Día a día.

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Dani vivía a setenta kilómetros de la casa de Eiden, probablemente para muchos sería una distancia aceptable, pero Dani no tenií coche, tenia pasada la mayoria de edad eso si, pero a sus diecinueve años y contando que hacia seis la plaga de los "sin remedio" empezó a frecuentar no le dio las posibilidades de sacarse la titulación de conducir.

La casa en la que residía con sus padres estaba alojada a las afueras de la urbe, era una casa normal, modesta, familiar, con un solo piso y un jardin tracero, si contamos a su perro Lucky, un San Bernardo que los acompañaba hacia ya nueve años; eran solo tres, él, el perro y su madre. La verdad es que estaban muy unidos, cuando no estaba con Eiden pasaba todo el día en casa ayudando con lo que podía, y con lo que se venía.

Como siempre, cogió su bici después de decirle a su madre que vendría en un par de horas, tomó la carretera general cuarenta y ocho, y en menos de una hora estaba en el portal de la casa de Eiden.

- Señor y señora Smith - dijo saludando cordialmente a los padres.

- Eiden está dentro, pasa, no te cortes - respondió Sonia tan cariñosamente como siempre.

Dani no dijo nada, debería estar acostumbrado ya que su relación con Eiden traspasaban los dos años. Se conocieron en el instituto, cuando la plaga estaba mas controlada, aunque para ellos su aspecto fisico no hubiera cambiado en exceso, cada uno guardaba una foto en la que se les veia contentos, ella, Eiden, vestia unos pantalones de pitillo color vaquero, una camisa de cuadros debajo de una sudadera gris y un gorro de lana azul amatista que realzaba su pelo castaño,era de complexión flaca, y aunque el tiempo y el mundo ahora fuera un coladero de temor la verdad es que seguía manteniendo su tipo..

Por el otro lado estaba Dani, agarrándola como siempre de la cadera y enbozando una sonrisa natural, pero que muy pocas veces sacaba, vestia pitillos al igual que ella, pero su toque era dejarselos caer suavemente haciendo creer que llevava un pañal; moda lo llamaba él, su camisa era blanca, simple, no era que le sobrara ni le faltara dinero, pero, no era un chico a la que le gustaran las primeras marcas, el toque que más lo diferenciaba eran sus gorras, siempre de beisbol, de distintos colores y distintos equipos. Tenía muchas, durante muchos años las coleccionó y esa era su marca de agua, un sello de identidad, y a decir verdad, le favorecia con esa complexión flaca, su casi bronceado color de piel y su fleco, un fleco que siempre caía hacia la izquierda y que para ser sincero, le quedaba estupendamente ese toque de pelo ni largo ni corto entre skater y surfero.

Y ahi estaban, dos años despues, en el mismo cuarto de siempre, con la misma sonrisa tonta de siempre que volvia loca a Eiden y preocupados por lo de siempre.

Ese bizarro sueño.

Solo Los Valientes PuedenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora