¿Qué hago? Veo televisión.

7 1 0
                                    

— Canal 9. Canal Treno. Nunca sin tí.

Gin, 17 años. Estudiante de ingenieria industrial en la Universidad LaVerne.

En la vida de Gin, sus metas lo dirigen a cumplir con el legado familiar de ingenieros. Sus padres están orgulloso de su buena imagen y personalidad. Dentro de toda la calma que rodea el lugar, se esconden grandes pensamientos e ideas que no son puestas a la luz y que solo los muros y mentes que las formulan conocen.

— Acaso, ¿hay algo para mí que pueda decir que me pertenece? Parece que mis logros no son más que simples años de estar presente. Tengo el premio a la constancia. No hay mucho que se pueda hacer con ello, mucho menos si tus compañeres han ganado reconocimientos de vidirio, de papel, con firmas y sellos, con fotos y celebraciones. Ante ello, soy la figura que aparece detrás de las vitrinas, esperando a que alguien me visibilice. Pero parece que seguiré esperando... La vida sí que es dura, ¿verdad?

Los muros no hablan.

— Mira que hablar no es tan simple y me ignoras. Y tú, y tú, y tú, y tú y tú y tú...

Las sábanas tampoco dan abrazos.

— Todes. Todes lo hacen. Y todo por no tener un premio que me avale. Hasta entonces, seguiré siendo aquel que solo está presente. Tal vez, me termine de graduar y no sea capaz de seguir con lo que me toque vivir... ¿hay algo que me impide ser mejor? ¿algún gen? ¿el fracaso se hereda? Habrá... ¿habrá alguien que me pueda responder? ¡¿Habrá-?!

El piso no te sostiene de las caídas. Tampoco seca las lágrimas.

— ¿Habrá alguien para mí?

El noticiero matutino comienza. Al parecer, hubo un choque automovilístico al frente de una tienda. El auto ha bloqueado la entrada de la tienda. La dueña se encuentra sin ninguna forma de salir. Los bomberos están limpiando los escombros, mientras que la policía bloquea el perímetro hasta que llegue la ambulancia. Los conductores están inconscientes y le únique copiloto se encontraba confundide por la situación, aguardando a que le ayudasen a salir del vehículo.

Vaya, ¿acaso no hay nada divertido para ver en las mañanas? No creo que sea mucho pedir poder comenzar un día con alegría, por lo menos un día. Por favor.

Los pies que hasta hace poco negaba utilizar para levantarse pronto comenzaron una marcha hacia el exterior de la habitación. No había mucho que apreciar del día. Después de todo, toda la basura que pensó podría encontrar a su alrededor ya se manifesto con el apretar de los botones del control remoto. Y, si todo era cómo lo había manifestado en su mente, la situación no sufriría de ningún cambio. Por ahora, solo bastaba con hacerse presente en la sala a las seis de la tarde y sonreír. A pesar de no corresponder, sonreír.

Y seguir sonriendo, como cuando quieres ser feliz.

¿Acaso es que crees
que yo todo lo sé?
Quisiera creer que es así
para ya no sufrir;
yo no entiendo mucho de mí
y mucho menos ustedes de mí
pero eso no los detiene de ser
siempre ser quienes están de juez.
Mis veredictos están dichos
condenado a ser feliz
al menos para tí.

Acéptame, amé
y amaré, amé
siempre ámame,
papí.

¿Ya no crees más en mí?

Grandes sensaciones aguardan en el pasillo camino a la sala. Cada pisada parecía estar condicionada por un odio que cada vez se dejaba ver con mayor notoriedad en las paredes, donde miles de tachas andan puestas sobre los rostros que alguna vez esperaban lo mejor del mundo. Los pasillos que dirigían a la cocina y a la sala de juntas desprendían en Gin un instinto de autodefensa agresivo, sin darle chance de poder comprender una mejor forma de ser.

— ...Sentado. Tal vez lo afronte mejor así. Al final, donde me odie menos es donde quiero estar. No es que tenga muchas opciones. No es que yo haya podido cambiar esas opciones. Siempre fuí condicionado a aquello que me hacían sentir, nunca con un minuto para mí. Odio ser tan tímido, pero también lo quiero.

