¡Hola a todos y todas! Si has llegado a esta parte de la novela, quiero agradecértelo porque hice un parón muy grande en esta novela, pero estoy aquí <3. Si has comenzado a leer esta novela a partir de la segunda mitad de agosto de 2021, no hay problema. Pero si eres uno de mis lectores antiguos, te recomiendo que releas los capítulos anteriores porque antes de escribir esta parte, he editado las anteriores. Gracias por estar aquí :)
Narra Aitana:
Tras tomarme el café, me quedé en la cafetería aún más rato para ordenar mis ideas. En cierto modo, el bullicio era reconfortante. Sobresalían dos sonidos: las cafeteras preparando el café para toda aquella gente que hacía cola esperando, y el propio ruido que esa gente generaba. Pero no era desagradable en absoluto, era relajante. Me hacía sentir viva y real. Sí, viva y real.
Tras pedir un segundo café decidí coger el autobús, no sin antes pensar a dónde podía ir. Pagaría lo que sea por ir lejos. En casa de mis padres no me iba a quedar, estaba vacía. Y lo último que necesitaba era que la soledad y mis pensamientos acabaran por devorarme. Otra opción era visitar a Marta. Claro, Marta. ¿Cómo no se me había ocurrido antes? Me decanté por esa opción, bajándome en la parada correspondiente. De camino a su casa ensayé un mini discurso en el que pudiera resumirle de forma ordenada los hechos que habían pasado fuera de la academia. Y es que claro, dentro de ella toda España podía literalmente ver qué estábamos haciendo. Lo cual era difícil porque a veces no eras consciente y se te olvidaba. La gente resaltaba la naturalidad con la que actuábamos, pero es que realmente a veces se te olvidaba. Personalmente no actué en ningún momento. Y creo que eso fue algo evidente.
Finalmente el discurso no sirvió absolutamente para nada porque una vez que llamé a la puerta y vi su rostro justo cuando abrió la puerta, me envolvió con tanta fuerza que casi me caigo de culo. Sus padres estaban de viaje, al igual que los míos.
-Jolín Marta, me has despeinado todo el flequillo.
No era la primera vez que repetíamos esta rutina, lo triste era que la mitad de veces era por culpa de Vicente, pero ella siempre estaba ahí, para recibirme. Era algo que no podía agradecerle con palabras, así que lo hacía con gestos aunque ella siempre decía que no era necesario. Pero sí que lo era, y mucho.
Claro que Vicente no fue siempre así. Yo me enamoré de él, pero ahí empezaron los problemas. Yo, con 17 años, estaba completamente enamorada de Vicente. Tanto, que en cierta manera me creé a mi misma cierta dependencia emocional hacia él. Y eso no fue culpa suya. La culpa la tuvo cuando él fue consciente de mi dependencia: la usó en mi contra. Al principio era un abuso algo más verbal, que poco a poco me hacía cavar mi propio agujero negro en el que se encontraba la baja autoestima. Poco a poco, él utilizaba ciertas palabras o frases contra mí que hacían que ese agujero fuese agrandándose. Sin embargo, al principio el fondo de ese agujero no era visible, hasta que la agresión pasó de ser verbal a física. Un día, justo después de acabar los trimestrales de segundo de bachillerato, recibimos las notas. Había suspendido nada más y nada menos que cinco. Claro, la culpa recayó sobre mí. Al parecer yo era la distracción, ,la culpable de su fracaso. Pero eso no era así. Yo había tenido notas excelentes mientras él se pasaba las tardes bebiendo cerveza y jugando con sus amigos a baloncesto. Pero yo acepté la culpa. ¿Qué iba a hacer? ¿Decirle que no tenía razón? No, en absoluto. Vicente no podía dejarme porque sino, ¿Qué iba a hacer yo sino? Tonta de mí.
Los abusos comenzaron a coger gravedad a medida que el tiempo pasaba. Ya no ocurrían únicamente porque hubiese suspendido un examen. A veces, cuando estaba tenso, la razón de la paliza podía ser por haber acabado los cereales y haber dejado la caja vacía en la alacena. Un despiste común, ¿verdad? Un despiste común que a mí me costaba caro.
Marta me acompañó al salón y sí, puede que bebiésemos un par de cervezas de más mientras la ponía al día, porque acabamos recordando aquella noche en la playa en la que casi hacíamos el amor. Realmente no me acuerdo qué pasó al final. Ella tampoco. Fue mi primera borrachera y lo pasé realmente mal, aunque no podíamos para de reír al recordarlo. Tampoco me voy a quejar porque a pesar de beber como una posesa, no tuve un como etílico ni nada parecido.
-Y cuando casi -estalla a carcajadas sacándome del trance en el que estaba-casi te quedas des -vuelve a reír -casi te quedas desnuda en la playa -vuelve a reír más fuerte, contagiándome la risa.
-Marta, ¡tía! -río con ella -la ola era enorme.
Esta fue una de las muchas conversaciones que tuvimos. Pero siempre una acababa avergonzando a la otra. Sería un milagro si mañana no me levantaba con agujetas en el abdomen por la risa. Se acercaba la hora de cenar y decidí invitarla a comer para recompensarle. Así que allí estábamos nosotras, en un Burger King. Quizá no sea el sitio más lujoso para comer, pero tenía muchísimas ganas de una hamburguesa. Muchísimas. Así podía pretender que aún teníamos 15 años y estábamos las dos perdidamente enamoradas de Fran Perea, el actor que interpreta a Marco en "Los Serrano". Habíamos planeado mil veces una escapada a Málaga tan sólo para conocerlo, pero nunca habíamos puesto el plan en marcha.
Estábamos en el establecimiento, mientras miraba por la ventana, disfrutando del poco tiempo que me quedaba en mi ciudad antes de volver al pisito de Luis. El pisito de Luis...Suena demasiado bien. Tan sólo estaba allí de "invitada", pero se había convertido en mi lugar de comfort. Luis se había convertido en mi persona de comfort. Podría decirse así.
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¿Serás como él? | Aiteda.
FanficTodo es muy bonito cuando te va bien. Selectividad hecha, unos padres orgullosos de tí, amigos que te apoyan, un novio al que adoras y con los 18 recién cumplidos. Y si creías que no podía ir a mejor, Operación Triunfo te dice que eres una de las 18...