«Soy tan estúpido, ¿por qué soy tan estúpido?»
Sigo reprendiéndome a mí mismo mientras hago mi recorrido matutino, trotando por las calles de Los Ángeles antes de dirigirme a mi cafetería favorita para tomar un té helado.
La mañana anterior había tenido la oportunidad de hablar un poco con ese hombre elegante que siempre encuentro en la cafetería donde trabaja Emily. Y si ella no fuera tan intrusiva en este asunto, seguramente por fin me hubiera acercado a él para saludarlo, pero no, siempre tiene que estar observándonos como si fuéramos un programa televisivo interesante.
Mi celular vibra en mis pantalones cortos deportivos y no puedo evitar quejarme. Cuando acepté trabajar en línea para una compañía extranjera creí que era una magnífica idea porque no tenía horarios fijos para asistir a una oficina. El gran problema radica en que mis jefes me llaman a cualquier hora y debo estar al pendiente para responder a sus peticiones.
Me detengo por un momento para revisar mi celular, pero al ver la hora me quedo sin aliento, no ayuda en nada que me cueste trabajo respirar por el reciente ejercicio.
«¡Joder! ¡Voy tarde!» Guardo mi celular y corro con más prisa entre la gente deseando que ese hombre todavía no se haya ido de la cafetería.
En realidad, no estoy tan lejos del lugar, pero me había perdido en mis pensamientos y no me di cuenta de que di una vuelta de más, y ya había desperdiciado veinte minutos. Estoy por llegar al establecimiento, pero no veo su silueta frente a la ventana de siempre, desacelero a sabiendas de que ese día no lo veré. Entro a la cafetería y al no visualizarlo en la barra, me atrevo a recorrer el lugar con la mirada, viendo a la misma gente de siempre enfrascada en sus propias conversaciones y sin un rastro del hombre de traje.
— ¿Buscando a alguien? —Me pregunta la camarera con su agradable sonrisa de siempre, incluso un poco burlona.
—No —respondo de inmediato, me acerco a ella y finjo leer el menú del fondo.
He probado cada una de sus bebidas, me lo sé de memoria, aun así, me demoro pensando en la forma como debería ir a saludarlo la siguiente ocasión que lo vea. Ya no puedo dejar que pase más tiempo.
—Dame un té negro helado para llevar por favor.
La chica arquea una ceja de manera juguetona y ya no puedo seguir fingiendo. Al fin y al cabo, no hay más dependientes cerca en ese momento.
—Emi, por favor —reclamo mirándola con intensidad y logrando solo una carcajada que resuena en todo el establecimiento—, ¿quieres tener problemas de nuevo con tu gerente?
—Amargado —me regaña antes de enseñarme la lengua en señal de inconformidad.
Ella se gira para atender mi orden y yo solo suspiro derrotado. Emily es mi vecina, para ser más exacto vive en el apartamento de al lado, somos buenos amigos y nos gusta disfrutar de algunos fines de semana viendo películas, aunque ella finja frente a los demás que no nos conocemos. Sin embargo, últimamente me ha estado molestando mucho con la situación del "chico elegante" como ella lo llama. Se ha creado toda una historia romántica entorno a nosotros y cuanto más me cuenta, más me acobardo a acércame.
—Hoy no alcanzaste a ver a tu chico elegante —dice ella con una muy buena actuada voz de tristeza— ¿acaso te da tanta vergüenza estar frente a él que comenzarás a evitarlo?
—Emi —la reprendo cuando uno de sus compañeros pasa a su lado—, sabes que, si tu gerente se entera de que andas emparejando gente de nuevo, te correrá.
Ella entorna los ojos y sé que ama el reto que representa arriesgar su trabajo con tal de ver a la gente feliz.
—Como sea —me extiende el vaso con mi té y un brownie de chocolate con una bola de nieve, mi favorito.
—Yo no pedí eso —señalo el suculento pastelillo.
—Tú no, el chico elegante sí.
— ¿Y por qué me das algo que él pidió?
— ¿No lo captas? —Pregunta ella frustrada— Lo pidió para ti, hasta te dejó una nota.
Levanto el pequeño postre mirando la servilleta doblada.
— ¿Y qué dice? —Pregunto levantándola y acariciando la perfecta caligrafía del frente que dice: "Para Will"
—Cosas lindas —suspira ella.
— ¿En serio Emi? ¿Leíste una nota que iba dirigida a mí?
— ¡Oh por favor! ¡Lee la nota y deja de estar quejándote!
Emito un quejido profundo y abro el papel donde está el breve mensaje.
"Un pajarito me contó que te gusta este postre, espero lo disfrutes y algún día me permitas compartir uno contigo, James".
—Pajarito metiche —reprendo a mi amiga antes de guardar la nota.
—Si no fuera por mí seguirían como tontos uno delante del otro sin hablarse todas las mañanas —ella tuerce la boca y yo sonrío ante su gesto infantil.
— ¿Y qué voy a hacer si ayer que nos encontramos aquí no fui capaz de hacer nada? —Pregunto frustrado frotándome la cara con desesperación— Se veía tan apuesto con ropa casual que no pude sostener su mirada.
—Nunca lo haces y de todos modos no importa porque después huiste como un cobarde —ella se burla y yo solo dejo caer mis brazos.
No sabía cómo comportarme y más que la cafetería estaba despejada, no había pretextos para no notar su presencia.
—Te toca responderle —me incita Emi extendiéndome una servilleta y una pluma—, ya que no creo que te animes a saludarlo por ti mismo.
— ¿Quién dice que no me atrevería? —La reto con voz firme, aunque acepto lo extendido y comienzo a escribir una nota.
Al terminar, entrego la nota a mi amiga quien está sonriendo como una colegiala enamorada. En realidad, es una chica muy extraña.
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Café expreso y té helado
RomansJames Thomas es un empresario joven que vive en la ciudad de Los Ángeles, California. Todas las mañanas asiste a su cafetería favorita para degustar un café mientras en secreto observa a un chico deportista que siempre asiste a la misma hora para re...