La noche de la bruja

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Manuela dormía plácidamente, regocijada, cómoda y envuelta en las mejores fantasías que su subconsciente podía crear aprovechándose de la tranquilidad efímera de aquella madrugada. Poco sospechaba que, como en otras ocasiones, su paz sería interrumpida.

El viento nocturno, frio e indolente, comenzó a soplar y hacía chocar bruscamente las ramas de un viejo almendro contra el techo de la casa de la joven, provocando ruidos desconcertantes. Al mismo tiempo, anunciaba discretamente el desfile nocturno de una lejana hechicera que solía molestar a los pobres creyentes del pueblo.

La mujer espectral, amorfa y ligera, se balanceaba con el viento que la impulsaba en su vuelo de techo en techo. Ya había aterrorizado a muchas personas esa noche, pero aún faltaba su favorita: Manuela. Es así, como de un salto cayó sobre la techumbre de la bella durmiente, provocando un ruido estrepitoso que pudo escucharse en todo el pueblo.

Manuela se despertó dejando atrás los sueños fantasiosos de su imaginación. Intentó calmarse y convencerse que era solo un ruido, pero el miedo paralizante se apoderó de ella y le impedía levantarse, incluso moverse de la cama. Arropada de pies a cabeza, solo deseaba que llegara pronto el amanecer.

Una espesa nube cubrió la luna y apagó la luz que mantenía la tímida y poca valentía de los desdichados. De repente, un nuevo ruido ensordecedor se escuchó en todo el pueblo; un ruido confuso, similar a un silbido, o un grito, o un llanto, o una risa, o todos a la vez. Nadie podía definir concretamente qué era.

La hechicera, volviéndose una ligera niebla sombría, se deslizó a través de las hendiduras de la ventana de la habitación de su favorita. Entró en esta y comenzó su rutina como lo venía haciendo en los otros hogares.

La infortunada joven, sentía que alguien estaba en su habitación y la miraba fijamente con el deseo de tocarla; entonces, absteniéndose de gritar, comenzó a rezar en silencio mientras cerraba con fuerza sus ojos. Los perros, por su parte, ladraban en coro fúnebre describiendo el miedo por el que pasaba Manuela, mientras ella, solo podía acurrucarse aún más en su cama.

En ese momento advirtió una presencia fría a su lado, sintió el toque helado que le rozaba los pies y la respiración de alguien más. Abrió los ojos y dejó salir el inevitable grito que desde hacía ya varios minutos, tenía amarrado y encerrado en sus cuerdas vocales. Dio un salto y cayó sentada en la cama frente a una cara pálida, arrugada y con aire de muerte, que se fue desvaneciendo a la par de una siniestra risa burlona, dejando solo el silencio acompañado de la fuerte respiración de Manuela, quien se encontraba muda e incapaz de moverse.

Ella, paralizada por el miedo y perdida en su subconsciente, escuchó el primer canto del gallo, que anunciaba la paz que traía el amanecer. Pero un susurro la desconcertó; un susurro que le decía: “eres hermosa”. Manuela suspiró largamente hasta que el gallo entonó su segundo y tercer canto, para informar que el final de ese infausto momento había llegado.

Fin.

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