CAPITULO 1

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Capítulo 1: PESADILLAS

Él me va matar.

Veo sus ojos y lo sé, él me va a matar.

La brisa es bastante fresca, casi llegando a fría, supongo que el invierno esta en su mitad. Es una noche sin luna, la única luz existente es la artificial proveniente de las farolas que están puestas a lo largo de las calles y de uno que otro negocio, salvo que desde hace más de tres calles ya no hay negocios y si los hay todos se encuentran cerrados.

La hora deben de pasar más de la una de la mañana.

Él viene detrás de mí, muy cerca, silencioso como un gato, peligroso como un tigre, y perverso como un demonio.

No hay nadie en los alrededores, excepto él y yo.

No sé donde estoy, quiero irme de ahí, quiero irme a casa, quiero, como mínimo, tomar un camino más transitado pero no puedo. ¡No puedo!

Una calle más abajo hay una chica, alta, pelinegra, vestida para una fiesta. Una ráfaga de aire le pega en la cara moviendo su cabello y de repente se detiene, luce confundida como si la ráfaga la hubiera regresado de un lugar muy lejano. Se da la vuelta y hay lágrimas negras recorriendo sus mejillas. Tiene la belleza de una niña que se convierte en mujer, no ha de tener más de 16 años de haber respirado por primera vez.

Ve al tipo detrás de mí y eso le provoca una gran palidez. Seguramente ve lo que yo vi: la escasez de personas, la oscuridad de la noche, la manera de andar de ese hombre vestido con pantalones gastados y una sudadera con capucha. Esta cerca, muy cerca.

Ella se queda inmóvil, viéndolo, esperando que esa sensación de alerta sólo sea su paranoia y los recuerdos de la mala noche. Entonces él levanta sus ojos, y ve en ellos toda la locura, el odio y la maldad que yo vi. Y también lo sabe.

A lo lejos se escucha un estruendo seguido de claxon, y a la derecha, a unas tres calles de distancia hubo un choque no muy grave, y los conductores salen de sus vehículos para echarse la culpa mutuamente. Seguramente la chica piensa que puede correr hacia allá y pedir ayuda, es una buena idea.

Echa un último vistazo antes de empezar a correr y ve el brillo de la farola reflejado en el filo de una navaja. Se paraliza por un segundo, el cual fue el tiempo suficiente para que él le cerrara el paso hacia la derecha, por lo que a la chica no le quedo otra opción que irse hacia la izquierda, allá a donde no hay absolutamente nadie.

Corrí detrás de ellos porqué tal vez, solo tal vez, con un poco de suerte podría salvarla.

La chica llevada ventaja unos cuantos segundos que se convirtieron en unos metros. Entramos a un pequeño parque donde yo pude adelantarme y casi alcanzarla a ella. Dio un salto para evitar unos arbustos dejando una de sus sandalias atrás. Seguimos corriendo con la adrenalina recorriendo todo nuestros cuerpos, muy seguras de que estábamos corriendo por nuestras vidas.

Saltó por encima de una banca pero al volver a tocar el suelo, la falta de calzado le cobro una y cayó, sólo alcanzando a poner las manos para no caerse de boca contra el suelo. Estaba a punto de agacharme para ayudarle pero ella ya estaba de nuevo de pie y reanudando la marcha. Las dos corrimos a la par.

Ella estaba toda llena de tierra, con el aliento agitado y la pierna izquierda tenia, a pesar del pantalón, un feo raspón. Yo tampoco estaba en la gloria, el frio aire de la noche me calaba en los pulmones y el corazón me latía muy fuerte en el pecho. A pesar de la adrenalina en nuestro sistema, ella luce mal y sé que en cualquier momento se caerá y esta vez no se podrá levantar.

Mi mente negándose rotundamente a abandonarla, buscada desesperadamente una escapatoria. Esconderse era el mejor plan, pues ahí no había nadie que nos pudiera ayudar pero la pregunta era: ¿Dónde?

AdrenalinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora