08/Feb/2019.
Hoy me di cuenta de la verdad más dolorosa que recuerdo haber descubierto hasta ahora.
Era más divertido cuando tenía doce años y me gustaba decirle a la gente que estaba deprimida, que mi vida era una mierda y que no tenía nada bueno por vivir. Cuando solo eran eso, cosas que decía. Era mejor cuando lloraba durante horas en la oscuridad por hacerlo, porque era pequeña y quería llamar la atención de mis padres, no porque alguien me estuviera haciendo daño.
Padres a los que amo, a los que debo la buena vida y todos los privilegios que tengo.
Bueno, más a mi padre que a mi madre, porque a ella le debo más cosas negativas que positivas y vaya que se las estoy pagando.Hace unas semanas estábamos en medio de paredes de cristal, sobre instrumentos musicales y entre la tensión de saber ¿qué era lo que nos estaba pasando? Y lo descubrimos. Más porque me jalaste que porque quisiera.
Y gracias por ayudarme a recuperar a una de mis mejores amigas.
Y gracias por ser tú la primera en clavar la amarga espada envenedada de realidad que me a estado atravesando en pecho desde hace semanas.
No tengo amigos aquí. Que lo oiga todo el mundo, ¡que se enteren de mi vergüenza!
De todas formas, ¿cuantos verdaderamente tienen amigos que saben que van a estar ahí en todo? Que los van a soportar cuando estén insoportables, que los van a consolar cuando estén inconsolables, que los van a hacer reír cuando estén al auge del llanto.
Metería la mano al fuego por que esas personas no son ni la mitad del planeta.
Somos animales sociales, sí. ¿Pero desde cuando la presión por ser parte de la sociedad nos volvió bestias? ¿De aquí a cuando se considera algo genial ignorar a alguien, romper a alguien, aislar a alguien?
¿Me he perdido de algo importante?
He llegado a la conclusión de que vivo en un pueblo de idiotas, de reverendos estúpidos dignos de una prescripción médica y una patada en la cara. Gente que se come entre ellos tras la fachada de ser amigos, y que si intentas ser algo diferente, te tienes asegurado un infierno.
Pues bien, el mío está pintado de rosa, pero vaya que es sofocante.
¿Y ahora qué? No puedo hacer nada, ¿o sí? Es como si fuera una de esas ratas que meten a los laberintos, demasiado aterrada para pensar claramente, demasiado ignorante para salir de ahí.
Pero estoy cansada de la anestesia, no quiero seguir ahogado mi cólera en la música, seguir riendo en vano y bloquear mis pensamientos con mentiras piadosas.
No necesito ayuda, necesito opciones.
444 palabras.