A que sabe la nostalgia

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En una noche de enero, la lluvia torrencial inunda las calles e impide salir de casa. La única ventaja, es domingo y no hay motivos para salir a la calle.

Por lo cual, Lucila se dedica a contemplar la lluvia desde su amplia ventana acompañada de su schnauzer llamado Skippy, un chocolate Abuelita y un bocadillo que encontró por ahí.

Skippy dormía plácidamente en su cojín y de cuando en cuando alzaba las orejas porque un trueno le había asustado. Lucila, en cambio, eligió a Kafka para ser su compañero de noche y con música de fondo, a Mozart.

La lluvia le traía recuerdos. Diversos rostros fantasmales se dibujaban en su ventanal. El rostro de su madre, de su padre, su ex pareja...Ahora se encontraba sola enfrentando a cada uno de sus demonios.

El rostro enfermo, triste y sin vida de su madre.

El rostro duro, inexpresivo y ausente de su padre.

El rostro sonriente, furioso y mentiroso de su ex pareja.

Cada uno estaba ahí, frente suyo, recordandole lo sola que estaba en ese momento. Recordandole que la vida es corta, que ningún ser vivo es eterno. Recordandole que el vacío que ella sentía era el resultado de múltiples ausencias, engaños y traiciones. Recordando, que el único que era sincero con ella era Skippy.

Sus lágrimas fluyeron de forma incesante, el chocolate lentamente se enfría.

Sus bocadillos se endurecieron y sus ojos, se quedaron secos, sin lágrimas.

Esa noche, esa lluvia torrencial era un mensaje divino que le acompañaba en su sufrimiento, era una forma que la Tierra tenía para compartir el dolor, para decirle que no estaba sola. Un mensaje que no sabía cómo interpretar.

El sonido de la manecilla del reloj, de que el tiempo siempre va hacia delante, mientras que una, se queda poco a poco destrozada, en un momento, en un pasado, en su mejor día, en sus mejores fechas.

Pasarían los años, diez, veinte, treinta y seguiría estancada, anhelando un futuro que pudo ser...por los "hubieras" que no tuvo las agallas de decidir.

La nostalgia sabe a besos no dados, a momentos no vividos, a personas que entran y salen de nuestras vidas, sabe a una noche de lluvia.

Lucila, se levanta de su sofá y corre hacia la tormenta, hacia el caos que se ciñe en el exterior.

Su perro, arqueando una ceja trata de seguirla pero se detiene en la puerta y espera sentado.

El viento se lleva su gritos, la lluvia torrencial limpia sus mejillas y los estruendos esconden su agonía.

Su cuerpo, agotado de tanto lloriqueo, cae rendido en el pasto de su jardín.

El tiempo siguió su camino y Lucila, se quedó en aquella noche de enero para siempre.

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