Ni dios ni nadie.

1.3K 61 25
                                    

He acompañado a mi abuela a la iglesia

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

He acompañado a mi abuela a la iglesia. Insiste en que debo seguir el camino del señor, escuchar sus enseñanzas...

Sin mucho convencimiento, la seguí hasta aquel lugar.

Entré en aquella parroquia de altos techos, y forma circular en su fachada. Llena de cuadros y figuras medianas de santos y de la virgen junto a Jesús.

Ellos parecían mirarme con recelo.

Nos sentamos como de costumbre para mi abuela, en los primeros asientos.

Los minutos pasaban levemente silenciosos, adornados del bullicio de los cuchicheos de la gente.

"Llego un curita* nuevo"  habló una señora que estaba a un lado de mi abuela

"¿Y cuándo llegó? Si el padre Alfonso estaba hace tiempo ya..." respondió mi Abuela

"Si, pero le tocaba irse a otra ciudad. Y dicen que es nuevito. Salió recién del seminario" le contestó aquella mujer de avanzada edad

Yo sólo las observaba con detenimiento y en silencio

De pronto el bullicio se fue acallando en escala. Una figura alta, delgada y de túnica se acercaba al altar de la parroquia, frente al mesón con la biblia abierta y a un lado el cirio ardiendo.

"Queridos hermanos y hermanas, sean bienvenidos a la liturgia del día de hoy..."

Era un muchacho. Obviamente mayor que yo, pero era mucho más joven de lo que imaginaba. Además, todos los sacerdotes que pasaban por este pueblo, eran en su mayoría muy ancianos o adultos.

Seguí atenta sus palabras a lo largo de la misa.

Sus facciones al hablar.

Su tez pálida.

Su mandíbula marcada y angulosa.

Tenía el cabello ondulado, casi formándose risos, color oscuro sobre su frente.

Unos ojos chocolate que miraban a la nada en realidad, o quizás al techo infinito de la iglesia.

Parecía una persona calmada y empática en su forma de hablar.

Mis ojos repasaban cada movimiento de él. Parecía que sus labios expulsaban palabras que no oía, si no en un montón de sonido que no asimilaba.

Hasta que su mirada llegó a la mía, en medio del discurso e hizo con ello, que saliese de mi hipnosis hacia su persona.

"Y cómo dice en Mateo veintiséis, cuarenta y uno; Estén alerta y oren para que no caigan en tentación. El espíritu está dispuesto, pero el cuerpo es débil"...

Su voz se apagó, y su mirada se desvió al libro frente a sus manos.

Silencio.

Algunas personas tosiendo, el eco de ello y las respiraciones calmadas de todos.

Aquel hombre me estaba inspirando mucho más que los demás sacerdotes que he escuchado antes.

Cuando llegó la hora de dar la paz, abracé y dí la mano a la señora a mi lado en la banca. Luego a mi abuela, quien me dirigió una mirada fraterna y llena de alegría. Creo que le hecía ilusión verme aquí. Para ella el tema de las creencias era lo más importante en la vida.

"Hermanos y hermanas, quién esté preparado para recibir el cuerpo de cristo, se acerca a comulgar..."

Un acorde en guitarra, seguido de una voz femenina grave siguió las palabras de aquel muchacho.

Mi abuela me tomó de la manga de mi vestido, y me tironeó con ella, obligándome así a salir del banco.

La miré interrogativa

"Vas a ir a comulgar" sentenció a voz baja, mirándome, y aún tomándome del género de mi vestido

"Pero abuela... no me he confesado hace tiempo" protesté, sin mirarla mientras me arrastraba casi hasta la fila para comulgar

"No importa, cuando no se tiene nada que confesar" contestó, y me miró severa "¿O acaso tienes muchos pecados?"

Bajé mis párpados, poniéndole cara de ironía, y negué.

"Está bien" le respondí, ubicandome delante de ella

Mientras la fila delante de mi avanzaba, veía con más claridad la figura del sacerdote novato. A medida que lo miraba más, se me hacía hipnotizante el quedarme pegada a su rostro.

Hasta que no me fijé, y estaba frente a él. Era mi turno.

Cuando tuve sus ojos fijos en los míos, despavilé.

Pero él pareció no hacerlo, y algo en mi rostro quizás le llamó la atención, pues se quedó quieto y sin mediar palabra.

Hasta que el acólito a su lado, que sostenía la bandeja, se aclaró la garganta y murmuró  un escuálido "padre"

El chico pestañeó, y tomó aquel circulo pequeño y blanco, hundiéndolo en la copa de vino que sostenía entre sus dedos.

"E-el cuerpo de cristo" murmuró nervioso, y acercó la hostia a mi boca entreabierta, mientras sus ojos penetraban los míos con un intenso café

"Amén" contesté cabizbaja, y acepté el alimento

Un segundo después, nos quedamos observando.

Hasta que una tos, que me parecía conocida, me hizo reaccionar y salir de la fila de vuelta a mi banca.

Desvié la vista a mi abuela, que me observaba reprochadora y algo confusa.

Y volví la vista hasta el muchacho vestido de túnica.

Una idea fugaz e indeseada se coló en mi mente. Aquel chico de ojos marrones, siendo seducido. Se veía tan tranquilo.

Y la idea de que los sacerdotes entregan su vida y alma a cristo, sin tener de por medio a una mujer ni la pasión carnal, me dio un escalofrío.

¿Este hombre habría estado alguna vez con alguien?

Me intrigaba.

"Vamos..." me empujó suave mi abuela, devolviéndonos a la banca de madera oscura

Al sentarme, seguí con la mirada al cura.

El muchacho notó esto un par de veces.

Él iba a ser mío.

Hayaría la forma. Pero lo sería de una manera u otra.

Quería probar si era débil o no a la tentación.

Y a ver si yo era capaz de convertirme en dicha tentación.

Él sería mío, y ni dios ni nadie iban a impedirlo.

--
*curita: En mi país, a los sacerdotes se les llama curas, curitas -en diminutivo-, padre, etc.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Feb 16, 2019 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Evadiendo al pecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora