Querido diario;
Me siento perdida. No sé qué quiero. No sé si lo quiero.
No sé qué es lo que quiero hacer con mi vida. No tengo idea, pero supongo que este es el momento de mi vida en el que debería averiguarlo. Pero no quiero esto, no quiero vivir la confusión de un amor adolescente, y aún menos quiero atravesar un momento aparentemente difícil pero que cambiara mi vida para siempre. Solo quiero saber qué hacer, y sería más fácil si alguien fuera tan gentil como para decirlo.
Cierro el diario, lo guardo en mi vieja mochila de jean andrajosa y apoyo mi cabeza en el asiento del coche mientras miro por la ventana. Es un día nublado y con humedad, el frío es casi imperceptible gracias a la calefacción del vehículo. Mi madre conduce sin despegar la vista del camino. La mujer está nerviosa, y debo admitirlo, yo también lo estoy. Hace semanas que no he ido a la escuela, y no es como si alguien hubiera extrañado mi presencia.
Después del drama de mi depresión, me obligaron a faltar a la escuela para tratar mi asunto, pero no creo que funcionara, me siento igual, luzco igual y pienso igual que antes. Cuando me miro en el espejo, veo a la misma chica que antes. Pero esto deja a mi madre más tranquila, así que finjo que funciona y que me importa. Ella siente que no tiene suficiente tiempo para mí, por eso se preocupa demasiado.
-No podré recogerte esta tarde, salgo tarde del hospital hoy.- ella dice suavemente. No es como si fuera algo nuevo para mí. Ella trabaja en un hospital, por lo que pasa muchas horas en el trabajo, a veces no llega a casa para la cena, o no está cuando amanece. Por eso mi terapeuta siente que me falta atención.
-Está bien, voy a caminar.- Respondo mientras abro la puerta para bajar del auto.
Cuando el vehículo desaparece, deja a la vista al enorme edificio vienen a estudiar a diario cientos de adolescentes. Es una gran secundaria, tres pisos y muchos salones repletos de sillas, muchas de ellas sin uso porque es una escuela demasiado grande para una ciudad tan pequeña. Cada vez más pequeña, una ciudad tan encantadora que cada joven busca una salida de ella. Quien se muda a Bewtley, busca empezar de cero y olvidar su pasado. Y quien vive a aquí, teme que al marcharse, nunca quiera volver.
Entro en el corredor y tan solo hay unos pocos alumnos en los pasillos. Lo que es mejor para mí, ya que puedo tomar los libros necesarios para mis próximas clases de mi casillero, sin tener que apresurarme para no llegar tarde. El casillero está como lo dejé. No está decorado con espejos, fotos de chicos famosos ni nada por el estilo, es solo un viejo locker lleno de cuadernos y libros que no han sido usados en un tiempo.
Cuando me aseguré de haber tomado hasta el último libro, sonó la campana. Entonces en un abrir y cerrar de ojos, el pasillo estaba atiborrado de alumnos que corrían en todas direcciones. Metí la mano en el bolsillo y al no sentir aquel papel con los horarios de mis clases entré en pánico. Estaba perdida. Mi primera clase era álgebra… ¿o historia, tal vez?
Corrí lo más rápido que pude sin ser derribada por ningún alumno apurado y llegué al primer lugar seguro que encontré. Un sector de pared en este momento me brindaba seguridad. Estaba segura aquí, y no me movería hasta que el último de los alumnos de la Bewtley High estuviera en clase.
-¿Qué demonios?- Entonces fue cuando todo comenzó. En ese momento y con esas dos palabras. Resultó que el pequeño sector de pared en el que me refugiaba, no era un pequeño sector de pared. ¿Y cómo noté esto? Pues, lo único que recuerdo es, que algo golpeó mi trasero, y lo siguiente que recuerdo eran risas, el tipo de risa enferma que cualquier persona odia, la risa de burla, esa que resuena en todas partes. El pequeño sector de pared en el que deposité mi confianza para protegerme, era una gran puerta traidora, la puerta del baño de los chicos, para ser exacta. Y cómo no me di cuenta antes- es la interrogante en mi cabeza que rebota dentro de esta sin querer irse. Probablemente todo hubiera sido diferente si no me hubiese escondido allí.
Caí en el suelo del pasillo por el que todos se movían a grandes zancadas. Probablemente visto desde otra perspectiva esta era una escena bastante ridícula. Cientos de alumnos yendo hacia todas partes y en medio de esa masa de gente, había una mancha en el suelo que difícilmente todos evitan al pasar por allí. Esta mancha en el suelo, soy yo, pero eso es obvio. Lo que había estado evitando toda mi vida, estaba pasando justo ahora, me notaban, todos volteaban a ver a la tonta tirada en el suelo, y reían, se reían de mí.
Antes de que nadie más vea mi ridícula escena, me levanto y dejo el pasillo corriendo haciéndome camino entre la multitud, para dirigirme al salón 7B, historia.
Ese fue un buen comienzo.