El sol de la mañana atravesaba cálidamente nuestras ventanas sutilmente cubiertas por unas finas persianas blancas; hacía unas horas ya yo había despertado, tenía la intención de lavantarme para proseguir con mis actividades cotidianas, pero decidí quedarme un rato más a tu lado para observarte dormir.
Estabas ahí, tendido entre las suaves sábanas blancas, tus brazos estirados por encima de tu cabeza mientras esta se ladeaba suavemente encima de la almohada, tu espalda hermosamente definida quedaba completamente expuesta, podía contar perfectamente los lunares que yacían en ella. Tus labios estaban entreabiertos, emanando de ellos una cálida y suave respiración, tus ojos cerrados, tu respiración calmada, tus finos labios levemente rosados, tus lunares, en especial ese que tienes justo bajo tu ojo izquierdo, tu piel medianamente bronceada, tan suave; luces tan malditamente hermoso de esa forma. Mis dedos comenzaron a recorrer tu suave mejilla, asumo que haciéndote sentir un cosquilleo por la manera en que arrugaste los ojos al acariciarte, trazando tu mejilla, tu mandíbula, tu barbilla, tocando tus hermosa boca, ¡Dios!, tu boca, cómo me encanta. Un par de risillas se escapaban de mis labios mientras te veía dormir, ¿cómo era posible tenerte aquí? ¿después de tanto soñarte, anhelarte, desear verte y por fin tocarte? Eres incluso más hermoso de lo que puede mostrar una fotografía digital, ningún tipo de patrón pixelado puede reflejar correctamente lo precioso que es el conjunto de tus facciones.— ¿Qué haces? — susurraste con voz ronca. Mi corazón comenzó a agitarse sin razón alguna, ¿que se suponía que debía de hacer ahora? — ¿Comiste algo mientras estaba dormido?
Obviamente, no había comido nada, no era mi casa y es mi primera vez contigo. No quiero apartarme nunca. Quiero quedarme aquí contigo. Siempre.
— No, no he comido, quise quedarme aquí contigo. Me gusta verte dormir, te ves precioso. — confesé.Te acercaste a mí y me besaste, de la misma forma en que lo hiciste anoche, como si fuese la primera vez. La sábana que levemente cubría mis pezones cayó, y tomé valor e impulso para sentarme en tu regazo, mi cabello estaba vuelto un revoltijo, así que lo apartaste de mi cara, y te quedaste unos segundos mirándome, los nervios me comían viva, ¿mirabas mi enorme nariz? ¿mi sonrisa poco estética? Dios, solo quería que parases pero en vez de hacerlo, seguiste besándome lentamente, tus labios bajaron por mi cuello, tus manos me llevaban más hacia tu cuerpo, maldita sea, cómo me encanta. Pude sentirte mientras comenzabas a excitarte, y para provocarte, comencé a frotarme encima de ti, mientras mojaba la fina tela que nos separaba; mientras con una mano eliminabas esa barrera, con la otra me sostenías encima de ti.
— Cómeme. — te pedí. Sonreíste pícaro, como siempre imaginé que sería y me recostaste bocarriba.
Te colocaste encima de mí y comenzaste besando detrás de mi oreja, bajaste por mi mandíbula, luego por mi cuello… Gemidos y suspiros salían de mis labios, moría de la pena pero de verdad quería que supieras cuando me excitabas, y sé, de alguna forma u otra, que eso te gustaba. Proseguiste a posarte entre mis piernas, las enredaste en tu cadera y comenzaste a besar mis senos, recuerdo haberte dicho que nunca había llamado mi atención ni me parecía excitante el juguetear con ellos, me prometiste que me harías sentir y pensar distinto al hacerlo tú mismo al vernos, y allí estabas, dándome un placer enorme, repartiste besos entre mis costillas, mi estómago, mi vientre y al llegar a mi pubis, me miraste fijamente, y luego comenzaste a saborearme. Maldita sea, todo comenzó a temblar en mí, me sentía tan abrumada, las piernas me temblaban, pero yo solo acariciaba tu cabello con mi mano mientras lo hacías, gemía, me retorcía, arrugaba los dedos de mis pies. Lo hacías tan bien, me hacías tan bien. Tu lengua jugueteaba con mi clítoris mientras con tus dedos, acariciabas mis labios suavemente, yo estaba a punto de llegar a la cúspide de mi excitación, excitación que me hacías sentir tú, solamente tú. Mi respiración se agitaba cada vez más, mis manos ya apretaban las sábanas a mi lado con fuerza, mi espalda totalmente arqueada, gemidos salían de mí de manera descontrolada mientras tu mirada pícara seguía fija, posada en mí, analizando cada respiración, para gesto, cada mordida de labio, cada gemido, cada súplica.
