-Adición-

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—Me gusta pensar en que somos una bonita pareja —le digo una tarde, entre un sorbo y otro de la bebida azucarada que me permito degustar. Me mira, las pecas casi cobre a la luz del sol, y asiente mientras aferra el agarre de nuestras manos.

—Claro que sí, querida —Me da la razón y sonríe, exponiendo un hoyuelo—; no tiene relación, pero dile a Luke que mañana estaremos a eso de las siete de la tarde por su casa. Estoy emocionado porque conoceremos a su novia.

—¿Crees que sea «la elegida»? —me burlo, si bien estoy ilusionada.

—Si quiere que los visitemos en su nuevo hogar, significa que tu tío y ella apuestan a por algo serio —ríe y terminamos la merienda en un silencio cómodo. Él se retira a corregir pruebas de sus alumnos y yo me resigno a seguir con mis estudios. 

La universidad es agotadora, pero se siente asombroso pasar de año con una nota excelente. Hace tres años no pensaba en hacer un estudio terciario, mas me encuentro esforzándome gracias a los incentivos diarios de mi novio, el chico de mi sueños (metafóricamente hablando, lo que no impide que se haya colado en alguno que otro).

Tampoco me imaginaba saliendo con él hace cuatro años, al salir del instituto: tras la ruptura con su hermano, y el consuelo que me dio, la amistad había resurgido; finalizado el año escolar, frecuentamos más nuestros encuentros a ver películas o a tan solo hablar. Al cumplir los diecinueve años, llegó a mi casa con un ramo de flores y la frase de «ya nadie puede decir que eres legal tan solo por unos meses» para luego pedirme ser su novia. A los veinte años, empecé a estudiar comunicación audiovisual tras las muchas veces que me dijo cuánto lo disfrutaría (tenía razón, para ser sincera).

A mis veintidós años, me encuentro a menos de la mitad de mi carrera, en una relación estable, en un apartamento que alquilamos hace más de un año —y planeamos comprar— con la vida deseada.

A veces, cuando tomo la mano al chico que me hace suspirar, pienso en cómo llegamos a este punto; es agradable ver las cosas de nuevo, tal si se tratase de una película.

En ocasiones, la película romántica se torna de terror: los ojos se abren exageradamente, las pupilas se contraen, en su cara hay una mueca fija que tal vez en otro mundo es una sonrisa; las manos tensas abren y cierran tan llenas de ira que (a veces imagino colisionan contra mí) me asusto... pero el golpe nunca llega, el grito tampoco brota. Me deja atolondrada la extrema dulzura con la que emite en un bajo tono «eres mía ¿cierto? eres tan solo mía ¿verdad, cariño?», el mundo tambalea a sus esfuerzos de tranquilizar el alma alterada. En ese momento, sé que la calma pende de un hilo que fácilmente puede ser reforzado.

La calma puede permanecer si no hablo con otros hombres («es por tu bien, amor. Porque, si te hacen daño ¿quién estará para cuidarte?») y amarlo únicamente a él («a mí, a mí, Maggie; tan solo puedes amarme a mí»). No comprende, ni cuando lloro (y limpia las lágrimas con tanta pena, pero no se mueve de su punto de vista; besa las mejillas húmedas, se disculpa, pero insiste con el «solo puedes confiar en mí») que el varón no pretende segunda intención conmigo, ni yo con él.

Está aterrado de acabar solo, comprendo. No puedo culparlo, estuve en ese lugar tiempo atrás (aunque los roles diferían bastante).

Aunque por momentos, al hablar con un compañero de clases, veía en Alec,

en sus ojos,

(el mismo color de la tierra con la que la sepultarían) espejismo de David; en su rostro contraído por algo indescifrable, el mismo que el de su hermano. Y en su voz suave, 

una mentira, una ilusión.

Pero cuando cuando pregunta «¿con quién hablabas?» en un susurro contra mi cabello y le respondo «con una amiga, amor», besa mi nuca por la contestación deseada (ring ring, regalo por la respuesta correcta); y el ardor en mis brazos reaparece, muy leve, junto a un apretado nudo en el estómago al que estoy acostumbrada (la mentira, la mentira quema. No necesita saber que hablas con otro chico que no es él.)

(Saliste del infierno, pero la condena se prolonga un poco más: no hay golpes, gritos, o insultos;

él te ama mucho, por eso crees que es más que suficiente.)

No pasa nada, porque esto es amor.





Primero que todo: esto es algo que no me podía negar a publicar, seguramente lo reescribiré en algún momento... que no será hoy. Segundo: el final que le di a la historia era, al inicio, el único que iba a haber (¿podría contar como esperanzador para Margaret? se resigna a solo soñar con Alexander, nada más, pero es mejor que lo que tenía con David ¿cierto?), pero al imaginar este, me di cuenta que va mejor con lo que escribí ya que sigue la línea del personaje. Tras pensarlo mucho, decidí que esto es verdaderamente lo que ocurrió luego, no un «es posible», aunque si quieren quedarse con el anterior, nadie los juzga.

Si a alguien le queda la duda, Alexander es don celos tóxicos, igual que su hermano, lo que genera una posesividad presente,pero no asfixiante. No digo que esté bien, pero es un avance en comparación a su relación a su hermano, no hay golpes ni gritos ni violencia psicológica... supongo. 

No voy a subir más partes, pero espero que hayan disfrutado.


EnsoñacionesWhere stories live. Discover now