Prólogo

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—¿Pensabas decírmelo? —escupió Susana con rabia. Odiaba ser la última en enterarse de las cosas, pero en ese tema en concreto, creía que Raquel había sobrepasado la línea. Y la conocía—. Me cago en la puta Rachel, que has ido contándoselo a todo el mundo... ¡Qué lo saben todos! ¿Sabes lo idiota que me siento? —no le importó alzar el tono aunque tenía Raquel a escaso medio metro. Y esta seguía en silencio, con la cabeza agachada.

Y de no ser porque se había enterado de casualidad, al escuchar a unas compañeras de clase, probablemente Raquel no se lo hubiera dicho. No pudo evitar meterse en la conversación y salió como alma que llevaba el diablo en busca de la rubia. Y allí delante la tenía, sin ser capaz de mirarla a la cara.

—Que somos amigas, Raquel. Que para eso están las amigas, no me jodas —chasqueó la lengua con el ceño fruncido—. ¿No eras tú la que siempre bromeaba con que te iba a echar un polvo y al día siguiente me olvidaba? Meses, meses estuviste echándome eso en cara. ¿Y ahora? ¿Ahora que me implico me sacas a patadas? —dio un golpe en la mesa de la cocina que las separaba a ambas—. Mírame a la cara.

Entonces elevó la mirada. Tenía los ojos encharcados y apretaba los labios con todas sus fuerzas para no llorar.

—¿Y qué te digo Sus? Que no te quería implicar en esta mierda.... Que es mi problema. Iba a solucionarlo.

Pese a que las lágrimas de Raquel amenazaban con derrumbar todas y cada uno de los muros de Susana; esta se mantuvo a distancia, apretando las manos.

—¿Cómo? Dime cómo... Sin trabajo, sin que el gilipollas te responda al teléfono; SOLA. ¿Ibas a acabar debajo de un puente? —Raquel entonces solo se encogió de hombros y volvió a agachar la cabeza. Y aquel gesto de rendición hizo que Susana cambiara la actitud por completo.
Bordeó la mesa y se quedó muy cerca de su amiga, pero sin ser capaz de tocarla. Ella no era la de arreglar sus malos modos con contacto. Porque sabía que podía ser demasiado desagradable e incluso cruel, y no solucionaba las cosas con un abrazo.
Pero fue el cuerpo de Raquel el que respondió a su cercanía y fue ella la que la abrazó. Entonces Susana la rodeó con los brazos y acarició su espalda.

—Que no estás sola Raquela, quítate eso de la cabeza. Que estoy contigo, para siempre —susurró contra su oído y dejo un beso su mejilla. Y no le dio oportunidad a refutar. Nada. Porque todos en algún momento necesitamos a alguien, y Susana no era de pensar. Aunque eso le cambiara la vida, como tanto decía Raquel; Era hora de que estuviera ahí para ella.


Mayo de 2013.


—¿Y qué voy a hacer yo sin ti? —preguntó Susana en un susurro. A Raquel no le costó identificar el miedo que teñía su voz y entonces se sintió terriblemente mal. Porque la estaba dejando; y siempre pensó que sería al revés. Que Susana sería la primera en decir basta.
Tomó aire antes de hablar mientras seguía acariciando su pelo.

—Pues muchas cosas puedes hacer, Sus —fue lo único capaz de decir. Porque pensaba exactamente lo mismo. ¿Qué iba a hacer sin ella?

—Pero ¿Y si no quiero? —inquirió con tono desafiante. Raquel negó con la cabeza antes de reír.

—Déjate de rollos, Susana —sentenció la rubia. Y Susana se giró en la cama, para abrazarla. Pasó su mano con cuidado por su abdomen, de forma lenta y terminó por rodear con los dedos su cintura. Escondió el rostro en su cuello e inspiró, embriagándose con su perfume.

—Sabes que te quiero mucho —dijo muy cerca de su oído.

—Lo sé —contestó Raquel muy bajito y Susana asintió.

—Pero de verdad —insistió, porque la quería de muchas maneras y se lo había dicho muchas veces. Pero en ese momento la quería de todas.

—Que ya lo sé, mujer —le respondió Raquel con una sonrisa—. Y yo te quiero, pero más. Por eso hago esto, por eso me alejo. Porque tú mereces alguien que pueda seguirte, amarte y cuidarte. Y llegará, te conocerá tanto o más que yo. Sabrá todas esas cosas que yo sé de ti —volvió a acariciar sus rizos mientras hablaba, pero mirando al techo. Porque sabía que si bajaba un momento la mirada y veía a Susana enroscada contra su cuerpo, se le iba a hacer imposible—. Aprenderá como hay que lidiar con la fiera por las mañanas; que necesita poca conversación y algún que otro beso. Aprenderá que hay que tener paciencia a veces. Que te gusta que te toquen el pelo, que el café tiene que ser siempre recién hecho. Que tienes los pies fríos en invierno —la risa de Susana retumbó contra su oído y sintió como algo dentro suyo se rompía.

—No soy la única que tiene algo frío en invierno... —masculló a modo de contraataque.

—Cállate Susana, que estoy hablando —respondió con tono serio, como siempre que quería que Su le hiciera caso. Ante el silencio de la rubia, prosiguió—. Que eres más de trasnochar. Alguien, algún día, se aprenderá cada rincón de tu cuerpo de memoria. Y se los sabrá mejor que yo.

—Imposible —refutó Susana cuándo acomodó su rostro de lado contra la clavícula de Raquel. Pero se dio cuenta que la había interrumpido y le dio una palmada en el costado para indicarle que siguiera.
Durante unos breves segundos quiso creer que nadie, nunca, iba a saberse, como ella, cada recoveco de la piel de Susana. Se aferró a esa idea porque no le costaba nada revivir, las cientos de veces que sus manos la habían recorrido a ciegas. Cada uno de sus susurros, gemidos y silencios; Los silencios eran su parte favorita porque era cuando ella tenía total control sobre Susana.
Necesitó algo más de concentración para seguir con su discurso porque su imaginación había volado alto.

—Gracias. Pues eso, que sí Sus, que va a llegar la mujer que te venere y valore como te mereces. Y entonces serás tú la que tenga que enamorarla, no tengas miedo. Húndete y nada. Porque el día que te entregues a alguien como lo has hecho conmigo, ese día encontrarás el amor de tu vida. Y ya me gustaría serlo, pero no —imitó el tono de su amiga en esas dos palabras, moviendo uno de sus dedos en el aire.
Y eso era lo más difícil que había hecho en su vida. Ella misma se estaba rompiendo el corazón. Pero no podría arrastrar a Susana en eso.

No podía retenerla, ella era un pájaro en libertad. Libertad y camino.

Soltar(se)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora