Prólogo.
Ya era media tarde. Aksel y Cecilie estaban sentados en el sofá de la sala mirando un programa repetido del sábado. El canal local no destacaba por su basto contenido. Aún les faltaba un mes para que la nieve se derritiese y pudieran retomar las clases y sus jornadas normales, y el aburrimiento ya se hacía notar. Aksel había cumplido el día anterior diecisiete, y Cecilie quince, apenas una semana antes, y esos dos días habían sido los únicos mínimamente entretenidos de sus últimas semanas. Aksel soltó un gruñido de frustración.
—Ya estoy harto. Tiene que haber algo entretenido para hacer en esta casa.
Incluso la PlayStation lo había cansado, y ya no encontraba una cosa nueva en sus videojuegos que le llamase la atención. Cecilie sacó los ojos de su móvil y lo miró.
—Mamá dijo que busquemos un álbum de foto de cuando ella era pequeña en el ático. Podría ser divertido, hay muchas cosas antiguas allí.
Aksel bufó pero tomó fuerza para levantarse. La escalera del ático se encontraba en un rincón de la casa, cerca de la habitación de Cecilie. Juntos tomaron la cuerda que mantenía la escalera del ático cerrada y la abrieron. Las bisagras rechinaron y una estela de polvo se dispersó por el lugar.
—Las damas primero —dijo Aksel a su hermana, que puso los ojos en blanco.
—¿Miedo? —Cecilie rió y subió la escalera. Una nueva nube de polvo se dispersó bajo sus pasos.
El ático se encontraba abarrotado de cosas, desde antiguos instrumentos hasta montañas de papeles y libros antiguos, apilados en muebles polvorientos. Aksel tosió atrás suyo.
—¿Estás cosas serían de nuestros bisabuelos?
Cecilie dio una mirada ligera. Una banderola ubicada en el otro extremo del ático iluminaba el lugar con una luz tenue.
—Yo apostaría a que son más antiguas.
Aksel tomó un mapa de cuero del suelo y le dio una sacudida para retirar el polvo. Estaba en bastante mal estado, pero en una de las esquinas figuraba la palabra «Berk».
—Mira —dijo, mostrando a su hermana—. Parece antiguo. Estos tipos tenían un lugar para... ¿alimentar dragones?
—Raro —admitió la chica—. Mamá dijo que buscásemos en un baúl de madera, no recordaba cuál.
Aksel se encogió de hombros. Caminó con cuidado entre el mar de cosas que se encontraban allí, posando su vista en un baúl en la esquina del ático, semitapado con una sábana blanca. Era de madera oscura y reforzado con metal. Un candado antiguo intentaba mantener las apretujadas cosas de su interior, pero cedió al mínimo esfuerzo de Aksel.
—Yo reviso este —anunció el chico.
Cecilie ya había abierto varios, topándose con papeles y libros de historia, ninguno parecía contener el álbum de fotos de su madre. Al cuarto ya estaba exasperada, sobretodo porque un candado oxidado no le permitía abrirlo. Le dirigió una mirada suplicante a su hermano.
—¿Me ayudas?
El chico asintió y le lanzó lo primero que encontró en el baúl que acababa de abrir. Cecilie lo tomó con esfuerzo, intentando identificar qué era.
—Golpea el candado con eso, es antiguo, debería ceder.
Su hermana obedeció y al tercer golpe el candado cayó al suelo. Ya abierto el baúl, observó mejor lo que su hermano le había lanzado. Se trataba de un objeto de metal de no más de treinta centímetros, con un extraño mecanismo que parecía darle amortiguación. Cecilie creyó identificar de que se trataba.
—¡Maldita sea, Aksel! Es una prótesis humana. Parece una de esas que usan los piratas.
—Aquí hay otra, ¿será de repuesto? —inquirió, girándola en su mano—. ¿De quién crees que hayan sido?
—No recuerdo haber oído hablar de alguien en la familia sin una pierna —dijo Cecilie abriendo su cofre. No estaba tan lleno como el de Aksel, pero tenía cosas casi hasta arriba. Sobre todas ellas, había algo envuelto en un trozo de tela.
Cecilie la abrió. Dentro había una especie de escama color azul con amarillo, algo desteñida. En el lado interior de la tela había una pequeña dedicación escrita que leyó a su hermano:
—Tormenta, a pesar de que te hallas ido, espero vernos pronto. Siempre habrá un lugar aquí para ti, siempre. Te quiero, amiga, espero no me olvides.
—¿Tormenta?, ¿qué clase de nombre es ese?
Cecilie sonrió de forma juguetona.
—Suena rudo, quizás sea de nuestros ancestros vikingos —bromeó.
Aksel le lanzó una mirada sarcástica, aunque su rostro reflejaba diversión. Observó el interior de su baúl y había variados papeles con extrañas anotaciones. Abajó de estos se entreveía una parte de un casco oscuro que parecía estar hecho de escamas. Aún así, a él le llamó la atención lo que parecía un diario, forrado de cuero y cerrado con un broche dorado. Tenía un nombre grabado en la tapa: Hipo Horrendo Abadejo III.
La voz de su madre en la escalera los sobresaltó a ambos, que cerraron los dos baúles rápidamente. Aksel vio de reojo que Cecilie se escondió algo en el bolsillo de su abrigo, y él hizo lo mismo con el diario.
—¿Y, encontraron lo que les pedí?
Miró a su hermana dudoso, y ésta le dirigió una sonrisa de suficiencia, mostrándole el álbum de fotos.
—Sí, mamá, creo que es este.
Su madre asintió desde la escalera.
—Muy bien, mi niña. Ya les preparé la merienda, vengan y le echamos una ojeada mientras comemos, ¿quieren?
Ambos asintieron y siguieron a su madre fuera del ático, no sin antes dirigirse una mirada cómplice que daba por hecho que volverían a revisar esos baúles.
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El resurgir de los dragones.
FanfictionAksel y Cecilie Haddock están aburridos en sus vacaciones de invierno, por lo que deciden revisar su ático, donde encontraran dos baúles con objetos de Hipo y Astrid, guardados por su familia durante siglos. A partir de ellos descubrirán un mundo oc...