IV. Dos padres

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Los niños suelen decir lo que piensan sin intención de lastimar, aunque al ir creciendo aprenden el poder de las palabras.

Emilia había encontrado en el jardín de niños algo parecido al calor familiar. Todo lo que ya había perdido en casa aún podía tenerlo con sus amigos y sus maestras. En su realidad así era.

Fue hace dos meses que comenzaron a hostigarla con preguntas sobre sus padres.

– Diego dice que tienes dos papás. – dijo Rosa, la amiga de Emilia.

– Diego es un mentiroso. Solo tengo un papá y una mamá. – respondió Emilia.

– Mi mamá dice que tu mamá tiene dos esposos. – dijo la niña Fernanda.

– Eso no es normal. Las mamás tienen solo un esposo y los papás solo tienen una esposa. – dijo el pequeño Carlos.

Emilia no sabía manejar la situación. Ella no era consciente de lo qué pasaba en su vida.

Durante un juego con varios niños y las maestras, el tema apareció de nuevo.

– Muy bien. Hoy vamos a jugar a contar historias. – dijo la señorita Amanda.

– ¿Quién quiere empezar? – preguntó la señorita Lucía.

Todos los niños levantaron las manos. Todos querían jugar.

– Había una vez una princesa que tenía magia y podía volar. Un día la malvada bruja apareció y la princesa usó su barita y todos quedaron felices para siempre. – dijo Margarita.

– Muy bien, Margarita. Aplausos. – dijo la señorita Lucía.

– ¿Quién más? – apuntaba la señorita Amanda a los niños mientras estos levantaban las manos. – Va Diego.

– Había una vez una niña... – el niño miraba a Emilia mientras hablaba. – que le gustaba jugar con sus dos papás y se divertían mucho.

Varios niños se taparon la boca mientras susurraban el nombre de Emilia; otros se miraban y mostraban sorpresa con las manos en las caras.

– Silencio niños. Silencio. – dijo la señorita Lucía.

Ambas señoritas se quedaron varios segundos en silencio. No supieron qué decir, así que continuaron con el juego.

Al terminar el jardín, su hermano la recogió. Emilia no podía contener las dudas que tenía y le contó lo que había pasado.

– Y para qué haces caso. Son solo niños estúpidos. – dijo Enrique mientras sujetaba a su hermana para cruzar la avenida.

– ¿Pero qué significa? – insistió Emilia.

– Ya cállate. Gasto mi tiempo recogiéndote como para hablar contigo. Si quieres saberlo pregúntales a tus padres. – Enrique se encolerizaba más.

– ¿Por qué nadie quiere hablarme? – la niña comenzó a llorar.

– ¡Ya cállate, ¿acaso no entiendes?! – el rostro del joven mostraba furia, pero sus ojos evidenciaban el dolor que sentía al tratar a su hermana de tal manera.

Enrique sabía que la amabilidad solo lo podría quebrar. Había pasado meses sufriendo en solitario; no podía permitirse ser amable. Ya no más.

Aquella noche Emilia lloró; no por los comentarios de sus amigos ni por el rechazo de su hermano, sino por los gritos en la sala. La señora Flor había llegado a casa tras enterarse de la situación de su sobrino. Quería hacerlo reaccionar sobre el camino que estaba tomando. Quería ayudarlo, pero Enrique estaba muy aferrado a su dolor y rencor como para poder entender.

– Ya quiero que acabe. ¿Cuándo va a acabar? – me preguntó la niña.

Sé que los otros prefieren decirles a los niños lo que quieren oír y así convertirse en su mejor amigo, pero yo soy diferente. No le dije nada, solo me quedé a su lado hasta que se durmió.

– Seguro Diego no sabía qué decía. A veces los niños, incluso los adultos decimos cosas sin pensarlo que nos hacen equivocarnos. – le dice la psicóloga.

– Sí. Diego está equivocado. – afirma con seguridad Emilia.

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⏰ Last updated: Jan 26, 2019 ⏰

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