12 AM

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—No lo dije de esa forma, en serio. Creo que solo le hirió y ya —terminó de decir Leonardo.

—Pero, no comprendo algo, si ella misma... —expresó Mars, pensativa.

—Ella ya es historia, Mars. Lucia siempre fue así, impredecible.

Y calló.

Entonces pensó.

Lo primero que se le vino a la mente fue Lucia vistiendo aquél vestido dorado que se había comprado en Florencia, mucho tiempo atrás, cuando la familia se reunía cada fin de mes para hablar de cosas políticas y para comer un kilo de carne cada uno. Eran los buenos tiempos. Lucia siempre le decía que aquél vestido le recordaba a su familia y al olor a la tierra mojada cuando llovía demasiado, y al calor que por julio rozaba los cuarenta grados centígrados. A Leonardo le gustaba, sobre todo porque, cuando el ambiente se ponía muy oscuro, Lucia parecía resaltar como el oro; brillar como aquellas estrellas fugaces que muchas veces veía cruzar por el cielo.

Pero, oh, Dios, para Leonardo ya Lucia no brillaba, ni siquiera con el vestido dorado en el ambiente oscuro, ni tampoco con ese maquillaje extravagante que se ponía a veces para impresionar. Es para impresionar a las chicas, cariño, le había dicho una vez, y Leonardo no pudo sino menear la cabeza, conteniendo la risa.

Sí, fueron buenos tiempos, pero Lucia Conte le había clavado un puñal en el corazón y le había arrancado la paz de su alma con un mordisco fuerte.

Creo que comer carne cada fin de mes le hizo bien después de todo, pensó, y tuvo que morderse la lengua para no reírse.

Y entonces dirigió su vista a Mars, y los pensamientos del pasado se quebraron en su mente, repentinamente, como pequeños cristales traslúcidos tan ligeros como plumas. Allí estaba ella, mirándole con preocupación, con las mejillas levemente enrojecidas y esos ojos brillosos, quizá no de lágrimas, pero sí de fascinación. Le veía fijamente, clavando su vista sobre él como se clava una aguja en la tela, y Leonardo sintió que de pronto se le cortaba la respiración, tan apresuradamente que hasta sintió decaer.

Mars era...

¿Quién era Mars para él, después de esa noche?

Mars es simplemente Mars, ¿qué hay con eso? Es solo mi compañera de instituto, nada más, pensó, pero algo adentro de él le decía que aquello no encajaba del todo.

Mars era Mars, ¿y ya está? Después de esa noche, ¿qué pasaría con ellos dos? ¿Se volverían más cercanos? ¿O se olvidarían del asunto como se le olvida a cualquiera las cosas temporales? Después de todo, aquél rollo se acabaría en unas cuantas horas como mucho. Era algo de una noche —aunque aquello sonaba terriblemente mal—, y él sabía muy bien que las cosas de una noche se quedan enterradas bajo la luz de la luna, por lo menos en la mayoría de los casos.

Pero Mars..., ¿ella qué estaría pensando? Nunca en su vida la había tenido tan cerca desde la primaria, y por un momento se sintió nervioso. Todo aquellas cosas que estaban pasando eran, para él, realmente increíbles.

La había visto a ella como jamás se hubiese imaginado verla.

La había visto golpear una puerta, comer galletas, beber moderadamente de la botella de agua, sollozar de desesperación y también la había visto reírse como una lunática, impulsada como un cohete por el humor absurdo y tonto que todo el asunto estaba trayendo consigo. Era muy curioso, ¿no? Después de tanto tiempo cruzando miradas por el pasillo —incluso un par de sonrisas, si venía al caso—, de solo saludarse en los eventos importantes y, más significante aún, después de haber perdido el contacto y haber caído en un olvido oscuro y profundo como un agujero negro, ahora habían pasado unas horas en las que se habían visto las verdaderas caras.

Una noche contigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora