Cansancio y hambre, es lo único que siento en este preciso momento. Desde que llegué a la floreria en ningún momento pude sentarme, mi abuela me tuvo dando vueltas para explicarme varias cosas o solamente para hacerme perder el tiempo.
¿Me pueden explicar desde cuando las plantas tienen horarios fijos para alimentarlas como si fueran personas?
Mis pies me duelen, estar toda la mañana sentada en una silla de madera bastante incómoda y pasar de golpe a estar parada en un solo lugar por más de dos horas no es nada bonito.
Como quisiera estar en mi casa ahora. Haber llegado del colegio y tirar mi mochila a un lado de mi cama, sacarme las zapatillas y las medias que me hacían sufrir de calor tiradas por mi habitación sin la preocupación de guardarlas, cambiar mi ropa arreglada por mi pillama de perrito algo desbaratado, buscar algo de municiones en la heladera y acostarme sobre el sillón a mirar de nuevo las tres temporadas de Shingeki no kyojin como siempre lo solía hacer.
Maldición, maldición, maldición
Todavía no puedo creer que mi mamá me allá obligado a trabajar en este lugar, es tan insoportable, mi abuela, las irritable personas que llegan y ese chico. ¿pensaron qué me había olvidado? Ja, claro que no.
Se quedó unos minutos a ayudar a traer las cajas de flores que estaban afuera para que el sol de primavera no marchite sus pétalos. Me sorprendió que tardó unos tres minutos en traer las seis cajas que había afuera, las levantaba sobre sus hombros con rapidez y fuerza —obviamente— yo veía como las entraba una por una, sin la preocupación de que la tierra de las macetas arruine su remera blanca. Cada vez que entraba me hacía un gesto diferente, si lo estaba viendo me sacaba la lengua o murmuraba cosas que no llegaba a oír, o sino solo se reía de mi al ver mi cara de no entender nada del lo que leía en el libro que me había dado mi abuela, yo solo le hacía señas de que moriría si me seguía jodiendo, o lo miraba con rabia.
Luego de eso saludo sólo a mí abuela, a mi no —no esta de sobra mencionar este acto de descortés— uso la excusas de que "estaba por entrar en su turno de trabajo" para no saludarle. Quise averiguar hacía donde se dirigía, pero entro en ese momento un cliente y desgraciadamente tuve que atenderlo yo. Ahora desconozco el paradero de esta persona, y sólo espero no volverlo a ver.
—Jazmín— llamo mi abuela mientras salía de una pequeña habitación detrás del negocio —¿Tienes hambre? Porque compre algunas empanadas de jamón y queso— avisó y en ese momento pensé haber oído el canto de los ángeles.
—Si, tengo demasiada hambre— conteste poniendo mi mano sobre mi estómago y sentir que rugía desesperado.
—Bien, están en la habitación de atrás, las dejé sobre la mesa— avisó mientras se acercaba a su silleta —come tranquila, será parte de tu descanso igualmente— y fue ahí que me di cuenta que era mi abuela la que estaba hablando.
—¿Gracias?— Respondí no sabiendo si tenía que agradecer lo que dijo.
Me encamine a la puerta de la parte de atrás del local imaginando esa sabrosa empanada, con el jamón y el queso derretidos como rellenó, la masa blanca y aún caliente. Se me hacía agua la boca de sólo pensar que ya estaría en mi boca.
Abrí la puerta, y sentí como mi pulso disminuyó al ciento por uno y un instinto asesino empezó a correr por mis venas.
—Oh, hola— saludo Adam con la boca llena, cruzado de piernas, apoyando su brazo derecho sobre la mesa y comiendo mis empanadas.
Aguarden, ¿¡esta comiendo mis empanadas!?
—¿Esas son m-mi-mis...— tartamude al ver como seguía comiendo mi comida como si fuera suya sin algún remordimiento —em-empanadas?—
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Malditas flores
Teen FictionJazmín es una joven de 17 años que es obligada a entrar en el ámbito laboral por cruzar el limite de su internet. Todos los días luego de sus clases se dirige a la floreria de su abuela ubicada en el centro de Capital Federal. Pensó que seria la mis...