— ¿Te quieres suicidar?— preguntaron sus padres al unísono. La pequeña solo agachó la cabeza y se mantuvo en silencio.No contestaría lo que es obvio.
— ¡Gasto dinero para nada en tu educación para que me vengas con estas cosas!— se quejaba el mayor—. Una escuela religiosa y eres así, ¿crees que cuando llego a la casa quiero recibir malas noticias de tu mamá?, ¿crees que quiero andarme preocupando? Yo llego y quiero estar en paz, no estar pensando en si estás bien o no—. Noa sólo podía estar en silencio, no tenía fuerzas suficientes para contestar y ganas le faltaban.
El ambiente era tan tenso que no atrevía a moverse ni un poco, pues tenía rabia y miedo a la vez. Rabia por el hecho de que su misma familia la tachaba de desconsiderada, de desagradecida, de ser una desgraciada y el miedo se debía a que no sabía de que era capaz su padre, ni su madre o siquiera sus hermanas.
No conocía a nadie dentro de esa casa.
