Sé Libre

72 5 0
                                    

El monstruo nos ha pillado haciendo las maletas. Mi mamá se ha puesto muy nerviosa y me ha pedido que me esconda en el armario hasta que todo pase. El monstruo entra en casa arrasando todo a su paso y gritando a pleno pulmón. Desde mi escondite, escucho el ruido de cristales al estrellarse contra el suelo y la voz que tanto temo insulta a mi madre, llamándola puta y otras palabras feas que no comprendo.

—¿A dónde crees que vas con esas maletas? —chilla.

—Yo..., yo... —murmura mamá, aterrorizada.

—Yo, yo, yo —se burla—. ¡Habla de una maldita vez!

—Me voy..., quiero..., quiero el divorcio.

Un fuerte golpe seco, seguido de los gritos de mi madre, es todo lo que necesito para empezar a llorar e hipar de forma descontrolada.

—¿Dónde está esa mocosa? —Silencio. El monstruo comienza a gritar mi nombre mientras me busca por la casa. Yo me cubro con los abrigos de mamá, agarrando con fuerza mis rodillas y temblando como una hoja por el temor a ser descubierta. —¡Responde!, ¿dónde está esa maldita niña?

—No, no... ¡Está en casa de mi madre!

—¡Maldita puta! ¡Lo tenías todo planeado! —Un nuevo golpe seco me sobresalta—. ¿Acaso piensas apartarme de mi hija?

—Deja que nos vayamos, por favor...—solloza mamá.

—¡Eso nunca! Antes..., antes te mato, ¿lo entiendes?

Mi llanto se hace más agudo al oír las amenazas del monstruo, y el grito amargo de mi madre me hace comprender que ha descubierto mi escondite. Las puertas del armario se abren de golpe y la luz del mediodía me ciega cuando el animal me saca arrastras de mi refugio, sujeta por los pelos.

—¿Qué hacías ahí? —escupe.

—Deja a la niña, por Dios, ¡déjala! —suplica mi madre.

El monstruo mira a mamá con odio y me sujeta con más fuerza. Ella se lanza hacia mí para arroparme entre sus brazos, pero él la empuja con fuerza y la tira al suelo. Quiero ir junto a ella, abrazarme a su cuerpo y que me diga que todo pasará, pero él no me deja. Mi mamá se lanza de nuevo, esta vez contra él, golpeándolo en el pecho hasta que logra que me suelte. Escapo de su alcance y me refugio detrás de ella, pero él saca una navaja del bolsillo y la amenaza. Ambos forcejean durante unos minutos. Sus brazos se enzarzan y no me dejan ver lo que sucede, pero sé que mi mamá no tiene tanta fuerza como el monstruo.

Las sirenas de policía asustan a mi papá, pero ya es demasiado tarde. Mi madre cae al suelo con la barriga cubierta de sangre antes de que nadie pueda hacer algo para evitarlo. El monstruo se lleva las manos a la cabeza, pasea por la habitación con nerviosismo y, finalmente, sale corriendo de casa con la navaja en la mano.

Me agacho junto a mi mamá, junto a mi ángel de la guarda. El suelo está cubierto de sangre y yo me abrazo a ella, buscando consuelo para mis lágrimas. Su mano me acaricia la cabeza con suavidad y, antes de irse para siempre, me susurra al oído:

—Sé libre, mi niña.

Me despierto empapada en un sudor frío y con las mejillas bañadas por las lágrimas amargas de los recuerdos. Aún ahora, trece años después de aquel maldito día, las pesadillas me acompañan por la noche y la sensación de desamparo me embarga cada amanecer. Solo esas cuatro palabras tatuadas en mi muñeca me dan la fuerza que necesito para levantarme cada día y seguir con mi vida. Solo la idea de luchar y ayudar a otras personas que están pasando por lo mismo, me ayuda a seguir adelante. Solo la esperanza de que esto acabe algún día y que nadie tenga que pasar por una situación semejante nunca más.  





Sé LibreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora