Semana 2 (14-20 de Enero)

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2. Escribe un relato sin utilizar un solo adverbio -mente.

Llegó el invierno, ¡es la mejor época del año!

Okey, okey, tal vez exagero.

¿Mmm? ¿Qué quién soy yo? ¡Ah! Pues soy un gato y si preguntas por mi nombre, tengo muchos: Diez me llamaron al llegar a esta casa, Papachón me dicen cuando van a darme apapacho y en días recientes me dicen Gordo, aunque no entiendo muy bien porqué.

¡Ah, si! Te preguntarás porqué creo que el invierno es la mejor época del año. Bueno, a diferencia de ustedes los humanos, nosotros tenemos mucho pelo y -a menos que tengamos la mala fortuna de vivir en la calle-, el invierno nos sienta bien.

A mí y a mis hermanos nos cepillan todos los días, cosa que no ocurre en verano, mi pelo está suave y brillante.
Hace frío, es cierto, y por lo mismo siempre hay un regazo dispuesto para dormir una siesta. Es la única época del año en que nos permiten acurrucarnos en el sillón o en sus camas. Normalmente nos corren a nuestro futón en el piso.

Por las noches, dormimos todos juntitos y hechos bolita para mantener el calor. Y si enfría demasiado, siempre hay una mano cariñosa que nos levanta y nos lleva a la recamara de nuestros padres adoptivos. Allí hay un peluche de perro en donde mi hermana Miyu prefiere dormir. El más pequeño se acurruca en algún hueco sobre las cobijas y "La bola de pelos" se duerme abrazándolo a él, pero al final casi siempre termina cerca de sus cabezas. Con tanto pelo creo que hasta en invierno le da calor.

Ella siempre intentaba meterme bajo las cobijas, ¡pero yo lo odiaba! Esta obscuro y huele a queso pasado. Un día, en que yo estaba enfermo y demaciado débil como para oponer resistencia, ella me arropó junto a su pecho y se quedó junto a mí, velando mi sueño. Ese día descubrí que estar bajo las cobijas no es tan malo, no hace nada de frío y si pego mi nariz a su pecho solo siento su aroma. Es tranquilizador.

Prrrr... prrrr... prrrr ...

¿Ah, siguen aquí? ¿Qué más quieren que les cuente?

¿Cómo llegué hasta aquí?

Mmmm...

Yo era muy chiquito. Unos niños nos separaron a mí y a mi hermana de nuestra mamá. Nos llevaron a una casa, parecida a donde vivo ahora, pero por la noche nos echaron a la calle, no sabíamos en donde estábamos y no podíamos hallar a mamá. Traté de volver con esos niños pero creo que equivoqué el camino -y me alegro-, llegué a una puerta con un aroma familiar. Tenía frío y estaba muy cansado, intenté entrar pero solo cabía mi patita por debajo de la puerta. Tenía muchas ganas de llorar, no sabía hacia donde estaba mamá y mi hermana había corrido en sentido contrario a mi. Estaba solo.

La puerta se abrió y una persona me miró. Yo no sabía qué hacer, me encogí, quería correr, pero decidí intentar entrar... la puerta se cerró. Allí no me querían, o eso pensé, estaba por irme cuando la puerta se volvió a abrir y sentí unas manos tibias que me levantaron del piso y me acercaron a su pecho. "Tiene pulguitas" dijo una voz. Esa noche dormí en una cajita, me preocupaba mi hermana, pero era mayor mi cansancio.

Llegó el sol y con él ¡agua! Sé que era agua porque mi pelo se sentía húmedo, pero era un agua extraña porque no estaba fría.

Intentar huir es imposible, lo sé muy bien. Cuando los humanos deciden bañarte, no hay escape.

En esa casa había otro gato, Mizar, le decían. Él me acogió y me tranquilizó diciendo que había llegado a un buen hogar.

De algún modo mi familia adoptiva se enteró de mi hermana y la encontraron, ¡trepada en un árbol! En cuanto entró por la puerta fué directo al agua. Ella temblaba, no sé si de frío o de miedo. La pusieron junto a mí y yo la abracé y comencé a acicalarla imitando a nuestra madre. Pronto se tranquilizó y así es como vivimos juntos en esa casa por dos estaciones.

Ella no se quedó, siempre se metía en problemas. Yo le advertía que no robara la leche de nuestros hermanos humanos, pero ella no me escuchaba.
Un día se la llevaron con otra familia.

Hace ya ocho inviernos que vivo aquí, he tenido muchos amigos gatos, algunos llegan chiquitos y temerosos; no me agrada mucho el olor que tienen cuando llegan, huelen a tristeza, hambre y soledad. Se quedan unos días o a veces unas estaciones y después se van a otro hogar.

-¡Papachon! ¿Dónde estás?

Ya me están buscando.

-Aquí estabas. ¿Te gusta ver por la ventana? Vamos, que ya es hora de comer. ¡Vaya que pesas!

¡Oh sí, hora de comer! Además de mi siesta sobre su regazo, la hora de comer es mi parte favorita del día. A mí y a mis cuatro hermanos nos dan de comer juntos y el que no se apure ni modo, le toca compartir conmigo.

¿Eh, espera, que haces? ¡Los platos están allá! ¡¿Por qué me metes en la transportadora?!

-De hoy en adelante comerás aquí, el veterinario dijo que tienes que bajar de peso. Aquí está tu comida de dieta y te dejaré salir cuando los otros hayan terminado. Ya te conozco.

¿Comida de dieta? No sé qué será eso pero ... snif... snif... ¡Huele bien!

¡Hey, miren! ¡Me dieron comida de dieta y a ustedes noooo!

No importa cuántos seamos, sigo siendo el consentido.

52 retos de escritura 2019Donde viven las historias. Descúbrelo ahora