Prólogo.

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Prólogo.

 El primer día de escuela después de verano comenzó. La tortura un lunes a medio mes de agosto.

Abrí los ojos y vi el despertador que marcaba las 7 am. ¿Levantarse a las 7? ¡Demasiado para mi gusto!

Salté de la cama, después de darme un buen estirón sintiendo la deliciosa fricción de las cálidas sabanas de seda recorriéndome las piernas. Parecía que las sábanas planeaban algo bastante macabro aquella mañana para que no saliera de la cama en todo el día… O tal vez nunca.

Fui al baño, me deshice de mi enorme camisón de dormir y las panties. Tome el grifo de la regadera y lo abrí con agua tibia, bueno, más caliente que fría. Adoraba la sensación del agua caliente bajándome por la espalda, sentir una calidez del tamaño de una ciudad entera. Sentía que el frío que tenía por las mañanas con aquel baño se me resbalara como un jabón.

Hasta que entré a la regadera de un salto para despertarme. Hasta ahí fue cuando sentí como me llegaba una parálisis. Al entrar el agua estaba tan helada que salté y me sentí uno de aquellos gatos en internet que gritan cuando los bañan. ¡Dios mío, estaba tan helada!

Después de mover el grifo de lado a lado para ver si reaccionaba y saliera agua caliente me di un baño rápido. No soportaba el agua fría, menos con aquel frío. Lo cual lo cuestionaba era pleno agosto. Todavía verano. Pero no el verano divertido, la parte oscura e infernal del verano.

 Me envolví el cuerpo en la toalla más grande que encontré y me acaricié los hombros con las yemas de los dedos para entrar en calor. Me recosté cinco minutos más en mi cama. Iba una hora antes ¿Qué tan malo podría ser dormir unos cinco o diez minutos?

 Apenas cerré los ojos, comencé a soñar.

Me había vestido demasiado rápido, pero extrañamente con ropa que no normalmente uso o tengo en mi guardarropa o solamente que uso.

Era un top que si levantaba los brazos dejaría ver mi pequeño y raro ombligo que tengo. Según mamá es de nacimiento.

Traía unos jeans ajustados de color negro y unos botines. Una mochila rosa, la cual no tengo, colgada en un hombro.

Bajé las escaleras y de repente aparecí en la escuela.

Habían chicos de nuevo ingreso bastante feos, de esos que te bajan el ánimo el primer día.

Unos con unos lentes de fondo de botella, otros con camisas de cuadros y las camisas dentro del pantalón con un cinturón demasiado ajustado.

Unos con granos. Otros gordos. Muy bajos.

No acostumbraba a criticar pero, ¿Por qué todos eran tan feos? Los imaginaba más apuestos.

Uno de ellos se acercó a mí.

–¿Tú eres Renné? –dijo acercándose un chico de nuevo ingreso.

Asentí con la cabeza.

–¿Renné Hamilton? –dijo de nuevo.

–Sí, soy yo. –repetí.

El chico sonrió, era una sonrisa extraña. Como la de un psicópata. Tenía la teoría que si apagaran todas las luces y le colocaran una lámpara justo debajo de su barbilla daría como para tener una docena de pesadillas con aquella.

–A cada alumno nuevo le asignan un acompañante. Lo cual deberán mostrarnos los salones, la cafetería, la dirección, las canchas, los pequeños campos. Y como compartimos todas las clases iremos juntos a todas partes.

En busca de ti.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora