Lazos

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He comprendido que hay dos verdades, una de las cuales jamás debe ser dicha.

Albert Camus

El resplandor bañó su rostro de dicha, alzó los parpados y sonrió sin pudor alguno. Estiró sus extremidades gimiendo con placer a la sensación del estirón, relajó el cuerpo y miró a su derecha. Su amado aun dormía con la boca abierta y un pequeño rastro de saliva del lado inclinado. Capturó esa cavidad con la suya, que hermoso era comenzar el día que derramando un poco de miel sobre las hojuelas preferidas.

Los parpados opuestos se alzaron saludando a su vista, él respondió acentuando más sus sonrisa, uniendo la frente con la de su amado antes de volver a sellar ese amor que los unía con otro beso.

"Buenos días, Milo" Saludó.

"Buen día, Camus" Milo se recostó en la cabecera y masajeó las mejillas de su pareja "Te van a salir arrugas con tanta sonrisa"

Una débil risa escapó de los labios de Camus, ¿Y que si le salían arrugas por sonreír tanto? Sonreírle a quien amaba era lo que más disfrutaba hacer, si eso significaba envejecer con dignidad, estaba dispuesto a seguir haciéndolo.

Un pequeño llanto llamó su atención. Quizá el llanto más hermoso que había escuchado en su vida. Se levantó de inmediato para atender a aquel pequeño ser reposando en una hermosa cuna de cristal, alzando aquel infante con orgullo y una sonrisa que le entumían las mejillas ¿Cómo llegó a este mundo? Era lo que menos le importaba, sólo que tanto él como su pareja estaban aquí para guiarlo durante su vida.

Bajaron a desayunar. Milo se adueñó de la cocina como todas las mañanas, era su manera de pedir disculpas por hacerse el tonto y dejar que él se hiciera cargo del bebé por la noche. Cosa que se veía reflejada en los ojos del francés, pero la apariencia cansada lo tenía sin cuidado.

Los dos salieron de su humilde hogar rumbo al pueblo, vaya que cuidar de un pequeño implicaba grandes gastos, pero para Camus, quien no se miraba con muchas ganas de cederle el niño a su pareja. Le importaba menos lo que invertiría en esa hermosa criaturita.

Su paseó por el bazar transcurrió de manera tranquila. Las conversaciones con su pareja aludían al futuro de su pequeño. Un grande y honorable santo de Athena en potencia, de eso no cabía duda, lo llevaba en la sangre. De pronto, un imponente caballero dorado que jamás había visto pasó frente a él. Con sus ojos azules y una larga cabellera de fuego ¿Quién era? ¿Por qué estaba usando la armadura de...? Algo en sus brazos comenzó exigir libertad, era difícil mantener el agarre en aquello que se movía sin control. Finalmente se libró. Su pequeño... no, eso ya no era un bebé. Era un niño de unos ocho años con una larga cabellera como la suya, más los ojos decisivos y apasionados de su otro padre.

Apenas y estaba intentando comprender lo sucedido cuando el niño partió carrea.

"¡Espera!" Camus llamó en vano.

"¡Señor Kiki!" Llamó el niño.

El caballero se detuvo contemplándolo, esperen, ¿Ese era Kiki? ¿Había sucedido a Mu? Observó como Shion y Mu aparecían al lado del nuevo caballero de Aries, admirando a su pequeño.

"Es uno de nosotros"

Las palabras del patriarca le cayeron como balde de agua fría. Nunca pensó que experimentar tan horrible sensación con algo con lo que había crecido. Miró como Mu cogió a su niño en los brazos

"¡No!" Camus exclamó intentando correr hacia ellos, mas no pudo, un resplandor dorado lo ataba ¡¿Por qué su cosmos lo traicionaba?! ¡Esos arianos se estaban llevando su felicidad!

Por tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora