Era mi vida la que cambiaba con las semanas y eran mis impulsos los que me hacían despertar y completar mis rutinas con tal de volver a verla cada tarde y que con el tiempo se concretaran las horas en las que nos encontrábamos. Pero era mi miedo el que no se atrevía a rogarla una cita o su número de teléfono.
Son las siete y cuarto y esta vez llegué tarde a mi encuentro con ella, por suerte allí estaba esperándome sentada en el banco situado al lado de las vallas que rodean el edificio que dan a la entrada. Era como si no la importara la espera, como si de su vida se tratara esperar a que yo pasara por allí de camino a mi apartamento. Algo cambió en mi ser, fui yo quien agachó su cuerpo para recibir un beso suyo en mi mejilla y eran mis palabras las que pude escuchar con mi corazón un ''hola'' y palabras cursis seguidas de ella como la belleza de su mirada y de como me gustaba verla morderse la parte izquierda de su labio. Sentado a su lado pudimos mantener una conversación durante rato por primera vez y mis latidos iban acelerándose por momentos, hasta que el momento llegó, guardado en su bolsillo de su sudadera sacó una nota con lo que pude ver un número de teléfono. Me pidió que la llamara cuando la luna estuviera en su mayor resplandor de la noche, daba igual si no se mostraba entera, solo cuando más brillara.
Esa noche recuerdo no poder casi dormir al observar sin quitar ojo la luna y esperar el momento en que mas brillara mientras aliviaba mi espera con un café caliente. Llegaban las tres... Las cuatro... Y yo no me movía de ese sitio donde me quedaba contemplando lúnula menguante que al tercer cuarto de las cuatro largas horas de madrugada alcanzó su mayor esplendor, lo que lo convirtieron en el mejor motivo para mandarla un primer mensaje después de dibujar sobre un lienzo su cuerpo con alas volando sobre densas nubes de color que con el sol la hacen brillar cada parte de su cuerpo.
No me importaba pasar el resto de la noche despierto, yo esperaría lo que hiciera falta por recibir cualquier mensaje que llevara su nombre, que hiciera latir mi corazón más fuerte de lo que pudiera sentir y que me mantuviera despierto mucho tiempo y no me cansara de ella. Lo escribía, lo soñaba, lo veía con mi corazón, lo podía sentir con cada abrazo que me regalaba, podía estar en esas nubes que desde hace tiempo soñaba alcanzar con alas o sin ellas y las lagrimas de los miedos recorrían mi cuerpo haciéndome sentir más relajado y mejor por instantes al darme cuenta que yo estaba ahí, afrontando mis miedos al hablarla y describir un cielo que sobrevolar con sus besos.