Solo era un sueño.

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Eiden se despertó sobresaltada, se limpio el sudor frío que le recorría la nuca hasta sus senos como cada vez que soñaba con esa bizarra visión de un futuro que esperaba no llegar nunca.

Eran casi medio día, y no era para nada extraño que una chica de diecisiete años un martes a esa hora no estuviera en el instituto.

Después de aquel terrible suceso, cuando ya no era uno, si no mas de una docena de millones de personas infectadas, hombres, mujeres y niños que habían dejado atrás la cordura humana para convertirse en "Sin remedio" el horario lectivo fuera algo secundario y a lo que pocas personas se atrevieran a infundir.

Pero no eran solo en el sistema educativo, el país entero se había puesto patas arriba y pocos eran los afortunados que podían contar con una nevera llena y un sitio seguro donde pasar la noche.

- ¿Mamá?, ¿Papá? - chillo Eiden antes de meterse en el baño de su cuarto.

Se lavo la cara, disimulo sus ojeras con base para que sus padres no le preguntaran otra vez por ese horrendo sueño.

- Buenos días cariño,¿Qué tal haz dormido esta noche? - le dijo su madre desde el otro lado de la puerta.

Sonia, su madre, era una mujer casada, no pasaba de los cincuenta año, trabajaba de abogada antes de que "La catástrofe" la forma en la que sus padre llamaban a la pandemia se extendiera por todo el país.

- Muy bien mamá. - fue lo único que le respondió apurando una sonrisa falsa antes de abandonar el cuarto.

- Papá a vuelto a salir, ¿verdad?.

- Donny esta en los bosques, ya sabes que tu padre tiene una rara obsesión con la caza de esos pobres desafortunados. - fue la respuesta de la madre.

El padre de Eiden era ex militar, sargento para ser exactos, y no es que el padre estuviera loco, simplemente quería mantener su puntería fina por si algún día les hiciera falta.

Con el dinero que tenían ahorrado pudieron comprar la preciosa casa en la que residían, una mansión de tres plantas en el mirador mas lujoso de Los Angeles, era la zona rica y eso a Eiden le molestaba ya que a ella no le gustaban los lujos precisamente.

El virus apenas había rosado a sus vecinos, presumían de un muy buen cordón militar que monitorisaba la zona y chequeaba a sus habitantes cada vez que entraban o salían.

Eiden se dirigió hasta su querido sillón de la terraza, cogió su movil, marco el numero de Dani y con un sutil tono de voz le dijo:

- Cielo, otra vez ese sueño.

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