De un momento a otro, sentía como estaba a punto de correrme, prácticamente te gritaba, te suplicaba que me hicieras venir, y justo en ese momento, paraste. Me senté de golpe, sexualmente frustrada.
— ¿Qué coño te pasa? — te grité.
— Móntame. — me dijo así. Yo sonreí y lo miré incrédula.
— No sé cómo.
— Intenta, pues.De golpe, te recosté hacia detrás, y me subí encima. De verdad, solo podía pensar en cómo tus ojitos me miraban, con asombro y morbo, me sentía bien, me sentía segura. Tomé tu pene y lo monté, sentí un cosquilleo entre mis piernas, ah, qué bien se sentía tenerte dentro, llenándome, duro y cálido. Comencé por mover mis caderas hacia delante y hacia atrás, cuidadosamente, observando tus reacciones, te gustaba cuando lo hacía lento, pero la fricción cuando movía mis caderas con fuerza, te volvía loco. Así que opté por jugar contigo, quité tus manos de los lados de mis piernas, y las puse por encima de tu cabeza, entendiste inmediatamente que quería que las mantuvieses ahí, posé ambas manos en tu pecho y comencé a mover mis caderas con fuerza, hacia delante y hacia atrás, dando pequeños saltos encima de ti. Estaba muy mojada, muy excitada, de verdad me gustaba tenerte dentro, no quería que nada parase. «Así, así, sigue, me encanta» susurrabas con los ojos cerrados y con voz ronca, mientras mi vagina te apretaba y te calentaba justo como te gusta, mi orgasmo, volvió a acercarse, pero esta vez te empujé más hacia dentro para poder frotar mi clítoris contra tu pubis. Esto era maravilloso, mis caderas ya tenían vida propia, y tu respiración no era la misma, tu pecho subía y bajaba mientras golpeabas dentro de mí. La desesperación me invadió, y comencé a buscar correrme, mientras me las ingeniaba para hacerte correr también, a medida que la velocidad se incrementaba, tus gemidos también lo hacían, me encantaba escucharte gemir, gruñir, porque era yo la que lo causaba. Sin darme cuenta, ya mi orgasmo se acercaba, así que comencé a frotar mi clítoris, justo encima de ti, mojándote mientras te montaba.
De un salto, me diste la vuelta, y quedaste encima de mí. Posaste mis piernas alrededor de tus caderas, y comenzaste a golpear más fuerte dentro de mí, mientras yo gemía como loca, te acercaste a besarme, «Córrete conmigo, ¿si? Anda, córrete» susurrabas encima de mis labios mientras yo solo asentía con la cabeza. Me dejé llevar. Mis piernas temblaban, todo dentro de mí temblaba, no podía parar de gemir mientras te sentía bombear dentro. Estabas tan caliente, que podía sentirte en todo mi vientre. Caíste encima de mí, besaste mi cuello y quedándote dentro de mí, te quedaste dormido, estuve unos minutos disfrutando de tu peso sobre mi cuerpo, hasta que mis ojos comenzaron a cerrarse, y todo se volvió oscuro.
El frío abrazaba mis pies mientras mis ojos se abrían lentamente. Suspiré y chasqueé la lengua, estaba completamente mojada, todo fue tan claro. Me senté en la cama, desbloqueé mi celular y proseguí a textearte.«Soñé Contigo»
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