PIGMAN

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Esta noche de domingo, como suelo hacer casi sin ganas Y de manera periódica estos últimos meses, abro la aplicación Tinder desde mi teléfono que, al llevar ya horas -o talvez días- sin ser apagado empieza a quemar las yemas de mis dedos, haciéndome creer que mi móvil está tan caliente como lo estoy yo.

El logotipo, una pequeña llama roja sobre blanco, salta a mi pantalla y se desvanece, dejando a su marcha y sobre un fondo blanco onírico (el mismo blanco imposible usado en tantísimas aplicaciones, sitios web, aparatos y demás dispositivos relacionados con la ciencia y/o la técnica, con la intención de que el usuario lo relacione con la pureza y la luz divina que alumbra y provee) mi foto de perfil, recordándome qué imagen pretendo vender a toda aquella chica (o chico en caso, sucedido en alguna ocasión, de que me apetezca amagar con jugar en ese campo) que se encuentre mi perfil navegando errática, a la deriva, por la mar desconocida y amenazante indiferente que es esa aplicación de citas.

Mi foto de perfil, que contiene en un circulo mi cara y tres de los dedos de una mano, los suficientes para que se intuya que hago un gesto de cuernos con ella, desaparece como hizo la llamita, y la cara de una chica preciosa aparece.

Tiene unos ojos preciosos. Talvez esté mal que lo diga yo por tener los ojos azules, pero los ojos claros me parecen tan fascinantes... da la impresión de que puedas pasar por encima y a través de su cara y puedas llegar directamente al alma de quien posee esos nítidos iris.

Esta chica me gusta, voy a ver qué dice sobre ella.

Resulta que le gusta mucho salir de fiesta, escuchar reggaeton y flamenco y, aunque no lo dice muy claro, parece tenerle aversión a toda cultura escrita. No creo que podamos llegar a congeniar; no me imagino teniendo una conversación de mi agrado con esta mujer, o mejor dicho, con esta niña. No solo por la edad -aunque esos diecisiete años que tiene según su perfil hacen que me estremezca ligeramente al ser menor que mi hermana pequeña- sino porque sin un desarrollo consciente de la mente nadie puede salir del estadio infantil, y esta chica no ha tenido ese desarrollo a mi juicio; es una niña.

Con la intención de hacer desaparecer esa engañosa niñata de mi pantalla trato de darle al símbolo que me evoca rechazarla, con tal torpeza que mi ganso dedo da en el lateral de la imagen de esa cría. Otra foto aparece; la segunda de 4 fotografías. En esta ya no solo se ve su cara, ahora parece que a la cría le han salido tetas.

Aunque no me veo a mi mismo, siento que mis pupilas se dilatan al ver tanta carne -no es lo único que empieza a aumentar de tamaño- y ahora  aun menos me importa la música que escuche, ni cuales sean sus aficiones, ni siquiera si ha cogido un solo libro en su vida. 

¡Dios, no me importa ni si sabe lo que es un libro!

Le vuelvo a dar al lateral de la imagen, con la esperanza de que esta nueva-hallada diosa de la fertilidad me brinde otro plano de sus golosos pechos con el que poder alimentar mis lascivos deseos. Para mi decepción esta nueva fotografía carece de obscenidad; se trata de un plano detalle de su ojo con un póster, en la que, deduzco, es su habitación, que enmarca las famosas siluetas de los míticos personajes de una de mis películas favoritas; reservoir dogs

De alguna manera, entiendo que con esa bagatela de merchandising esta sensual y descarada zorra quería distraerme de que no me está enseñando sus tetas, ni su culo, ni su coño.

Paso a la siguiente foto, ahora cabreado con esa puta que se cree que sus ojos le pueden importar lo mas mínimo a alguien: si quieres atención, ¡Desnúdate y ponte guarra!

Ésta es mejor que la anterior. La muy puta se ve de perfil, apoyada e inclinada en una pared, sacando culo disimuladamente -por mucho que disimule, yo, que la conozco más aun que ella misma a pesar de no saber su nombre, sé cuando lo hace a propósito- para que yo lo vea, para que yo me imagine empujándola, en esa misma plana, con mi polla dentro suyo y haciéndola gritar, sin importar si son gritos de placer o de dolor. De hecho, seguro que quiere que la reviente y le haga daño; lo sé, puedo verlo en su mirada.

PIGMANWhere stories live. Discover now