II

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La luna sale. Clarifica la algaba con su fulgor de perlas.

Del ala de la noche cuelga, suspendida, como una blanca péndola.

Y los demonios huyen, tocados por la pálida luz de su pureza.

Una esbelta figura, de cutis atezado, surge entre la arboleda.

¿Quién eres? le pregunto, y ella responde: "Soy Isabella"

¡Visión! ¡Mujer de fantasía! ¡Fantasma en mis quimeras!

Aun cuando no sea ella, mi corazón tirita y mi alma tiembla,

Cuando sus ojos grises se detienen en mí y distantes me observan.

Se aproxima unos pasos, moviéndose con gracia y sutileza.

Izado por la brisa, ondea su vestido y el aire de amapolas se puebla.

¡Ah! Su mirada es de hechizo, su voz un atrayente canto de sirena.

¿Cómo? ¡¿Oh amado Altísimo, cómo alejarme de ella?!

Si en mi desasosiego es ella quien me calma y me serena.

Es un ángel de luz y de bondad que en sus alas me envuelve.

Como un niño me acuna por éteres troquelados con estrellas.

"¡Te amo!" le susurro, a esa irreal doncella de niebla y passiflora,

Que me tiende su mano un efímero instante, un segundo de gozo,

Cuando el final se acerca y el sueño se fisura rompiendo el cuerno de opio.

Una sonrisa etérea, como una mariposa, aletea en su boca,

Para volar muy lejos de esta fábula onírica donde me encuentro solo.

Para volar muy lejos de esta fábula onírica donde me encuentro solo

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