Parte III - ¿Qué podría salir mal?

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Perséfone caminaba con alegría al lado de Irea y las demás ninfas. No podía creer que iba a tener la oportunidad de hacer algo distinto después de tantos meses.

Seguía un poco asustada por las consecuencias que podría tener para las ninfas el hecho de dejarla ir a la playa, pero su amiga Irea había logrado tranquilizarla un poco. Como le dijo ella, Deméter no tenía por qué enterarse, e incluso en el caso de que lo hiciera, ellas no estaban rompiendo ninguna regla.

Atina, la ninfa amargada, no se atrevería a decir nada, ya que en caso de hacerlo correría el mismo castigo para ella que para las demás.

Llegaron a la playa y Perséfone caminó descalza sobre la arena. Era agradable sentir algo diferente al pasto en los pies. Miró a Irea y está le devolvió la mirada con una sonrisa.

Empezó a correr y disfrutó sentir la brisa en la cara. Las ninfas la siguieron sin perderla de vista. Perséfone jugó entonces a que intentaba escapar de ellas, pero las ninfas se unieron al juego y la persiguieron por todas partes. Cuando esto se tornó aburrido, cambiaron los papeles y fue Perséfone la que persiguió a las ninfas.

Todas se divirtieron.

Excepto, claro está, Atina. Ella, obligada a perseguirla para no dejar de protegerla, estaba cansada y cada vez más enojada. Seguía reprochándoles que no deberían estar allí, pero ya no la escuchaban.

Pasaron las horas hasta que el cansancio pudo con ellas.

—Gracias —les dijo Perséfone a las ninfas con sinceridad—. Hacía mucho tiempo que no me divertía tanto. De hecho, nunca había tenido alguien con quien jugar.

—No tienes que agradecernos Perse. Nosotras también nos divertimos. ¿Verdad chicas? —Preguntó Irea. Todas asintieron, excepto Atina que soltó una especie de resoplido que nadie entendió—. Sin embargo —dijo la ninfa cambiando el tono—, creo que ya es hora de... —la sonrisa de Perséfone desapareció en seguida, segura de que la diversión había terminado y volvería a recoger flores— ... ¡Hora de que sigamos jugando en el agua!

Perséfone soltó un grito de felicidad. Se acercó hasta la orilla y se agachó para tocar el agua con las manos. Estaba un poco fría, pero dado el calor que tenía por haber estado corriendo, la temperatura parecía perfecta.

—¿Piensas entrar vestida? —le preguntó Irea.

—Yo... eh... —Perséfone dudó. Nunca se había quitado la ropa frente a nadie, al menos desde que había florecido. Deméter consideraba que su hija era demasiado bella. Estaba segura de que si alguien la viera desnuda, ya fueran dioses, ninfas, hombres o mujeres, no podrían evitar enamorarse de ella.

Por otro lado, nunca se había bañado en un río, pero hacerlo con su vestimenta no parecía lo más inteligente. Una vez anocheciera ella seguiría con la ropa mojada y pasaría frío.

Además, las ninfas no usaban ropa. Zeus las había creado de tal forma que no sintieran frío o calor, tampoco tenían que alimentarse ni beber. Ellas habían estado desnudas todo el tiempo, desde que nacieron hasta ahora. Incluso los cuatro meses que estuvieron protegiéndola.

¿Qué podría pasar si la vieran desnuda?

«Nada» pensó Perséfone «Son tonterías de mi madre. Ellas viven sin ropa, no creo que se sorprendan al verme a mí. Y no hay nadie más en la isla. Ninguna otra persona podrá verme»

Debió quedarse mucho tiempo meditando en silencio ya que Irea pareció preocuparse.

—Lamentó si te ofendí —se disculpó la ninfa—. A veces olvido que no todas son como nosotras. Si te sientes incómoda quizá lo mejor sea que volva... —pero Perséfone no le dejó terminar la frase. Con determinación se sacó el vestido de seda que llevaba y quedó, por primera vez, completamente desnuda en frente de alguien más.

—Ni se te ocurra decir que debemos volver. Quiero seguir divirtiéndome— dijo con una sonrisa.

Irea se quedó boquiabierta. Recorrió a su amiga con la mirada.

—Tienes un cuerpo hermoso —dijo sonriéndole—. No deberías ocultarlo.

Perséfone sintió como los cachetes se le ponían colorados pero le devolvió la sonrisa.

—¡La última en zambullirse deberá recoger el doble de flores esta semana! —gritó mientras corría en dirección al agua. Las ninfas la siguieron con velocidad mientras reían.

Pronto todas estaban chapoteando y riendo. Incluso Atina parecía divertirse, aunque intentaba disimularlo.

Estuvieron horas y horas jugando. A veces salían del agua y corrían en la arena. Luego volvían a refrescarse e inventaban nuevos juegos. Perséfone olvidó todo. A las flores, a su madre, su padre, su condición como hija de dioses. Nada le importaba más que jugar con sus nuevas amigas.

«Le pediré a mi madre que Irea siempre sea mi ninfa protectora. Seguro que acepta».

Mientras Deméter no se enterara de todo lo que habían hecho, nada malo pasaría.

O al menos eso pensaba Perséfone mientras se divertía.

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FIN DE LA PARTE III.

Recuerden que esta será una historia corta basada en el mito griego de "El Rapto de Perséfone".

Si quieren que la siga publicando, dejen sus comentarios!


El Rapto de PerséfoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora