Prólogo

127 7 2
                                    

                Todo mi cuerpo estaba recubierto por una cantidad excesiva de sudor, pero poco me importaba. Seguí corriendo tan rápido como pude, sujetando el balón contra mi pecho. Nadie me lo iba a quitar. Era prácticamente imposible. Cada intento que hacían mis contrincantes era inútil, ya que los esquivaba con demasiada facilidad, haciéndoles caer contra el césped. Escuché el quejido de uno de ellos, maldiciendo y amenazándome con cortarme una de mis piernas. Me reí por lo bajo, sin perder la concentración en el juego. El pitido del árbitro anunció los diez segundos restantes del partido, haciéndome correr con urgencia. Tan sólo diez metros y mi equipo sumaría un tanto más.

 –¡Bloqueo!–gritó uno de los Tiger’s. Mi cuerpo se tensó, poniéndose alerta por cualquier cosa que podría pasar. Mis preguntas en esos momentos eran algo así como; ¿por dónde mierdas puede aparecer ahora un jugador?

 Mi pregunta fue rápidamente respondida cuando noté el impacto de otro cuerpo en mi hombro. Me maldije a mí mismo por ser tan despistado. Vi cómo el balón se escapaba de entre mis manos, saliendo disparado hacia arriba. Rápidamente recuperé mi compostura, y corrí hacia delante, saltando tras el balón. Una vez lo atrapé de nuevo, caí inconscientemente sobre el suelo verde.

Cuando escuché los gritos eufóricos y aplausos de los espectadores, me di cuenta de que había caído justo dentro de la raya blanca. Esbocé una gran sonrisa, alzando el balón y mostrándoselo a todo el público de hoy. Poco pudieron apreciar el esférico, ya que fui rodeado por mis compañeros, quienes me levantaron del suelo a pesar de mis protestas, haciéndome sobrevolar entre manos y gritos cantando victoria.

 *  *  *

–¡Buen partido el de hoy, Aaron!–me felicitó un fan de mi equipo, nada más entrar en la discoteca. Le dediqué una sonrisa forzada mientras me removía el pelo con la mano izquierda, peinándolo de alguna manera.

 Ignoré las cientos de miradas provocativas que me enviaban las chicas de allí. ‘Ya elegiré’-pensé para mí mismo. Ahora lo que tocaba, era divertirme.

 –¿Qué hay, bro?–me saludó Mike antes de introducir un trago de su bebida a la boca.

 –Hey tíos–saludé a los del equipo en general, llevándome en respuesta un sonido unísono extraño de todos ellos. Me apoyé en la barra junto a Mike, mirando por primera vez a la multitud de enfrente. Algunos bailaban, otros bebían, también había chicas echando miraditas aún hacia nuestra zona, e incluso parejas a las que se podrían denunciar por una conducta demasiada íntima.

  –Lo de siempre–le respondí encogiéndome de hombros. Antes de que me pudiera contestar con el mismo ánimo, los enormes pechos de Bárbara aparecieron delante de mí, haciéndome mirar directamente hacia sus virtudes en vez de a ella.

 –Hola Aaron–me saludó con énfasis, intentando sonar sexy–Has jugado muy bien hoy.–soltó una risita irritante–Bueno, qué digo, siempre juegas bien–noté su mano viajando por mi muslo, sabiendo a dónde quería llegar. La agarré de la muñeca antes de que pudiese seguir hacia delante.

 –Hoy no–hablé seriamente. Me cansaba decirle siempre lo mismo. ¿Es que no entendía? Yo sólo doy una noche fantástica, pero sólo una. No me gusta ser injusto, ya que si le doy dos ocasiones de disfrutar como nunca a una chica, todas reclamarán su derecho. Tiene sentido, ¿verdad?

 –Siempre me dices lo mismo, Aaron–se quejó con voz de bebé. Oh no, ese truco no sirve conmigo nena.

 –Y parece que no lo entiendes–le contesté divertido, haciéndole fruncir el ceño ofendida. Ni siquiera se molestó en dejar que me burlase un poco más de ella, marchándose, no sin antes pavonear su redondo trasero. Chicas así me gustaban, pero sólo para una noche. Ni siquiera me había planteado estar con una sola. ¿Para qué malgastar la oportunidad de acostarme con una chica caliente cada vez que quisiera? Definitivamente, no había razón.

 –¿Ya has visto alguna?–me preguntó curioso mi amigo, señalando con el vaso hacia la pista de baile. Negué con la cabeza, sintiéndome obligado a mirar qué elecciones tenía hoy.

 Había varias chicas calientes aquella noche, pero definitivamente, había una que me llamaba más la atención. No sabía quién era, lo que me confirmaba que nunca había estado con ella. Y si en algo me siento orgulloso, es, de que nunca olvido a la chica que se ha acostado conmigo. Ya sabéis, para no repetir.

  –Puede–dije con picardía, sonriendo hacia mi presa. Ella ya había notado mi presencia, de eso estaba seguro. No hacía nada más que mirarme con deseo, bailar sexy hacia mí y morderse el labio provocativamente. Por dios, no podía ser más clara.

 –A por ella–me animó Mike, sonriéndome. Me reí de su reciente broma, negando con la cabeza.

 Y si de algo era característico, es que yo, nunca, absolutamente nunca en mi vida, he ido detrás de una chica. No me hace falta. Tengo a cada chica que quiero comiendo de la palma de mi mano. Y si no me he acostado con alguna, es porque o son demasiado gordas, o demasiado feas. Yo sólo elijo a chicas calientes. ¿Qué no entienden las que son así?

 Poco tardo la morena en aparecer a mi lado, justo un poco después de haber pedido mi primera bebida a la camarera.

 –Hola–me sonrió mientras se mordía el labio. Alcé una ceja mirando hacia ella; primero su rostro. Ojos celestes, pelo extremadamente perfecto peinado y demasiado maquillaje. Puede que demasiado artificial, pero poco me importaba. Luego, obligué a mis ojos a escanearla de arriba abajo, quedándome satisfecho con lo que veía.

 –¿Qué tal, nena?–la saludé, invitándola así a pasar la mejor noche de su vida.

Quiéreme si te atrevesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora