* * *
—Este caballero —dijo el hombre regordete, señalando a Watson, casi despectivo—, ¿es de confianza? —Ante aquellas palabras Watson solo sonrió, como le habían enseñado, como él lo había aprendido. Un Omega debía mostrarse respetuoso incluso ante el más vil de los Alfas. Y por más que Watson lo odiara, Milverton era uno de ellos.
—El doctor Watson en mi socio y pareja.
—Muy bien, señor Holmes. Tan solo protestaba en interés de su cliente. Se trata de una cuestión delicada.
—Él está al corriente.
—Entonces, vayamos directo al asunto. Dice usted que actúa en nombre de Lady Eva, ¿le ha autorizado ella a aceptar mis condiciones?
—¿Cuáles son sus condiciones? —Ante aquella pregunta Watson pudo notar claramente un ligero cambio en el aroma que Holmes desprendía. Era totalmente sutil, y estaba claro que Milverton ni siquiera lo había notado, pero él sí, se preguntó el porqué de ello o si acaso debería actuar en consecuencia.
—Siete mil libras.
—¿Y la alternativa?
—Querido señor, me resulta doloroso hablar de ello; pero si no me ha pagado esa cantidad el día catorce, puede estar seguro de que no habrá boda el dieciocho —su perpetua sonrisa se volvió inclusive más empalagosa que nunca. Holmes reflexionó un momento, al mismo tiempo que su olor Alfa comenzó a emanar de forma casi peligrosa, o al menos así lo era tratándose de la ya delicada situación. Watson intentó tranquilizarlo. Se acercó sutilmente y dejó que su aroma amenizara el humor de su pareja.
—Me parece —pronunció Holmes finalmente—, que da usted por seguras demasiadas cosas. Como es natural, conozco el contenido de esas cartas. Y, desde luego, mi cliente hará lo que yo le aconseje. Y yo la aconsejaré que se lo cuente todo a su futura esposa y confíe en su generosidad —Milverton soltó entonces una risita ahogada. En esta ocasión, ni siquiera el dulce olor Omega que Watson emanaba pudo controlar el cada vez más alterado carácter de Holmes. Desafortunadamente, estando Milverton consciente o inconsciente de ello, parecía no importarle de todas formas.
—Está claro que usted no conoce a la condesa —dijo, al mismo tiempo que una expresión de desconcierto apareció en el rostro pétreo de Holmes, lo que demostraba que sí lo conocía.
—¿Qué tienen de malo esas cartas? —No se resistió a preguntar Watson.
—Oh, son divertidas, muy divertidas —respondió Milverton, con aquella sonrisa burlesca extendiéndose cada vez más sobre su cara—. La dama escribe unas cartas encantadoras. Puedo asegurarle que la condesa de Dovencourt no sería capaz de apreciarlas en lo que valen. Sin embargo, puesto que usted opina lo contrario, dejémosle estar. Es una simple cuestión de negocios. Si cree usted que lo que más conviene a los intereses de su cliente es poner esas cartas en las manos de la condesa, no cabe duda de que sería una idiotez pagar una suma de dinero tan elevada por recuperarlas.
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Milverton VI
FanfictionEl miedo atrae muchas emociones, pero solo algunas pueden alejarlo. *Smut. R18. *Bottom John Watson/Top Sherlock Holmes.