Las pupilas se dilataron en la vista al cielo que se mostraba en la ventana cristalina. Los rayos del sol creciente se hacían notar más a cada segundo. Por allí, por descuido y no una debilidad, se desprendió una lágrima. Bordeó su rostro hasta terminar en su redonda barbilla, falta de pelos, llena de heridas.

— ¿Qué sentido tiene seguir intentando para seres como yo? Solo me queda esperar, que para buscar ya no me encuentro. He corrido distancias, gastado recursos y dado la cara cuando estuve más seguro de mí, y todo cayó sobre mí tal como pude esperar de las situaciones. Es curioso, porque yo amaba estar ahí. Amo estar ahí, y volvería cuantas veces pudiera, pero no sé cuánto más podré seguir aguantando solo estar ahí. Parte del registro.

Las palabras se desvanecían al ver aquel aura naranja invadir las frías paredes de blanco color en los alrededores del interior. Probablemente, no tardaría en llegar. Estaba preparado.

— Ya debería estar aquí. Dijo que no tardaría. No quiero estar aquí. Sí quiero, pero no debo. Ni mi propia vida valoro, pero me dicen que hay algo por lo cual seguir, luchar y... y... no sé más. Si tan solo pudiera despedirme. Verlo. Sería feliz.

— ¿Serías feliz?

Los ojos que antes orbitaban por el interior del hogar voltearon con una estrepitosa rapidez a visualizar lo que su cuerpo no puede creer. ¿Por qué lo haría?

— Me haría feliz que pudieras entenderme. Aunque sea, intentarlo. Todo este tiempo fue una falta completa de tu persona en mí. Vacío, la mejor descripción que puedo dar de tí. No sé siquiera cómo es que las palabras pueden fluir de mí ante alguien que ya dejó claro que no es grato tenerme aquí. ¿Qué puedo decir? Soy un ser que no pidió nacer, ni ser ni mucho menos crecer así, pero sucedió, padre, sucedió, y estoy orgulloso de lo que soy...

— Hijo, debes entenderme. Esto es algo que no nos conviene y siempre he tratado de llevar por un buen camino porque temía que llegáramos a esto. Te amo, Gin, y por ese amor tan grande e inquietante que tampoco pedí, me tocó tomar lo que mejor es para ambos. Sabes que es lo mejor.

— Te escucho decir amor después de mucho, hacia mí... Sabes que solo lo dices para quedar bien, por tu orgullo, ese que no te deja recibirme en lo inhóspito de tu ser. Dices quererme después de ayudar a revivir todo lo que he venido sufriendo por dentro todos estos años, siendo que has sido tú quien causó la mayoría de los conflictos y ni te asomaste a sentarte conmigo. He trabajado mucho por ser quien soy, por estar aquí, y no sé hasta cuando tendré fuerzas para seguir, aunque, al menos, sé que ahora tienes algo de dignidad por venir a despedirte de tu hijo.

— Solo trato de protegerte.

— No, no, no, eso nunca lo hiciste. Siempre seguí a tu lado, con la esperanza de seguir con tu legado profesional. Eras parte de mis sueños. Eras para mí lo que para cualquier infante son los superhéroes. Estabas ahí, padre, ahí, en el lugar y tiempo ideales para ayudarme. Solo tenían que quererse más y arriesgarse menos. Así nos ahorrábamos esto y nuestros lamentos. Eres-

— Gin, basta. Eso no es cierto. Yo te amo porque eres mi hijo, pero tengo miedo de dejarte ser y tener que ver como todos a tu alrededor te sepultan con la indiferencia. el dolor físico y mental. Quise entender, pero no es posible. No lo entendía.

— Claro, papá. Claro...

El timbre resonó por los alrededores de la sala. Cuando hubo tiempo de reaccionar, no había nadie. Una mirada perdida se iba alejando de aquel inhóspito lugar, donde ya no era más bienvenido. Nunca hubo alguien a quien acercarse, pues solo el dolor es capaz de crear situaciones de comunicación. Más allá de eso, eran siempre la pared y el locutor.

Y ya no se escuchó ruido alguno.


— Canal 9, Canal Treno. Nunca sin tí.

Mamá, diles que no estoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora