Querido diario;
Es lunes. Se supone que es el peor y el más difícil día de la semana, y aún más para una chica en plena crisis de la edad. Pero no para mi, al menos no hoy. Desperté con un extraño buen humor, el clima está mejorando, y lo siento por los pequeños rayos de sol que se asoman por mi ventana y atraviesan las cortinas casi transparentes. Mi desayuno está en la pequeña mesa al lado de mi cama y mi alarma todavía no ha sonado. Mi madre me ha preparado el desayuno con la intención de hacerme sentir bien hoy, lo aprecio aunque dudo que funcione.
Desde que mi terapeuta me diagnosticó depresión, mi madre ha procurado encargarse de los pequeños detalles que me hacen más feliz. Locura es una palabra bastante familiar para mi, a decir verdad, desde muy pequeña fui esa chica rara e inadaptada que se marginaba ella sola. Que se alejaba del grupo. Y eso era verdad, siempre preferí estar lejos de aquellas niñas que seguían a una sola como sus clones intentando parecerse a ella, y ya no sería una marginada si esto hubiera cambiado, pero no es así. Cuando más crecen las personas es más difícil de darse cuenta, pero yo lo he notado. Vivir al margen me ha dado una idea de como es cada grupo de personas. Todos los días veo a la nerd, que intenta acercarse a las chicas más bonitas, quiere parecerse a ellas pero sin éxito alguno. Veo a los deportistas, a los que no les importa nada más que divertirse, rompiendo algunos corazones en el proceso, pero sin embargo es considerado mejor entre los chicos por esto, así que lo intentan imitar.
Yo, por otro lado, me alejo de estas personas, por eso me llaman de muchos apodos, que por cierto, dejaron de hacerme daño hace mucho tiempo.
Y ahora es cuando llego al punto. Es bastante evidente que no poseo vida social alguna, y para mi terapeuta y para mi familia, tener amigos es fundamental para mi "desarrollo", así que he decidido ponerme un reto a mi misma. Hacer amigos, por lo menos uno. Parece fácil escribirlo en este diario viejo, pero realmente dudo que lo sea. Tal vez ni siquiera pueda dirigirle la palabra a alguien, o peor, que no haya nadie normal al que pueda decirle un simple Hola sin que me juzguen o me den una mirada de superioridad reprobatoria que haga que me sienta como una hormiga chiquita huyendo de una bota gigante, pero lo voy a intentar, quizá así dejen de darme pastillas, dejen de hablarme por horas como a una niña pequeña, y quizas, solo quizas, pueda sentirme normal por una vez.