Prólogo.

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Día 7.

Aquí y ahora.

Las pastillas me adormecen, resultan más exhaustivas que los días de compras con Lexi.

Las enfermeras entrando hora por medio a mi habitación para controlarme me frustran pero aprendí a callar, sonreír y procurar hacerles creer un intento de "estoy bien" sabía que si no lo hacía, vendrían con esas agujas que me dejarían horas inconsciente para después despertar y que mi cuerpo no respondiese.

Sentía la sensación de haber caminando por horas bajo el sol del desierto sin agua.

Me sentía cansanda mentalmente y físicamente destruida.

Aquí todos parecían robots controlados por pastillas y enfermeros. Había horas para el baño, el desayuno, el almuerzo, la merienda y la cena.

Aquí todos fingían mejorar con pastillas.

¿Puede una pastilla curar la demencia?

Lo dudaba.

Solo podíamos vestir con estúpidas batas de color blanco.

Confieso que aborrecía ese color, un poco más que las comidas que yo misma preparaba.

Estar aquí me resulta agobiante.

En las terapias guardo silencio bajo la resignada mirada del psiquiatra.

En siete días ya había tenido tres de esos doctores.

Nadie comprendía que no estaba loca, la loca era mi abuela que por mis actos rebeldes logro internarme en este repugnante sitio.

Ayer me peleé con una interna. Me confundió con Lara, la amante de su esposo. Hasta ahora conservo el pequeño moretón en mi cuello.

Quería irme. Necesitaba salir de aquí o la locura, la rutina y las pastillas terminarían por consumirme.


Aquí y AhoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora