1. La petición

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Ya es de noche, y sabes que el incendio se propaga

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Ya es de noche, y sabes que el incendio se propaga. Larga cola de dragón, con colmillos desencajados, ven, y quémame, que cada fibra es pecadora. Un nuevo día viene, mundo de días grises, ven, como Julieta por mí, y no me dejes. Fuego que juguetea con la punta de alfiler. Profundo trágame. Incinérame, con tu larga cola de huesos, que proclama mi alma, como sentencia de la que te arrebate.

El presagio onírico de la noche le aviso; un cordero había muerto sin razón, dentro del nublado día, permaneció inmóvil a la espera de una salvación sin ningún tipo de interrupción, en los días siguientes a su defunción, tendiendo en sus manos quebradas un mechón de su progenitor que andaba tejido en su mentón. Lo espero; el momento oportuno para inmiscuirse en el viaje, sin reparo y sin retorno del efecto. Sabía bien que su tiempo culmino sin nadie presente que sintiera su respiración desfallecer ante el sol que poco a poco consumía su piel en castigo por su mártir.

Aún seguía debatiendo si era prudente recorrer el camino por su cuerpo, un cuerpo que pronto cedería su vida a formar parte de un paraje desolado repleto de restos devastados del dolor de la guerra. La evocación de una ninfa capaz de salvar sus inquebrantables rasgos distintivos, estuvo en el presagio onírico, uno de tantos que trataban de infundirle la necesidad casi innata de ir y ser esa ninfa que logre dar a las distinciones de él un significado recóndito y un nuevo uso en otro libro del destino, uno capaz de darle la oportunidad de vivir una historia escrita por ellos y sus memorias.

El intento de apresurarse le abría paso al sentimiento de reprimir ese impulso, dado que suponía el costo dentro de sí por cometer el pecado de irrumpir, y más era el portador de esa necesidad. Sabiendo todo, cada minúsculo paso, cada memoria enfrascada de sus momentos vividos con él, retrocedió dos pasos y cerró la puerta del baño con llave. No fue a su rescate y sus últimas imágenes en su viaje era el cadáver carcomido de su cuerpo en medio de aquellos agresores de la vida; los carroñeros.

Era joven, una que deseaba vivir un poco más junto con su promesa de ayudarlo. Pensó que su muerte traería esa paz que necesitaba él y ella; la mujer que le acompañaba mientras la observaba todo el tiempo sin mostrarse. No entendía su razón; la razón de esa presencia constante pero sus palabras eran las razones para desear la fecha de su defunción. Logro describirlo como un mal presagio. Una decisión que debería no tomar.

Su presencia se manifestó más tangible luego de encariñarse con él. Sin embargo, nunca dijo nada hasta esa mañana cuando sintió la muerte rondar en su mente. El interrumpir era su deseo; era una intención atávica, ligada a una desconocida razón que usaba la presencia como puente. Aquello era sus argumentos ante tal interrupción pero, la muerte de él no la dejaba descansar ni un solo instante en sus aposentos más frágiles y manipulables: sus sueños.

Siempre fue un silueta desdibujada de color en un paraje privado del calor en sus mejillas pálidas y, resecas que con el sol en su punta no lograban calentar su cuerpo, ni ninguno que lo rodeaban en plena marcha al más allá. Siempre al dormir estaba ahí; recriminándole sus ojos cerrados y lo que pudo ser mientras se descomponía en el tiempo, siendo las cenizas que llevaba el aire al albergue de los años.

The Last Night [Secret #1 edición] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora