Es la sensación de frío y la necesidad de cobijas aquello que despierta a Kagura de su sueño. Sin previo aviso la temperatura ha descendido diecisiete grados en Tokio y aquella ligera sábana con la que se arropó la noche anterior ahora resulta insuficiente. Ni siquiera quiere saber qué hora es, así que evita mirar la pantalla de su celular para no enterarse de que, quizá, le queda sólo una hora de sueño hasta que el sonido de la alarma termine de despertar a la otra perezosa mitad de su cerebro que se niega a dejar la comodidad de la cama para siquiera buscar algún cobertor.
Con esfuerzos y los ojos más cerrados que abiertos se arrastra hasta el armario con pasos cortos y pesados a escudriñar en la penumbra de la noche las benditas mantas; cuando las encuentra se hace un ovillo en la cama con ellas, intentando recuperar todo el calor que ha perdido mientras aprieta los dientes para parar el violento castañeo. Luego de varios minutos y de acabar con los músculos más engarrotados y adoloridos que después de una práctica con HDZ48, se da cuenta de que es demasiado tarde para intentar seguir durmiendo: el sueño se ha marchado y todo lo que le queda es la habitación oscura y la sensación de que se está olvidando de algo.
La mente de Kagura no funciona lo suficientemente rápido esa madrugada cuando antaño habría recordado la razón de su aparente inexplicable desvelo con rapidez. No es hasta que sus ojos, acostumbrados ya a la ausencia de luz, alcanzan a percibir detrás de las quietas cortinas de su habitación la ligera silueta de la nieve cayendo. "Ah, debe ser invierno" piensa, pero van a mediados de noviembre; apenas están en la segunda mitad del otoño. Sus ojos se clavan en la ventana, en la cortina y en las siluetas de la nieve cayendo afuera. Por un instante casi efímero su tiempo se congela al igual que sus pensamientos, pero el sombrío tic tac del reloj de pared que se encuentra afuera, colgado en el solitario pasillo de la casa, le recuerda a Kagura que sólo es una ilusión producida por la nostalgia y la melancolía. Sacude la cabeza como si quisiera deshacerse de aquellas remembranzas que comienzan a invadirla con una fuerza tal que parece que todo aquello ha ocurrido sólo hace unas horas y no hace ya siete años, como viene siendo la verdadera cuenta.
—Hubiera elegido compartir la habitación con Soyo y no con Otsuu, ella siempre está ocupada—susurra para sí misma, intentando ocupar su mente en otra cosa y no en el trece de noviembre que ha sido dejado atrás, arrastrado en el vaivén de los días y los meses que se desdibujan antes de volver a regresar. No le gusta pensar en eso. Le recuerda lo mucho que ha cambiado, las partes de sí misma que perdió por alcanzar su sueño; lo difícil que es sonreír todo el tiempo.
Aunque Kagura intenta distraerse pensando en la habitación que ha rechazado, es incapaz de concentrar sus pensamientos en el cuarto al cruzar el pasillo, donde seguramente Soyo ya ha abandonado su propia cama para acabar abrazando a Nobume, acurrucada, para apaciguar esos ramalazos de algo que Kagura asegura es el invierno—. ¿Cuánto durará este invierno? —se pregunta antes de dejarse llevar por las viejas sensaciones evocadas por su mente.
OoOoOoOo
—Oi, idiota, ¿cuánto dura el invierno? —pregunta una Kagura Yato de quince años abrazándose a sí misma y con las orejas tan rojas como la punta de su nariz.
Sougo chasquea la lengua y se cubre bien con su bufanda tejida. Kagura sabe que no se compadece de ella ni de la temblorina a la que está sometido su cuerpo. Esa misma mañana el chico le había presagiado que al caer la tarde el frío recrudecería, pero ella le ignoró y sólo tomó una fina chaqueta del perchero antes de unirse a él de camino al bachillerato.
—Ni siquiera estamos en invierno, China. Te has saltado toda la primaria. Es noviembre. Noviembre —espeta Sougo mientras Kagura frota una mano contra la otra en busca de calor. Tiene las palmas congeladas, los dedos son casi un fantasma.
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Debe ser Invierno
Fanfiction"Oi, idiota, ¿cuánto dura el invierno?" pregunta una Kagura Yato de quince años abrazándose a sí misma y con las orejas tan rojas como la punta de su nariz. Sougo chasquea la lengua y se cubre bien con su bufanda tejida. "Ni siquiera estamos en invi...