Hielo y Fuego

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Shang Qinghua se consideraba una persona con muy mala suerte. A pesar de ésto, se sentía orgulloso de la capacidad de aprendizaje y supervivencia que había obtenido y puesto en marcha durante todos aquellos años en los que había transmigrado.

Sólo que a veces, en algunas circunstancias, no importaba qué tipo de táctica utilizara ni lo veloces que sus piernas pudiesen correr.

Desde atrás, alguien jaló violentamente de su ropa; el fajín se rasgó con un sonido siniestro mientras Shang Qinghua ejercía la fuerza contraria para liberarse, logrando que éste se terminara de romper. Por la intensidad de la agresión volvió a tropezar, pero ésta vez sus rodillas cedieron y dio de lleno contra el suelo congelado. Sintió el raspón del hielo a través de la ropa más doloroso que cualquier otro golpe que había recibido en los últimos minutos, pero cuando quiso incorporarse no hacía otra cosa más que resbalar; comenzó a gatear, deslizándose y enroscándose en el camino con sus propias ropas desarregladas. Su larga cola de caballo también estaba desalineada, la corona de cabello levemente torcida, algunos de sus cabellos molestando en su rostro, en su visión.

—¿Es que no puedes hacer ni una cosa bien?

—P-Pero...Mi rey...


Ni siquiera volteó a mirarlo, consciente de la ira que desprendía aquel rey demonio; sabía bien que el contacto visual con aquellos ojos color de hielo iba a, irónicamente, incendiarlo por dentro. Mientras intentaba escabullirse lo más rápido que podía dentro de aquel salón poco amueblado, oscuro y desierto, sentía los pasos tranquilos del otro detrás, sabedor de que él, un humano común y corriente sin ningún mérito en su miserable vida - en ninguna de las dos- no tenía lugar para esconderse de él, de su enojo.

El problema radicaba en que ahora Shang Qinghua realmente estaba mentalmente perdido; no recordaba que su señor - aquel demonio supremo, arrogante y hermoso que lo trataba peor que a basura pero que, con el tiempo, habían logrado un equilibrio un tanto inestable en su relación amo-lacayo que para Shang Qinghua era más que bien recibido, siempre y cuando no le afectara a su hasta ahora tranquila vida - le hubiese ordenado alguna tarea en específico. Es más, hacía demasiado tiempo que no requería de sus servicios, ni los de espionaje ni los más comunes que solía hacer para Mo Bei Jun.

Con extrañeza, recordó la última vez que había sido perturbado en la tranquilidad de su cumbre para ser invocado al palacio del gran rey demonio. Con horror, descubrió que habían pasado meses. ¿Dos, tres, cuatro meses? Las heridas provocadas por las batallas, las de la cólera de Mo Bei Jun y de Luo Binghe, y las que se había autoinfligido producto de su torpeza ya habían sanado todas. Su corazón y su mente estaban tranquilos y su alma al fin podía disfrutar de los beneficios de tener una vida mediocre de espíritu pero llena de lujos como señor de la cumbre, solo esperando tranquilamente la muerte. Lo cual significaba que había transcurrido un largo período sin tener que ponerse nervioso y atesorar su pequeña vida más que nunca...

Por lo que sí, estaba en lo correcto. Mo Bei Jun no le había pedido absolutamente nada en ese último tiempo. El vapor helado surgió de su respiración agitada mientras seguía gateando, dispuesto a escabullirse por un corredor que acababa de divisar.

—Tan miserable...ruin...¿qué me has hecho?


Oyó la cólera en sus palabras, la contención mal disimulada y la energía demoníaca fluyendo por todos lados, rodeándolo. Los escalofríos que nada tenían que ver con el ambiente glacial recorrieron sus extremidades, su columna espinal, paralizándolo en el lugar, presa del miedo. Mo Bei Jun parecía realmente furioso por cuestiones que a Shang Qinghua realmente se le escapaban, y por más que se exprimiera el cerebro, no daba con una respuesta que al menos pudiese apaciguar a la bestia salvaje que pronto surgiría y que probablemente acabaría con él...y justo cuando su mente intentaba encontrar una salida, las puertas pesadas que conducían al corredor que representaba su única esperanza de continuar con vida se cerraron estrepitosamente ante sus ojos; el sonido de la madera chocando entre sí retumbó e hizo temblar las paredes, provocando un estremecimiento que duró varios segundos ante la vista nublada y atónita de Shang Qinghua.

Rey de Hielo y FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora