Solo había una razón por la cual Sofía era una experta en encontrar más vida entre muertos que junto muchos vivos. Amaba el arte. Como cada primero de noviembre, era imposible no recordar a su abuela Anastasia fallecida hace tan solo un año. Todo lo aprendió de ella, incluso lo que jamás elegiría escuchar y también lo que nunca imaginaría vivir. Recordó, por un momento, como su abuela Anastasia colocaba al milímetro sus cuadros a lo largo y ancho de un inmenso salón: —Hija, nunca olvides que el arte pide siempre algo a cambio— recordaba a la mejor pintora, su abuela, mientras sobrevolaban susurros como hojas mecidas por el viento de un otoño agotado, sin tener muy claro si todavía ella permanecía a su lado o era fruto de su imaginación.
Durante la festividad de muertos, Sofía y su madre Emma decidieron volver al caserío donde vivió su abuela durante tantos años. Al llegar, su vecino, un señor mayor de unos 80 años, extrañado de su visita, salió a su encuentro. —Cuídense de la casa que nada bueno nunca salió de ella, usted lo sabe, Emma ¡Nunca cuenten las veces que suena el cascabel, no las cuenten jamás! ¡Váyanse! —se fue rápidamente aquejado de un dolor insoportable, tanto como la posibilidad de que le pudieran hacer pregunta alguna.
—¿De qué cascabel habla, mamá?
—Tu abuela lo compró para un gato que me regaló pero, jamás nos dejó ponérselo. Le gustaba colgarlo de una cinta azul a la manilla de la puerta de la habitación donde pintaba. Así se enteraba de si alguien entraba.
Llegó la noche y Sofía eligió la habitación bajo el tejado para dormir. Como esperaba, allí estaba el cascabel, colgaba del pomo de la puerta y también encontraría algo importante, el maletín de viejos pinceles que usaba su abuela.
Sus ojos enseguida cayeron en un lienzo más amarillo que blanco. Enseguida lo sintió, tenía que probar a pintar algo. Sin perder tiempo, fue hasta el lavabo para recoger agua y lavar los pinceles.
Al percibir un ruido, cerró el viejo grifo de bronce sin que disminuyese lo más mínimo el caudal a pesar de que giraba y giraba la manilla. Regresó a la habitación y comprobó que no era el cascabel. Venía de debajo de la cama e hizo que dejara el lienzo por un momento y cogiera el jarrón chino de la esquina de la mesa. Sabía que era una defensa tan ridícula como desesperada hasta que comprobó que solo era un gato negro asustadizo.
Su madre subió enseguida hasta la habitación tras escuchar el ruido del jarrón hecho pedazos sobre la madera repleta de polilla —me vas a matar de un susto —le increpó agitada.
—Es solo un gato, Mamá. Por suerte, me di cuenta antes de tirarle el jarrón y lo estrellé hacia el lado contrario.
—¿México? Es Imposible... Es igual que el gato que yo tenía cuando vivía aquí con tu abuela. ¡Dios Mío!
El animal tembloroso se dirigió hacia detrás del cortinón de terciopelo donde se quedó agazapado hasta que se quedó quieto bajo una aparente calma.
—Hija yo, con tan solo 10 años, le puse este nombre a un gato que me regaló tu abuela. Tu abuelo jamás regresó de México. Por eso mi corazón lo hizo regresar en forma de gato que nunca pudo presumir de cascabel.
—Los gatos tienen solo siete vidas, mamá. Este si fuera el tuyo andaría por la vida número 35.
—El gato también nos lo llevamos pero ahora, de verdad, querida hija, necesito descanso.
—Le ponemos el cascabel que está colgado de la puerta, se verá precioso
—¡No! ¡El cascabel no lo toques!
—Vale, tranquila, mamá, te noto agitada...
Sofía esperó a que su madre se durmiera para ver, con detalle, cada uno de los secretos de la casa, especialmente los cuadros de su abuela.
Sacó la sábana del primero y vio el retrato de una mujer tan bella como intrigante. México no se separaba de ella, hasta el punto de volverla a asustar y provocar que se le cayera el cuadro que tanto llamaba su atención. Alcanzó a cogerlo justo del revés donde estaba escrito el número dos.
Volvió a intentar pintar aunque el cansancio y el miedo pudieron con sus fuerzas.
A la mañana siguiente, el llanto del vecino las despertó gritando —¡Seguro que fueron dos veces. ¡Se llevó a mi mujer, sonó dos veces durante el día de muertos y se la llevó!
Llegó la noche de muertos y Emma sacó la carta que su madre le hizo guardar hasta ese día.
<<Querida hija, haz que el alma de tu madre descanse pagando su deuda con Dios, mata a quien desate el misterio del cuadro que cubre la chimenea cuando el cascabel suene seis veces>>.
El vecino, decidido a vengar la muerte de su mujer. Se armó de con un hacha y entró en la casa para acabar con todo aquello que le había ocasionado tanto dolor.
Emma, para proteger a su hija, esperó a escuchar exactamente las seis veces al cascabel e incitó al hombre a dirigirse al cuadro de la chimenea. Con el primer hachazo brilló su escasa puntería pero abrió una cámara mortuoria donde Anastasia guardaba a sus víctimas que, primero retrataba y luego mataba —el arte siempre pide algo a cambio—.
—¡No, madre! ¡Que no destruya el cuadro, se lo ruego!
Sofía lo agarró entre sus manos mirando a los ojos al hombre que figuraba en el, era su abuelo.
—Que el cielo me perdone pero, eres la vida que requiere tu abuela para obtener el descanso eterno.
Bañada en la sangre de su propia hija y junto al cuerpo del anciano que no mostraba señal de vida, Emma subió a la habitación del cascabel donde el lienzo que Sofía jamás logró pintar se leía el número tres. Giró su cabeza sin poder sacar su mirada del cascabel mientras sonaba y, aunque lo esperó eternamente, al igual que a su padre, México no volvió.
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El cascabel
HorrorSolo había una razón por la cual Sofía era una experta en encontrar más vida entre muertos que junto muchos vivos. Amaba el arte...