La señorita de las cartas

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¿De qué me enamoré...?

Ahora miró al infinito, sentado sobre esta barandilla, arriba del todo, arriba del edificio, arriba del mundo entero, ah...

Y todo vuelve a la misma pregunta, en un mundo infinito, donde todo es posible, donde puedes moldear tu vida para que sea lo que quieras, u otros pueden moldearla para que sea lo que ellos quieran, desde la primera hasta la última pregunta que me podría haber preguntado, que me he preguntado, y que me preguntaré. De todo, todo, vuelve a esa pregunta ¿De qué me enamoré?

La señorita de las cartas

Y supongo porque la vida es cliché, porque todo se repite una y otra vez, y no podemos evitar ver o leer las mismas cosas, tendré que empezar desde el principio, porque bueno, "comienzo" definitivamente no significa final.

Era eso, lo de ser cliché, lo de levantarse todos los días y hacer esas cosas que todos hacen, aunque fueras la persona más especial del mundo, con cualquier personalidad, con la historia más hermosa o más horrible que existe, lo haces como todos, te levantas, te quejas de la molesta alarma que suena con violencia en tu oído, te vistes o bañas, o te lavas los dientes, pero siempre es lo mismo.

Entre las trivialidades de la vida, yo, tenía algo especial, después de hacer las cosas más humanas dictaminadas por nuestras cabezas, después de la rutina mañanera que es tan repetitiva que prácticamente es automática, que es prácticamente inexistente de lo normal que es, yo, aquel chico sin importancia, sin nada especial, tenía algo especial.

Iba todas las mañanas y revisaba el buzón, el de las cartas claro, y ahí estaba, una carta, siempre escrita para mí, y es que, ya hacía tiempo que las recibía, al principio, creí que era algún loco que me observaba, que estaba obsesionado conmigo, pero supongo que eso era mi egocentrismo hablando. Pero no, no era algún loco sacado de una película de terror, era una hermosa chica, bueno, al menos, yo siempre me la imaginé hermosa, porque nunca le había visto el rostro, se había presentado a mí de manera cordial y desde la segunda carta que me había dado yo había comenzado a darle cartas a ella, era como mensajearse por celular, pero mucho, mucho más personal, las cartas tenían su olor, su tinta, y errores, era algo tan pero tan diferente.

Y aquel día no era distinto, ya llevaba semanas tratando de convencerla para que nos veamos, había tratado de espiar, para atraparla de sorpresa cuando dejara la carta, miraba por la ventanilla del edificio, pero nunca nadie entraba a dejar cartas, era algo mágico, siempre las ponía ahí sin que yo la viera.

Aquello me había dejado sin más opción que preguntar, y por no decir, rogar para que me dejara verla, ya habían sido dos años, dos largos años, en los que veníamos hablando, y yo, no tenía segundas intenciones, quería conocer aquella joven, ver cómo era y hablar, porque, las cartas eran prueba de que teníamos mucho de lo que hablar, mucho.

Pero ella, ella tenía buenas razones para no hacerlo, y era cierto lo que decía, lo especial que había en la relación que teníamos, era, que era única, diferente, nadie tenía algo como lo nuestro, nunca nada en mi vida ni en su vida se sentiría como lo que sentíamos en aquel momento, y ella tenía razón.

Esa mañana, más bien, aquel día, fue donde todo comenzó, un golpe de realidad chocante, que me llevaría a la barandilla donde escribo esto, quizás, simplemente fue un botón, que apreté o alguien más apretó para empezar la cuenta regresiva que era mi vida, oh, vida.

Después de dejar mi carta, fui rumbo a la escuela, aquel día estaba especialmente pensativo, pensaba en varías de las cosas que ella me había contado, caminé por un largo camino de sakuras, recuerdo, una vez haberle preguntado si había besado a alguien, y sí, había sido en aquel largo camino de sakuras, que besaban a todos con sus pétalos, y es que, era casi metafórico dar un primer beso en un lugar así.

¿De qué me enamoré?Where stories live. Discover now