamente toma un puesto al lado de la ventana, específicamente el último y empezó a observar cada detalle del salón, notando unos cuadros bastante bonitos de paisajes reales y surrealistas, y reproducciones vanguardistas. Miró por la ventana y observó que se veía la gran mayoría del patio de la academia, de una perspectiva bastante suculenta para la vista de las personas, acaparando en el cuadro de visión toda la verde y llamativa vegetación, junto a detalles de colores de las delicadas flores que brotaban en señal del inicio de primavera.

  Quedó tanto tiempo mirando tan bello paisaje, que no notó cuando el profesor entró, hasta que este último se le acercó silenciosamente y le tomó el hombro. Alexander se exaltó un poco, y lo miró, avergonzado. El profesor le sonrió divertidamente dándole unas pequeñas palmadas.

-Tranquilo chico, ya podrás pintar. De momento, mira al frente y sé un buen alumno.- Dicho esto, el maestro pasó al frente, sacando de su portafolio una tiza blanca (y aparentemente nueva) para empezar a trazar líneas, escribiendo su nombre.

-Buenos días, me llamo Ariel LeBlanc y seré su profesor en el área de la pintura. No es necesario que me llaméis “profesor”, tomadme en confianza, sin problemas.- Decía esto mientras se sentaba sobre el mesón. Estuvo unos minutos charlando de lo que iban a hacer de ahora en adelante y haciendo que cada quién se presente. Por supuesto que la presentación de Alexander no fue para nada extravagante al ser nuevo y sentirse avergonzado, cometiendo uno que otro error al hablar y soltando un poco su acento sueco, haciendo que la clase se riera, pero no de forma burlesca. Ya todos presentados, Ariel pidió que cada uno tomara su podio, la pintura que quieran y que salieran a pintar lo que quisieran como primera actividad de la clase. Todos, incluyendo Alexander, salieron por las puertas de camino a buscar un buen lugar para empezar.

  Mientras el sueco caminaba por la academia, mirando por doquier a ver qué encontraba, recordó las vistas a las montañas y se encaminó como pudo a ellas. Al llegar, vio que nadie más estaba.

-Perfecto…- Susurró para él con aire y sonrisa de vencedor. Acomodó todo a su agrado y comodidad y comenzó por la imponente montaña que se le enfrentaba divina.

  Al rato, mientras pintaba el monte, un pequeño sonido lo sacó de su concentración. Corrió la mirada hacia su derecha y vio a un chico un poco moreno, cabello castaño oscuro que vestía una camisa con estampado escocés bajo la gama de tonos negros y blancos pasando por el gris, unos jeans azules y unas Nike blancas con detalles en negro. Estaba agachado sacando fotos al mismo paisaje que él con una cámara profesional, cambiando la perspectiva y el cuadro de la cámara. El otro chico, al sentirse observado, también giró su mirada para enfocarse en un chico rubio ceniza, ojos azules, vistiendo una chaqueta negra de cuero y una camiseta verde, junto a unos jeans gris oscuro y unas Vans negras. Alexander notó que los ojos del ajeno eran de un lindo color verde, parecido a la esmeralda. Ambos intercambiaron miradas unos segundos que para ellos se les hicieron eternos, ahogados en pensamientos que ni ellos podían analizar con calma. El viento ondeaba sus cabellos y sus ropas, como también este podría estar ondeando más y más la mente de cada uno. Cuando por fin pudieron tomar control de ellos mismo, se giraron a volver a lo suyo, por supuesto que algo avergonzados de lo que acababa de pasar.

El Arte de la ImagenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora