Encuentro en La Mayor

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Los planes de Stephen Strange siempre han sido muy distintos a los de Christine Palmer -amiga y colega- empezando por el hecho de que los planes de la chica involucraban a demasiadas personas, aunque es importante decir que para el residente del hospital Metro-General hablar de más de dos personas ya era una multitud.

Pero aquella noche no podía resistirse, de alguna forma, la rubia había encontrado la manera de dejarlo sin coartada para huir del compromiso además, no podía dejarla el día de su cumpleaños, sí era un imbécil pero no con su mejor amiga. Así fue como terminó en un bar de música en vivo con Christine, West, otro grupo de internos y una cara malhumorada con la que la dama no iba a discutir, no hoy.

   

Incluso con sus nulas ganas de estar ahí, se esforzaba mucho tratando de platicar con el resto de sus colegas por un par de horas hasta haber cumplido con el “tiempo reglamentario” y poder largarse de una vez por todas. Una vez cumplido este tiempo y cuando tomaba su chaqueta levantándose para salir con máxima cautela, una nota del piano en el escenario robo toda su atención de manera casi mística.

Un ligero carraspeo al micrófono pareció tomarlo por los hombros obligándolo a regresar a su asiento y una risa discreta movió su rostro directo al escenario en donde un hombre un poco más joven que él se sentaba al piano con la sonrisa amplia y los enormes ojos brillando como si se tratara de los de un ángel.

Parecía estar inducido en algún tipo de hechizo pues el bullicio de la conversación que se desarrollaba a su lado pareció desvanecerse del lugar, poco a poco todo el mundo también empezó a desaparecer dejándolo solo con el intérprete tras el piano a tan solo unos metros de él.

Una pequeña introducción instrumental le dio la bienvenida al delicioso trance que iba a experimentar durante el número del moreno. La ligera abertura que se formó en la boca del castaño le emocionó como si se le prometiera que el paraíso saldría de esos labios húmedos, aquellos de los que no podía quitar la mirada sino hasta que las palabras se juntaron melodiosamente e invadieron por completo la habitación, Stephen Strange no pudo notarlo pero en ese instante se sonrojó.

La música que provocaba sus delicados dedos al acariciar las teclas se mezclaba de manera sublime con el sonido de su voz haciendo un contraste espléndido entre bajos y altos, dejando al futuro neurocirujano boquiabierto. Pero no sólo era la interpretación lo que lo había introducido en aquel éxtasis sino la forma en que se desenvolvía sobre el escenario, las expresiones en su rostro y todo lo que podía ver en aquellos ojos, como si pudiera entender lo que expresaba con más que palabras.

El pelinegro pronto estuvo hundido en una terrible adicción por verlo cantar.

-Stephen- un ligero toque en el hombro lo sacó del encanto abruptamente -Vamos a otro lugar

Stephen volteó a ver a la rubia con el rostro interrogante y visiblemente confundido, al parecer él la estaba pasando muy bien

-¿Qué tiene de malo éste?

-Queremos bailar, vamos- Christine le concedió una sonrisa suave y dulce mientras lo tomaba de la mano y prácticamente lo arrastraba fuera del lugar sin darle la oportunidad de escuchar el nombre del artista que había comenzado a despedirse para terminar su número.

Antes de que se diera cuenta y regresará completamente en sí de aquel trance en el que la música le había metido, se encontraba en una discoteca, rodeado de demasiada gente y con la música que para nada era de su agrado, sonando demasiado fuerte, haciendo que frunciera el ceño ante el dolor de cabeza que comenzaba a darle, anhelando volver a aquel bar escuchando aquel castaño.

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