Nuestro retrato

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Reino de Hyrule, posterior a la crisis con Lorule...

No sabía cuántas veces había mirado esas pinturas. Muchas veces, cuando no podía dormir, salía de sus aposentos a hurtadillas solo para poder observarlas. Conocía bien la historia detrás de ellas por lo que había leído en sus libros, pero durante mucho tiempo no pudo evitar preguntarse si los escritos realmente contaban todos los detalles detrás de ellas.

Específicamente, la última y más importante de todas. El cuadro que representaba a su antepasada, la Princesa Zelda de varias generaciones atrás, junto al héroe que luchó en ese tiempo para salvar al reino de Hyrule, el último descendiente (en ese entonces) de los caballeros que defendieron a los sabios durante la gran guerra por la Trifuerza. Las similitudes con su propia experiencia se le hacían cada vez más pronunciadas, más allá de su propio parecido con su antepasada.

- Cabello rubio, ojos azules, ropas verdes... – murmuró sin hablar con nadie en particular.

- Como yo, ¿verdad?

La voz detrás de ella la hizo sobresaltarse ligeramente, pero rápidamente se tranquilizó al ver quién era. Link venía caminando despreocupadamente, y ella había estado tan ensimismada que ni siquiera había escuchado sus pasos. De nuevo, cuando observaba esas pinturas tendía a desconectarse del resto del mundo.

- Perdón si te asusté. – se disculpó él. – ¿Estabas viendo los retratos de nuevo?

- Así es. Siempre me gustó mucho esta historia, pero después de vivirla en carne propia, ahora empiezo a darme cuenta de muchas cosas. – confesó Zelda, volviendo la mirada hacia el retrato. – He pensado, en la familia real han pasado muchas leyendas sobre héroes con ropajes verdes que empuñan la espada destructora del mal cuando la oscuridad amenaza al reino de Hyrule.

- ¿Será coincidencia? – dijo él en tono divertido. – A mí solo me gustaba el color verde porque me contaron muchas de ellas. Jamás me imaginé llegar a ser el héroe de mi propia historia.

- Me alegra que haya sido así. – dijo Zelda. – Gracias a eso pudimos conocernos tú y yo.

No lo diría abiertamente, pero dejando de lado el horror de haber sido convertida en un retrato (y estando plenamente consciente de lo que pasaba a su alrededor todo el tiempo, nada menos), al final todo había resultado bien. Lo mejor de todo había sido haber ganado un gran amigo en el joven que luchó por rescatarla aun sin conocerla.

Sin embargo, con el pasar de los años, los sentimientos de Zelda comenzaron a cambiar sin que ella se diera cuenta. Ambos iban creciendo, y ella misma estaba a solo pocos días de cumplir su mayoría de edad. Llegar a esa etapa de alguna manera le había hecho darse cuenta de muchas cosas respecto a Link, y también de sí misma. Esos sentimientos le daban tanta alegría como confusión, y en ocasiones no sabía cómo expresarlos o lidiar con ellos, por lo cual los había mantenido al margen tratando de mantener su relación como siempre.

No quería arriesgarse a perder una amistad en búsqueda de algo más, o al menos no sin estar segura de qué pensaría Link al respecto. Y estaban también las complicaciones por la diferencia de estatus de ambos a considerar.

- Por cierto, tu ceremonia de madurez será en unos días, ¿verdad? – preguntó Link, sacándola de sus pensamientos. – Todavía no he podido conseguirte un regalo.

- Link, no tienes que preocuparte por eso. – le aseguró ella. – Con que asistas será suficiente para mí, es todo lo que necesito.

- No, eso no está bien. – dijo Link. – No todos los días se cumplen dieciocho, y además... tú también me regalaste algo especial para mi cumpleaños, ¿recuerdas?

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