Me encontré soñando contigo en el momento menos indicado. Era un día gris, pero no llovía. Habían muchos vehículos en la calle, pero no tapones. Pero lo más importante: en la incomodidad soñaba contigo.
¿Adivinas lo que soñé?
Han pasado semanas desde que me dejaste, y unas tantas más cuando dejé de pensarte y de llorar por ti. ¿Que tan
cruel pueden ser las memorias, que tan malvado es el recuerdo?
Fue unos minutos pero hasta sentí tu
tacto.
El frío del autobús no era adecuado para soñar, mi espalda estaba muy recta, me dolía el cuello. Pero el sueño me venció como cual gigante a su presa.
Estaba entre tus brazos y tu calor me envolvía. Tu eras la fortaleza a mi piel desnuda, ¡Cuan vulnerable estaba yo respirando en tu pecho! Tus besos suaves fueron el sello de seguridad y tus caricias, mi confirmación, y el olor de tu piel era regalo divino. Intenté aferrarme al sueño, puedo jurarlo... Pero no funcionó.
En un sobresalto del vehículo, desperté de repente. Y vino a mí la angustia.
La sensación era constante incluso minutos después. Estaba triste pero las lágrimas no salían. Simplemente porque ya te habías ido y yo no podía hacer nada.
