Capitulo 3

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  Seguía caminando indignado, dando pasos largos y medianamente fuertes, sacudiendo sus brazos al vaivén de su andar. No podía creer lo que había oído de boca de tal personaje tan ajeno al verdadero sentimiento de arte, según él, claro.

-“¿Enserio te gusta tanto la pintura?”. Cretino. Idiota. ¿Enserio le gusta tanto ser un imbécil?- Se decía a sí mismo a regaña dientes, y haciendo una voz chillona y burlesca al repetir lo dicho por el fotógrafo, haciendo rodar sus ojos y bufando fuertemente al terminar la frase. Ya había llegado a los jardines, pero ni cuenta se daba por su pequeña rabia; y hubiese seguido sin darse cuenta si no fuera porque chocó los pies contra unos escalones, haciendo que cayera fuertemente contra el pavimento. Sus rodillas y las palmas de sus manos resonaron fuertemente en los alrededores, junto con un pequeño insulto al aire, no muy bajo que digamos,  con tono agónico de dolor. Nuevamente algunas de sus frascos y pinceles rodaron por el suelo, algo que lo hizo enojarse un poco más. Frunció el ceño notoriamente y empezó a guardar las cosas muy molesto.

-Que linda forma de terminar mi primer día en la academia: ver a un idiota que dice que la pintura no es lo mejor y la denigra, y caerme con mis pinturas. ¡LINDO, MUY LINDO TODO!- Decía mientras se levantaba y se limpiaba el polvo, notando un agujero en la rodilla izquierda del pantalón. Bufó nuevamente y se fue a sentar a los pies de un árbol para así esperar a que el dolor de la caída disminuyera y así ir a su casa directamente y tener un largo descanso. Ya sentado, empezó a mirar el cielo y la suave luz que traspasaba las hojas, generando un ambiente cálido y sereno, como el arte japonés demostrando y tratando de representar la paz y armonía. Sonrió levemente al sentirse tan cómodo, con la cálida brisa reconfortante acariciando su blanca y delicada tez, pensando que no todo puede ser negativo en este día; cerrando los ojos para disfrutar mejor del momento, pero una voz lo desconcentró, haciendo que abriera uno de sus ojos y mirara hacia donde provenía ese llamado.

-Disculpa… ¿Estás bien?- Era un chico de cabello corto y negro, de ojos medianos y castaños. Su piel no era ni muy oscura, tampoco muy clara; vestía una camiseta azul eléctrico, pantalones negros y unas Convers tradicionales, y cargaba unos cuantos libros y un bolso cruzado desde su hombro derecho, pasando sobre su pecho, hasta el costado izquierdo. Alexander se incorporó para verle mejor y no ser descortés.

-Sí, ¿por qué lo preguntas?- Dijo con una voz suave y despreocupada.

-Pues, te vi caer hace unos momentos. Estaba algo lejos para auxiliarte enseguida. ¿Seguro que estás bien?- El chico se veía muy preocupado por el sueco. Este último sonrió cálidamente y se levantó, saltando un poco en su lugar.

-¡Claro! ¿Ves? Nada roto. No debes preocuparte, tranquilo.

-Soy Alberto. Alberto Montoya, un gusto.- El desconocido estiró su mano amablemente en señal de educación.

-Alexander Lindqvist. El placer es mío.- Este estrechó firmemente, mas no demasiado fuerte, la mano del nuevo conocido. Comenzaron a charlar y conocerse un poco más. Alberto es escritor, lleva un año y medio en la academia y ama leer libros.

-Noto que eres nuevo, ¿me equivoco? Aún que suene raro, conozco la cara de casi todos los estudiantes, a pesar de no ser un número muy elevado.- Encogió la cabeza entre los hombros al decir esto, algo avergonzado. Alexander rió levemente ante la acción del chico.

-Tranquilo, cuando yo vivía en Suecia me pasaba algo similar. Debe ser común al estar tanto tiempo viendo las mismas caras todos o casi todos los días, ¿no?- Ambos chicos soltaron una suave risa. Acordaron ir a tomar un café, con muestra de su talento para así conocerse más poco a poco.

  Bajaron del taxi al llegar al centro de la ciudad y caminaron unas cuadras hasta ver un café más o menos vacío. Un local rojo con varios ventanales, un cartel atravesando el ancho de la pares por sobre la puerta y ventanas, delgado y negro. “CENTRAL” con letras modernas anunciaban el nombre del café-bar. Un pequeño anuncio circular en luces LED rojo avisa que hay música en vivo, algo que a ambos le llamaron la atención, junto con los menús y promociones del día. Entraron convencidos y se asombraron al ver lo siguiente: cuatro pilares decorados con espejos, que atravesaban proporcionalmente el ancho del local, no muy grande pero tampoco muy pequeño. Podría decirse que era de un tamaño adecuado. Las paredes estaban pintadas de dos colores, mitad superior amarillos no muy fuerte, y la de abajo era anaranjada tampoco muy fuerte, al igual que los pilares. A la derecha, un gigantesco bar, lleno de botellas medio llenas y medio vacías, tazas y cafeteras por el medio, y una barra para que los camareros tomen los pedidos de sus clientes, sin olvidar mencionar unos asientos frente al ventanal. A la izquierda, más asientos. Mesas circulares y otras cuadradas y rectangulares mínimo para dos y máximo para cuatro. En la pared de ese lado, habían asientos de esos que van pegados en el muro, como sillones. Al fondo, más mesas de ese estilo y un pequeño escenario, con un piano, un chelo, una batería de jazz, un saxofón y micrófonos. Al ver los instrumentos, ambos dedujeron que este aire era del jazz, algo que los hizo sonreír.

-Disculpad, ¿tenéis reservación?- Una fémina voz los sacó de su mente. Una chica un poco más mayor que ellos vestía pantalones, camiseta y un delantal negro, con la marca del café-bar y una coleta alta, que sujetaba su castaño y ondulado cabello mas dejaba caer un poco de un flequillo por sobre su ceja derecha.

-Ehh… No, ¿es con reserva?- Dijo Alex, un poco asustado.

-No teníamos ni idea que era con reserva esto, señorita.- Siguió Alberto.

-No os preocupéis. Tenemos mesas para los que no tienen reserva. Seguidme, por favor.- Dijo la chica amablemente, con una amplia sonrisa en su cara. Los guió hasta una mesa que estaba desocupada, al fondo de todo, pero que daba igualmente al escenario. ¡Vaya suerte!, pensaron ambos. Se sentaron y les entregaron una carta con los cafés. Mientras veían qué pedir, notaron que habían personas tomando unas cofas, y otros unos cafés simples. Poco a poco se llenaba el lugar, pero no era molesto. Alberto pidió finalmente un Espresso Panna y Alexander un  Café Latte. La chica tomó los pedidos y se fue a la barra antes mencionada. Ambos empezaron a hablar nuevamente, platicando sobre su arte. Se entregaron un cuaderno cada uno y vieron un poco su contenido. Alberto se sorprendió por la habilidad de pintado y rellenado, combinación de luz y sombra que le daba ese toque mágico a cada dibujo y pintura, estaba fascinado; y ni mencionar al sueco. Sus ojos no dejaban de leer cada cuento, cada historia que su contrario había escrito, la redacción era perfecta (según él, claro), te enganchaba en la historia y te hacía imaginar todo, son excepción. Justo antes de que ellos dos hablaran y dijeran su visión al respecto del otro, se empezaron a escuchar aplausos leves, haciendo que ambos miraran al escenario. Estaban subiendo personas, tomando los instrumentos y empezando a tocar Jazz instrumental, bastante relajante y de ambiente. Se miraron asombrados y la chica llegó con sus cafés. “Definitivamente, este día no puede ser mejor”, pensó finalmente nuestro chico, dando un sorbo a su café, que por cierto, estaba delicioso.

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⏰ Última actualización: Sep 17, 2014 ⏰

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