Capítulo único

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—Qué frío —murmuro apagadamente, y froto mis brazos. Eleanor se fue hace veinte minutos ya, con el pretexto de ir a comprarnos una bebida caliente, pero sospecho que se aprovechó para fumarse un cigarro; mientras, la temperatura de este lugar baja lentamente.

A diferencia de mi amiga, yo nunca he podido viajar y disfrutar de un paisaje blanco por la nieve; en mi ciudad el invierno siempre es un conjunto de árboles negros y desnudos, el vapor surgiendo de una que otra frase corta, tanta ropa que casi he perdido la movilidad de las extremidades, y los ojos verde venenoso de David. Su nombre (-palabra prohibida, no lo digas; si no aparece, no existe-) es un martirio y la razón del suspiro que escapó de mis labios resecos; su nombre, palabra tóxica de cinco letras que significaba la rendición del alma y la sumisión al dolor.

Susurrarlo provoca tal escozor, que me veo obligada a arremangarme para analizar si me sangran los brazos; estas muñecas limpias de cualquier herida o cicatriz, estas muñecas que (-a la virulenta mirada de D-A-V-I-D deseaba tornar carmesí-) me recuerdan momentos turbulentos.

Ahogada por arremetedoras memorias, levanto la vista al cielo encapotado en deseo de respirar profundamente; calmar la agitada respiración no es problema alguno, pero aguantar lágrimas que amenazan por caer conlleva más fuerza que mover un camión con sólo las manos.

Progresivamente, vuelvo a respirar tranquila; puedo bajar la cabeza, y dejar de aferrarme como si mi vida fuese en eso, a la banca. Los troncos altos y oscuros a pocos metros dibujan extraños patrones contra el grisáceo del cielo; el silencio del parque en el que me encuentro es una falsa sensación de paz, una ilusión (-como las que él me dio-).

Una figura alta y delgada pasa no muy lejos; la ausencia desértica de personas hace que su cara sea perfectamente perceptible, un rostro inolvidable que acelera los latidos de mi corazón.

Un rápido recuerdo cruza mi mente, fugaz y tan vívido.

«—¿De nuevo has ido sin mí? —murmuró provocador, cosquillas recorrieron de arriba abajo a la sensación de su boca pegada a mi pelo; el contacto indiscreto de su cuerpo entero contra mi espalda y piernas genera el temblor de mis rodillas. Ágilmente, enlaza sus brazos por delante de mi vientre y (-ayuda, aprieta-) abraza.

—David —sonrío nerviosa—. Hola.

—Hola, Margarita —Áspera pero dulce, solo así puedo describir su voz; una alerta se enciende al saber que oculta algo, o que hice algo mal. Siempre cometo errores, pero David es lo suficientemente compasivo como para perdonarme tras un poco de llanto y otras cosas que le ofrezco; tengo suerte de que guste mío, no merezco sus caricias (-¿y ese arañazo que te cruza la espalda, Mag?-), ni sus besos (-¿y los que le da a tantas chicas mientras que tú...?-), ni su atención (-¿esa que presta únicamente para corregirte y bajar tu autoestima?-). La pregunta que empieza a florecer es qué hice mal—. Me he enterado de que has vuelto a quedarte, pasada la hora de salida, en el salón ¿por qué lo hiciste?

—Porque no he entendido lo último que enseñó el profesor —respondo de inmediato; es mi novio, tiene que saber qué hago y por qué, por mi bien.

—Pero no era cualquier profesor, era Alexander —La forma tan delicada y calmada de nombrarlo esparció escalofríos—. Y Alexander es mi hermano, Ma-ggie.

(Y Alexander es

in-to-ca-ble).

(-Por más de que a veces deseara que fuesen sus ojos, no los de su hermano menor, los que la vigilasen-)

—Pero eres tú mi novio, no él.

Su boca se pegó más —Ciertamente ¿no es así?

Horas después, a causa de los celos enfermizos, él estaría rasgando mi salud mental para conducirme al límite y hacerme prometer que no hablaría más con su hermano si él no estaba presente.

EnsoñacionesWhere stories live. Discover now